miércoles, 5 de septiembre de 2012

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN "CÓMO SE PUEDE MATAR A UN MUERTO"

Tengo la terrible sensación, vaya por donde vaya y mire por donde mire, del “Consumatum est”. Pero la tengo desde hace tiempo y creo que ya será de por vida. Desde que me quité la venda, veo cómo se mezclan la aceptación y el abandono en una tristísima cópula en la que escribir deja de tener sentido o adquiere el más alto grado de la escritura: la poesía o voz universal que nos apropiamos muchos y que no es de nadie siendo de todos los hombres. O me da por irme al otro extremo de esa misma voz, a la blasfemia. Aunque para ésta no me han quedado ganas porque ¿cómo me voy a meter con Dios, la Virgen y los Santos si, aunque dudemos de su existencia, es la única tabla de salvación que nos ha quedado? Pensar en ellos tranquiliza, a pesar del infierno y todo lo que nos espera a los que hemos pecado y no nos arrepentimos de hacerlo. Nuestros pecados son veniales si los comparamos con el de los hombres poderosos. Pecados de amor, de mentiras piadosas, de vanidad, de gula (decía mi abuela: la ley del pobre, reventar antes que sobre) o de implantación de justicia (ya que se toma con la mano porque no hay justicia para los humildes)...estos son pecadillos de nada. La mayoría de los hombres se han vuelto tan horribles, tan canívales, tan  materialistas que no oyen su conciencia. Dudo que tengan alma. Por tanto...qué blasfemia ni qué niño muerto. Hay que volverse poeta. Ser poeta es lo más cercano a la anarquía, al autismo provocado, a la repulsa de unos seres que han perdido la sensibilidad y el buen gusto. Seamos poetas y dejemos a Dios en su sitio. Ya está bastante descolocado, el Pobre. Tened misericordia de Dios. Los hombres no la merecemos.

Y hablando de este “Consumatum est” que me domina, he de confesar que he perdido la fe en el futuro. A pesar de mis cincuenta y nueve recién estrenados, siento tener la edad del mundo. En el pecho me caben las angustias de los parados de larga duración, el miedo de no poder dar de comer a los hijos y nietos, las pupas de los malnutridos, las heridas sangrantes del alma y la redondez de un mundo mal repartido. Decididamente: soy vieja. Y a la mayoría de viejos (en particular cuento lo que le ocurrió a mi abuela) les da por borrar del mapa todo lo que le ata a la vida. Un día se levantan con idea de irse y deciden decir adiós a lo mundano. Es entonces cuando regalan su ropa, lo que queda de su ajuar: esa tacita con historia, el escapulario, la pulsera de oro... Ese día queman los papeles, las fotografías...los recuerdos. Y es que se viaja más cómodamente sin equipaje, como decía Antonio Machado: ligerito, ligerito... Yo, antes de que me dé por quemar todo lo que he escrito y fotografiado, perdida la ilusión de publicar nada y convencida de que no quiero cortar ni un solo árbol para mi poesía, me ha dado por escanear fotos y picar poemas. Antes de mi final estarán colgados en Internet. Sea para el mundo lo que el mundo me dió. Y que el mundo decida si levantar el pulgar para salvarme o ponerlo en dirección a la tierra y asesinarme. ¿Cómo se puede matar a un muerto?

Desde luego no me iré sin antes cagarme en el órgano y en quien lo toca. Y sin bendecir a quienes me dieron su corazón como alimento. Desde este Garitón que posiblemente cierre definitivamente porque no sé como pagar su IBI, Mariví Verdú. ¡Qué más me da que sea Septiembre...nada es maravilloso ni siquiera el aire fresquito del final de verano: es otro mes más de desencanto!

A mi amiga Encarna Lara, poeta.

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