
Azul es el planeta que habitamos. Agua y cielo en una redondez que se define como Tierra engañosamente. Desde muy arriba se intuye que algo pasa, que no es sólo silencio azul y cosmos, que hay ciertos resplandores en la noche que definen las costas y los centros donde el hombre se ha alzado sobre todo. Alejando de sí lo que no es grato, bebe en vaso de oro las lágrimas ajenas. Y sabemos que hay partes de este globo sin más luz ni consuelo que unas bolsas de sol que gastan otros. Que hemos envejecido tanto en este medio siglo que un abuelo cualquiera de los nuestros, si resucitara de entre los muertos, moriría de nuevo.

Recuerdo cuando iba con mi tío Federico a comprar semillas de tomate y cebollinos, frente a los Arcos de Zapata, a una casita donde vivía un hombre de edad madura, un campesino que conservaba sus semillas como si fueran piedras preciosas. Todo lo que hacía con sus saquitos y tarros se convertía en un hermoso ritual. Dar importancia a cosas tan pequeñas te va haciendo el alma al sufrimiento y a la grandeza de la poesía. Aquel hombre murió. Ahora, muerto el mago y todos los viejos magos de la antigua sabiduría, los tomates crían un bicho que no sé cómo se llama, que le ponen negro el corazón y hacen que enfermen y les salga un líquido como el de los humanos cuando se les infecta una herida y acaban muriendo por ahí, podrido todo. Los pimientos son todos igualitos, pero no huelen. Me dan miedo. Hasta de sacarles el débil corazón para darle sus pipas a mi canario, vaya que con tanto mecanismo transexual se me vuelva un elefante y no me quepa en una jaula tan chica. Todo está enfermo y las ciudades crecen y crecen en una horrenda bola de grasa y de cemento.
Nos conformamos con reciclar, los que reciclamos, con rezar, los pocos que rezamos - con llorar, los pocos que sonreíamos-, a sabiendas de que este mundo pronto habrá multiplicado por dos sus habitantes y no hay vuelta atrás. Dispuestos a todo, habrá que pedir el último deseo. Puede que, entre tanto humano, salga alguno bueno de verdad. Con uno que tenga el punto de nuestro apoyo, se moverá el universo. Eso si antes no se nos cae encima. Mientras, disfrutemos de la lluvia y de esta nieve de rosas de almendro que ha dejado el viento caprichoso. Es lo más cercano y asequible que tenemos. Y si pensáis que estoy deprimida o que soy pesimista, perdón. Es una visión de la cruda realidad.
Y digo yo...con lo bien que estaba calladita.
Desde el Garitón, con los ojos hinchados y dos centímetros de canas, Mariví Verdú
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