lunes, 5 de abril de 2021

PONIENDO COTO A LA DESIDIA, por Mariví Verdú

A veces puede asombrar lo complicado que resulta sacar tiempo para las cosas importantes y con la facilidad que somos capaces de perderlo en trivialidades, cuando no en idioteces. Es un acto de locura ver cinco horas seguidas la televisión sin quejarse y dejar de leer, por un hora al menos, un día a la semana aunque sea, a algunos de los Migueles, ya sea Cervantes o Delibes, cualquiera de sus obras, o de cualquier otro autor poniendo las excusas más absurdas, tales como: no encuentro el momento, me duelen los ojos, se me caen las gafas, se me queda dormido el brazo, se me mueven los versículos y me mareo leyendo, no sé lo que leo y tengo que volver tres veces seguidas al mismo párrafo y al final...me duermo. Peor aún cuando sueltan eso de: no me gusta leer.

Pues algo así de estúpido y de imperdonable es lo que me sucede cuando, antes de sentarme a escribir, busco cualquier argumento para explicar este abandono al que someto a mi intelecto dejándolo en el más despreciable sinsentido, como si me hubiese declarado la guerra y hubiera cogido el arma más lenta y dolorosa de todas: la desidia. Hace ya un mes que no cuelgo nada en mi blog pero lo que más me asusta es que se me mueren los argumentos de mi próxima novela mientras veo cómo me engulle el sillón presa de una apatía intolerable, que pierdo el pulso, el temblor del poema mientras soy presa de una bulimia totalmente neurótica y me olvido de un acto tan necesario como escucharme y dar gracias por tener corazón. Me siento prisionera de una depresión injustificable, precisamente ahora, cuando la vida no me cuesta tanto trabajo y parece que la cuesta arriba ha llegado a un descansillo...

Ayer estuve reflexionando mientras limpiaba la nevera. Mucho. Casi lloro haciéndome propósitos de enmienda. Hice una lista negra de cosas que no volverán a estar en mi frigorífico, no tengo veinte años, y me juré no comprar nada que sea prescindible. El día lo había comenzado oyendo ‘La bohème’ y arreglando la casa. Oyendo a Nicola di Bari y Aznovour la vida cobra sentido y los recuerdos se levantan como nuevos y me cargan las pilas. Hoy me levanté cuando aún era de noche y volví al cuarto que fuera de mis padres a seguir ordenando y tiraando ropa, esa que tanto me cuesta el desprenderme. He tirado bastantes cosas pero quedan muchas más. Quiero dejar el ropero vacío, la casa vacía, que levitemos ambas, que nada material me ate a este mundo. Y la verdad es que me ha sentado tan bien que aquí estoy contándolo.

Y esta mañana de lunes de pascua en la que no se ve Málaga por la niebla y parece que anduviésemos perdidos entre nubes, siento un profunda necesidad de escribir, de sentir, de tomar las riendas de mi voluntad, de volver al tajo y recuperar mi conciencia. El sillón no es culpable de nada, el pobre está ahí para ofrecerme descanso. Primero lo hizo con mi madre y ahora lo hace conmigo. Es un objeto querido pero nada más. Útil y necesario pero no insalvable. Mi inercia no es definitiva todavía, es curable y tengo verdadera fe en que así será. No quiero ningún periodo de recuperación. Voy a echarme agua fresca en la cara y a decirme delante del espejo lo mucho que valoro la vida. Voy a darme una patada en el culo que me eche a la puñetera calle y a ver si se me quita este cuento chino. Porque, a decir verdad, la pandemia tiene mucha culpa de lo que pasa pero la única que puede salvarme de mí misma soy yo.

Gracias a cuantos han venido a verme en estos días: mi familia. Me han hecho muy feliz. Gracias a Juan e Isabelita que me han invitado a la mejor cazuela de papas de la historia y han compartido conmigo un resplandeciente y bellísimo jueves santo. Muchas gracias a las amigas que me han mandado su energía positiva, a Ana María Martín, Ana Olmedo y Ana Novell. Agradezco también a mis amigos Juan Miguel González, Fabián Labra y Carlos Prados, a mi prima Nina y a Ana Olirrey sus deseos de resurrección. Y para Eu Bandera. A Eu con mi deseo de que se restablezca pronto y pueda volver a su afición favorita: la lectura.

Desde El Garitón, poniendo coto a la desidia, Mariví Verdú

*La foto es un escapulario que tuvo mi abuela y que lo llevaron sus hijos con un imperdible en la ropa interior. Lo guardo como un tesoro familiar y lo conservaré mientras viva.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...