DULCE NAVIDAD
Borrachuelos
• Harina – 500g o la que admita.
• Azúcar – 150 g
• Vino blanco – 125 ml
• Aguardiente dulce – 100 ml
• Vino dulce – 125 ml
• Anís verde o matalalauga – 1 cucharada
• Ajonjolí – 1 cucharada
• Ralladura de una naranja
• Zumo de dos naranjas
• Aceite de oliva – 175 ml
• Cabello de ángel
En una sartén añadimos el aceite de oliva a fuego flojo e incorporamos
el anís verde y el ajonjolí durante medio minuto para aromatizar el
aceite. Verter este aceite cuando pierda calor sobre la harina tamizada,
junto con el aguardiente los vinos y el zumo de naranja y la ralladura.
Amasar y dejar reposar. Después se hacen bolas del tamaño de una nuez y
se aplastan con las manos o un rodillo de cocina. Se le añade un poco
de cabello de ángel, se cierra y pega con ayuda de un tenedor.
Freír los borrachuelos por tandas hasta que queden dorados en abundante
aceite con una cáscara de naranja. Una vez fritos se apartan en un el
plato para que suelte el aceite y a continuación se pasan por el azúcar.
La Sra. Carmen se dispuso a hacer los borrachuelos esa Navidad para
enseñar a su nieta, con cuidado de que no se acercara al fuego. Como su
memoria ya no era tan buena como antes, tuvo que recurrir a la receta
que ella misma le había dictado hacía poco tiempo. Mientras preparaba
los ingredientes recordó cuando ella era como su nieta y le ayudaba a su
abuela a hacer la masa, no necesitaba ningún papel, cada paso estaba
grabado en la cabeza de su abuela desde hacía mucho tiempo. Sus pequeñas
manos reunieron las semillitas que aromatizaban el aceite, estaban
guardadas en la despensa en pequeñas latas, de un año para otro. No la
dejaban acercarse al aceite caliente, pero si a la masa templada cuando
tenían que darle forma y rellenar con el cabello de ángel, que ella
probaba con disimulo. ¡Que dulzura!, ese era el sabor de la Navidad, que
tardaba todo un año en llegar, en la que le permitían jugar con un
trocito de masa, hacer bolitas aplastarlas y quien sabe que más. No
comprendía por qué después ni siquiera la echaban en la sartén, con lo
bonita que le quedaba. Cuando la sartén estaba llena de borrachuelos
tostándose desprendía un olor que lo llenaba todo, tanto, que había
momentos que no cabía el aire para respirar, y el ambiente se cargaba de
un vapor invisible que alimentaba con solo respirarlo. Cuando la gran
mesa de madera se llenaba con la fuente de borrachuelos recién hechos,
los tazones de leche caliente y alguna copita de anís, no había duda:
faltaba muy poco para que llegara la Navidad.
Pilar Z. Heras. Noviembre 2019
Premiado en el Concurso de Cuentos de Navidad de Ojén (Málaga) 2019
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