viernes, 12 de noviembre de 2021

LA HERMOSA CLARIDAD QUE SUBE DESDE EL MAR Y NOS HACE A TODOS DE COLORES, por Mariví Verdú

Es muy agradable sentarme a escribir por puro agradecimiento, emocionada, exaltada por el placer que me ha proporcionado la música y relajada como solo ella consigue dejarme. Esta mañana, frente al televisor, ese aparato que últimamente se ha convertido en diabólico, me he sentido alegre y llena de esperanza. Todo un milagro gracias a la 2. Los Conciertos TVE2 siempre nos ofrecen una buena programación pero la de hoy ha sido muy especial, novedosa, didáctica: Bioclassics, una hora de creatividad que me ha causado una agradable y gratísima sorpresa . Ésta plausible iniciativa es obra de Sheila Blanco Gutiérrez, salmantina de treinta y nueve años, cantante y compositora española, además de comunicadora y divulgadora cultural, muy conocida por fusionar textos con música, tanto clásica como pop, rock, folk y jazz, creando una simbiosis entre lenguajes artísticos, con un estilo muy personal. Asimismo, su trabajo está muy enfocado a la reivindicacion y recuperación de escritoras españolas, como las poetas de la Generación del 27 de las que ha realizado cuidadosas adaptaciones musicales de sus letras. Sheila ha conseguido en este trabajo acercarme a la vida de los autores clásicos a través de sus obras y títulos más representativos, cantándome su biografía a compás de títulos conocidísimos de talentos como Händel, Schubert, Ravel, Vivaldi, Tchaikovsky, Wagner, Beethoven, Bach y Brahms.  Vaya mi más sincera felicitación a Sheila Blanco y a la Orquesta Sinfónica de RTVE dirigida en esta ocasión por el soriano Carlos Garcés, a los Conciertos de la 2 y al programa que han ofrecido esta mañana desde el Teatro Monumental de Madrid.

Esto ocurrió el sábado 17 de octubre y escribí con ferviente deseo de dar gracias por lo aprendido y disfrutado pero se quedó tan solo en deseo y en archivo dormido en mi escritorio. Hasta hoy he estado desconectada de la red, no he podido usar ni mi ordenador ni he disfrutado de wifi, ni de impresora, ni de datos libres en mi móvil...bueno, ya sabéis cómo va esto. El cable de telefonía tenía casi cuarenta años y dijo a morir y se murió. El pasado 28 de octubre pusieron dos postes de ocho metros en mi finca para cambiar el viejo cableado de Telefónica por la fibra óptica de Movistar y aquí ando de nuevo, después de tres largas semanas, de vuelta al tajo, a hablar sola en el silencio, a mandar pensamientos sabe Dios dónde, a convencerme que esto sirve para algo más que para satisfacer una inclinación natural -llamésmole pérdida de juicio, tendencia a la locura o al narcisismo...- vaya, que no es una obsesión como otra cualquiera. La cuestión es que sigo aquí, inmersa en un silencio colectivo, voceando palabras a los cuatro vientos y creyendo que el mundo empieza y acaba en mi portón y solo me utiliza para llevar su cruz. Y su estandarte.

No me he alterado demasiado porque creo haber aprendido a asumir los cambios con una naturalidad que solo permite la vejez o su antesala. En solo un mes ha cambiado la fisonomía del mundo, la triste historia del mundo y la concreta del mío, de mi entorno, de mi casa, de mi vida. La casa se me ha caído literalmente encima, era muy vieja ya, y mi templo, ese lugar que alberga mi alma y que hace aguas por todos lados, también ha dicho aquí estoy yo. Liada de médicos y de especialistas, soy una real porquería. Una más porque todas mis amigas tienen achaques, cuando no por sí mismas, por sus hijos y nietos, por el uso que los demás hacen de su tiempo, por el poco respeto que tienen a sus vidas. No es mi caso pero sufro con los otros porque me importan. Todos mis amigos se van yendo despacio, utilizados hasta la saciedad por hijos tiranos que les han absorbido la salud, consumidos por enfermedades que padecen en la más absoluta soledad, sin respeto a sus muertes ni al legado que han dejado a base de sacrificios y trabajo. Ya solo toca esperar el número de orden que me tocará a mí, yo no sé, nadie lo sabe y menos mal. Mi madre decía que lo mejor que estaba dispuesto en este mundo es eso, que todos tenemos que pasar por ahí. Mientras llega el día -espero que tarde mucho tiempo-, no dejo de bendecir cada amanecer, es un verdadero regalo, un lujo: los días están contados. Tampoco dejo de dar gracias por todo lo que ha hecho de mí la persona que soy y por sobrevivir a tanta dosis de tristeza. No puedo entender que haya gente tan desagradecida en este mundo como para no valorar la hermosa claridad que sube desde el mar y nos hace a todos de colores y no padecer ataques terribles de tristeza.

Sé que tengo familia y amigos a los que les importo, sé cuanta gente me importa a mí y sé que vivir se conjuga solo en presente de indicativo pero viva siempre en mi corazón el pasado hermoso y el futuro esperanzador para afrontar la vida que me queda con la dosis justa de alegría y la tristeza justa que me otorga la razón.

Desde El Garitón, pidiendo la sagrada lluvia, Mariví Verdú. 

Madroño de Belvis.
Foto de Pedro Durán.

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