domingo, 26 de septiembre de 2021

BENDIGO LAS COSAS DEL CAMPO, por Mariví Verdú

No sé qué clase de alineación de astros oscuros está teniendo lugar durante estos dos últimos años. Mire para donde mire, solo veo gente sufriendo, catástrofes, desaliento y no hallo consuelo alguno. Y eso que intento ser positiva: mirar con optimismo cualquier rasgo de bondad de la naturaleza, valorar los actos solidarios y estar agradecida al sol que acude cada día a la cita para darnos su luz. Y sin olvidar en ningún momento que la vida aún me pertenece, o sea, que disfruto un grandísimo milagro. Una de las cosas que me ayudan a mantenerla es respetar mis normas y la más importante de ellas es no dejar nada para mañana que, como dijera Josep Pla, sería dejarlo para siempre. Bien es cierto que se han invertido mi orden de prioridades y se me ha trastocado la concepción del tiempo. Hace varios años, con los ojos pegados, me tiraba de la cama directa al ordenador, a escribir versos e impresiones que me parecían una obligación para con mis lectores y conmigo misma. Hoy han cambiado las cosas, se ha invertido el orden de mi trabajo diario y le echo más tiempo al campo, a faenas antiguas, a las de siempre, esas que repercuten en lo más íntimo. La azada, el pico y la chapulina me mantienen viva y me siento la mar de agradecida y pagada con que las buganvillas se caigan de flores, pueda recoger la cosecha de membrillos, de almendras, de aceitunas... Aunque tengo tan solo para consumo propio, orégano, mermelada de kunquats (fortunela o naranja china), hierbabuena, tomillo y romero se han llevado todas la amigas que han venido a verme. Y me doy cuenta que me importa mucho más un rato de charla con mis próximos que un par de folios escritos sin destinatario fijo. Sin embargo, el gusanillo de la escritura me reconcome por dentro y de vez en cuando pide su hoja y su metamorfosis. 

El pasado año, como una sufridora más del Covid, me tocó aislarme. Perdida en este monte, llevaba sobre mi alma a los que tuvieron que estar al pie del cañón, enfermeros y servicios públicos, desde el dependiente de un gran almacén hasta el mancebo de una farmacia...Y sufrí muchísimo por los niños que no entendían de la misa la mitad y por los ancianos que morían sin socorro. Sin el consuelo de un abrazo, de una visita, de una mirada y atormentada con las noticias, sufrí mi propio purgatorio con un infierno en la cabeza y un cielo en el corazón. 

Aún recuerdo cómo pasó lo de mi pérdida de olfato, así, de la noche a la mañana, y me encontré con que esa parte tan importante de los dones que nos fueron otorgados a los seres humanos y que tan poco valoramos, había desaparecido llevándose mi gusto, mis sabores, mis perfumes, mi memoria y mi seguridad. Pasó en otoño de 2019. Recuerdo haber ido a mi médico par contarle el problema y se lo achacaba a la gran cantidad de medicamentos que había tomad ese año y el anterior para varias bronquitis y un principio de neumonía que sufrí. Asqueada de aerosoles porque me asfixiaba y con la sangre envenenada de potingues y una tristeza infinita, sin un duro y más sola que la una, valoré sobre manera el premio que me otorgaron por mis letras flamencas y el viaje que improvisé a Chefchaouen y Arcila en el mes de diciembre. Allí encontré mi olfato perdido. Sin embargo, mi cabeza no podía ocultar el peso de estos cinco últimos años y tomó el color gris de la desidia ¡cuántos siglos me cayeron encima! 

La inquietud que generaba en mí un papel en blanco hace, precisamente ese mismo tiempo, que se ha transformado en un profundo desasosiego, tan similar al miedo o al desencanto que, con la fusión de ambos, ha resultado un terrible monstruo, invisible, orlado de tristeza, que me ata las manos ante el teclado o paraliza mi acción de abrir la libreta, me impide tomar un folio, agarrar el bolígrafo o la nueva pluma tan preciosa que me regaló mi prima Magdalena... Sí, pero ese engendro que me entumece y frena cualquier impulso de escribir, de destapar mi corazón, no sabe que está generando antídotos invencibles, que el agarrotamiento y la inmovilidad que me frena el cuerpo deja mi pensamiento libre, volando en redor mío, tomando fuerzas, buscando adjetivos y nombres olvidados para realizar mi torre y desliar Babel. 

 Si la sensación que siento pudiera describirse, se verían cientos de frases volando a mi alrededor como un enjambre de abejas, libando mi sueño y mi moral, intentando fecundar mi aburrimiento, buscando entre todas mi corazón. Verbos sueltos como amar, reír, soñar o alegrarse que huyeron despavoridos hace mucho tiempo de mi lado -cuando llegaron en bloque otros como temer, frustrar, desengañar y olvidar- vuelven, zumbando en mis oídos, como coplas de las de bailar juntos. Llegan devorando palabras como venganza, desolación, dolor, pobreza, amargura... Llegan y dependerá de mi salud si fructifican. Si así fuera, un río de versos inundará mi vida para siempre y la sombra de algunos verbos inolvidables volverá hecha luz como la piedra que tirara el poeta Juan Ramón. 

Desde este Garitón adornado de domingo y cielo azul, espero que la justicia alce su pequeña bandera blanca sobre mi cabeza y se abra mi corazón a la esperanza. Mientras tanto, colocaré entre mis ojos el bindi y sobre ellos mis gafas y escribiré en recuerdo de mi padrino Muñoz Rojas bendiciendo las cosas del campo.



Qué la salud nos acompañe. Mariví Verdú

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