Es necesario poner en valor la vida y los momentos que la hacen digna de ser vivida. Es por esto que me siento esta mañana a las cinco delante del ordenador y pongo en marcha mi memoria reciente -esa que a los mayores nos cuesta mantener despierta- para dejar constancia del día de ayer desde el mismo momento que subió el sol por el cielo. Es de justicia.
De entrada, me despierto en otro lugar que no es El Garitón y tengo que pensar cómo echar el pie al suelo porque el acto se torna distinto. Sin embargo, sé que es bueno salir de vez en cuando de nuestro lugar habitual, salir de la zona de confort que nos brinda nuestro hogar, en mi caso de este campo familiar y conocido desde donde diviso una Málaga pequeña, recortada en azules de agua y cielo, perfilada por montes redondos y malvas y rebosante de luz y de vida. He de confesar que desde aquí se idealiza bastante cualquier cosa. La lejanía tiene eso. Pero la cercanía tiene matices tan hermosos, contiene detalles tan especiales que necesito contarlos, cantarlo en voz alta, compartirlos. De ahí mi razón de escribir.
Porque hay días que contienen regalo. Cualquier día, si lo miramos bien. Especialmente cuando coincidimos con los demás en darle a las horas un carácter especial, dedicar un tiempo a compartir, a comunicarnos, a ser felices, a dejarnos mimar y facilitarnos un bienestar que hemos ganado a pulso porque todos somos mayores de 55 aunque algunos, como yo, hace quince años que los cumplimos.


Considero que entre todos los regalos de la vida luce con luz propia la amistad. Hace tiempo que valoro en su justa medida tal palabra. La gente va y viene por nuestras vidas, pasa o se queda. Hay quien se queda un tiempo y hay quien se queda para siempre. Desde luego, si nos han pasado por el corazón, quedan en nuestra memoria con el mismo aura que tuvieron mientras duró la amistad. Solo la pierde quien la quiere perder y la encuentra quien comparte y respeta, quien cuida y mantiene la llama encendida. La muerte también hace que se ponga punto y final a la amistad pero de diferente modo. Los amigos muertos se llevan nuestra memoria pero se convierten en nosotros mismos, viven con nosotros y a veces les dejamos ver el presente por la ventana del recuerdo. Ay, la amistad, ese don de la infancia, esa obsesión de la juventud, ese apoyo de la madurez y ese retorno a la pureza que tiene en la vejez... Definitivamente es un regalo.
Ayer, sentados a la mesa y compartiendo el pan y la sal, sembramos varios granos de amistad, no sé si tallos o esquejes... es lo mismo. La verdad es que pintamos de color el día, hubo armonía, buena sintonía, ganas de darnos. Y como he sido de dar siempre, de dar mucho, de darlo todo, recibo ese bumerán intensamente, siempre dirigido a mi pecho. Y aunque no siempre se recibe lo que se da, da lo mismo: en dar está la virtud. En dar está la magia. En dar está el secreto de la vida.
Desde El Garitón , bajo un cielo luminoso y un sol radiante, Mariví Verdú