El pasado año, como una sufridora más del Covid, me tocó aislarme. Perdida en este monte, llevaba sobre mi alma a los que tuvieron que estar al pie del cañón, enfermeros y servicios públicos, desde el dependiente de un gran almacén hasta el mancebo de una farmacia...Y sufrí muchísimo por los niños que no entendían de la misa la mitad y por los ancianos que morían sin socorro. Sin el consuelo de un abrazo, de una visita, de una mirada y atormentada con las noticias, sufrí mi propio purgatorio con un infierno en la cabeza y un cielo en el corazón.
Aún recuerdo cómo pasó lo de mi pérdida de olfato, así, de la noche a la mañana, y me encontré con que esa parte tan importante de los dones que nos fueron otorgados a los seres humanos y que tan poco valoramos, había desaparecido llevándose mi gusto, mis sabores, mis perfumes, mi memoria y mi seguridad. Pasó en otoño de 2019. Recuerdo haber ido a mi médico par contarle el problema y se lo achacaba a la gran cantidad de medicamentos que había tomad ese año y el anterior para varias bronquitis y un principio de neumonía que sufrí. Asqueada de aerosoles porque me asfixiaba y con la sangre envenenada de potingues y una tristeza infinita, sin un duro y más sola que la una, valoré sobre manera el premio que me otorgaron por mis letras flamencas y el viaje que improvisé a Chefchaouen y Arcila en el mes de diciembre. Allí encontré mi olfato perdido. Sin embargo, mi cabeza no podía ocultar el peso de estos cinco últimos años y tomó el color gris de la desidia ¡cuántos siglos me cayeron encima!
La inquietud que generaba en mí un papel en blanco hace, precisamente ese mismo tiempo, que se ha transformado en un profundo desasosiego, tan similar al miedo o al desencanto que, con la fusión de ambos, ha resultado un terrible monstruo, invisible, orlado de tristeza, que me ata las manos ante el teclado o paraliza mi acción de abrir la libreta, me impide tomar un folio, agarrar el bolígrafo o la nueva pluma tan preciosa que me regaló mi prima Magdalena... Sí, pero ese engendro que me entumece y frena cualquier impulso de escribir, de destapar mi corazón, no sabe que está generando antídotos invencibles, que el agarrotamiento y la inmovilidad que me frena el cuerpo deja mi pensamiento libre, volando en redor mío, tomando fuerzas, buscando adjetivos y nombres olvidados para realizar mi torre y desliar Babel.
Si la sensación que siento pudiera describirse, se verían cientos de frases volando a mi alrededor como un enjambre de abejas, libando mi sueño y mi moral, intentando fecundar mi aburrimiento, buscando entre todas mi corazón. Verbos sueltos como amar, reír, soñar o alegrarse que huyeron despavoridos hace mucho tiempo de mi lado -cuando llegaron en bloque otros como temer, frustrar, desengañar y olvidar- vuelven, zumbando en mis oídos, como coplas de las de bailar juntos. Llegan devorando palabras como venganza, desolación, dolor, pobreza, amargura... Llegan y dependerá de mi salud si fructifican. Si así fuera, un río de versos inundará mi vida para siempre y la sombra de algunos verbos inolvidables volverá hecha luz como la piedra que tirara el poeta Juan Ramón.
Desde este Garitón adornado de domingo y cielo azul, espero que la justicia alce su pequeña bandera blanca sobre mi cabeza y se abra mi corazón a la esperanza. Mientras tanto, colocaré entre mis ojos el bindi y sobre ellos mis gafas y escribiré en recuerdo de mi padrino Muñoz Rojas bendiciendo las cosas del campo.
Qué la salud nos acompañe. Mariví Verdú
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