Tengo la terrible sensación, vaya por donde
vaya y mire por donde mire, del “Consumatum est”. Pero la tengo desde
hace tiempo y creo que ya será de por vida. Desde que me quité la venda,
veo cómo se mezclan la aceptación y el abandono en una tristísima
cópula en la que escribir deja de tener sentido o adquiere el más alto
grado de la escritura: la poesía o voz universal que nos apropiamos
muchos y que no es de nadie siendo de todos los hombres. O me da por
irme al otro extremo de esa misma voz, a la blasfemia. Aunque para ésta
no me han quedado ganas porque ¿cómo me voy a meter con Dios, la Virgen y
los Santos si, aunque dudemos de su existencia, es la única tabla de
salvación que nos ha quedado? Pensar en ellos tranquiliza, a pesar del
infierno y todo lo que nos espera a los que hemos pecado y no nos
arrepentimos de hacerlo. Nuestros pecados son veniales si los comparamos
con el de los hombres poderosos. Pecados de amor, de mentiras piadosas,
de vanidad, de gula (decía mi abuela: la ley del pobre, reventar antes
que sobre) o de implantación de justicia (ya que se toma con la mano
porque no hay justicia para los humildes)...estos son pecadillos de
nada. La mayoría de los hombres se han vuelto tan horribles, tan
canívales, tan materialistas que no oyen su conciencia. Dudo que tengan
alma. Por tanto...qué blasfemia ni qué niño muerto. Hay que volverse
poeta. Ser poeta es lo más cercano a la anarquía, al autismo provocado, a
la repulsa de unos seres que han perdido la sensibilidad y el buen
gusto. Seamos poetas y dejemos a Dios en su sitio. Ya está bastante
descolocado, el Pobre. Tened misericordia de Dios. Los hombres no la
merecemos.
Y hablando de este “Consumatum est” que me
domina, he de confesar que he perdido la fe en el futuro. A pesar de mis
cincuenta y nueve recién estrenados, siento tener la edad del mundo. En
el pecho me caben las angustias de los parados de larga duración, el
miedo de no poder dar de comer a los hijos y nietos, las pupas de los
malnutridos, las heridas sangrantes del alma y la redondez de un mundo
mal repartido. Decididamente: soy vieja. Y a la mayoría de viejos (en
particular cuento lo que le ocurrió a mi abuela) les da por borrar del
mapa todo lo que le ata a la vida. Un día se levantan con idea de irse y
deciden decir adiós a lo mundano. Es entonces cuando regalan su ropa,
lo que queda de su ajuar: esa tacita con historia, el escapulario, la
pulsera de oro... Ese día queman los papeles, las fotografías...los
recuerdos. Y es que se viaja más cómodamente sin equipaje, como decía
Antonio Machado: ligerito, ligerito... Yo, antes de que me dé por quemar
todo lo que he escrito y fotografiado, perdida la ilusión de publicar
nada y convencida de que no quiero cortar ni un solo árbol para mi
poesía, me ha dado por escanear fotos y picar poemas. Antes de mi final
estarán colgados en Internet. Sea para el mundo lo que el mundo me dió. Y
que el mundo decida si levantar el pulgar para salvarme o ponerlo en
dirección a la tierra y asesinarme. ¿Cómo se puede matar a un muerto?
Desde luego no me iré sin antes cagarme en el
órgano y en quien lo toca. Y sin bendecir a quienes me dieron su
corazón como alimento. Desde este Garitón que posiblemente cierre
definitivamente porque no sé como pagar su IBI, Mariví Verdú. ¡Qué más
me da que sea Septiembre...nada es maravilloso ni siquiera el aire
fresquito del final de verano: es otro mes más de desencanto!
A mi amiga Encarna Lara, poeta.
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