martes, 17 de octubre de 2023

DONDE DIJE DIGO, por Mariví Verdú

mi tío Gabriel
Corría la década de los cincuenta. La carretera de Cádiz estaba flanqueada de huertas y el display de la Costa del Sol no se había desplegado todavía. Nuestro paraíso lo descubrieron algunos extranjeros que venían buscando el rayito de sol perenne, la alegría de los azules y la bondad del agua de nuestras fuentes. Mi familia y yo vivíamos en los Portales de Gómez 62, relativamente cerca de una vaquería, al lado, lo que pasaba antes es que todas las distancias había que salvarlas a pié y nos parecían de otra medida. En aquel Corral de las Vacas se crió Antonio Molina, amigo de mi tío Gabriel, el único hermano de mi madre que yo conocí. Podía haber sido famoso, casi tanto como su amigo, porque cantaba muy bien pero se dedicó a ser feliz en un amoroso anonimato y a trabajar en su oficio hasta la muerte. Solo cantaba cuando tenía ganas, mientras trabajaba de mecánico en Finanzauto o en las fiestas familiares después de pedírselo un buen rato: ¡Anda, Gabriel, cántate algo! ¡Venga, Gabriel, hazte algo, lo que sea! ¡No te hagas más de rogar, Gabriel! ¡Óle, Gabriel! Y así Navidades y resto de fiestas familiares. Una vez, a petición de los compañeros, fue Radio Nacional de España a grabarlo mientras estaba en plena faena en el taller, cantando como los ángeles. Se hubiera callado de saber que lo estabn grabando. Se hacía rogar mucho, solo cantaba cuando le daban ganas, cuando era el momento. Sin embargo, yo le oí cada día de mi niñez. A la vuelta del taller, negrito como buen mecánico, se bañaba en el patio y cantaba por cantes de Málaga y otros que empecé a distinguir desde niña. Lo hacía por gusto, para sí mismo, con una media voz preciosa y bien modulada. Tenía mucho paladar para el cante. Hace casi un cuarto de siglo, en unos versos que titulé Sanguinis, recogí la historia. Cuelgo aquí un pequeño fragmento:

(...) Pero Juan Breva, de niña,
se adentraba en mis portales
que sólo son hoy recuerdos
antiguos y memorables.

Patio de mi vieja casa…
Mi tío solía bañarse
en aquel baño de cinz…
Jabón, estropajo y cante.

Se cantaba por Jaberas
y Serranas como nadie.
Fue él el que me enseñó
a diferenciar: La clase

que tenía Canalejas
Manolo Vargas, los cantes,
de los hermanos Mairena,
Antonio al taconearse.

…Y escuché hablar de la Trini,
del Canario, el Pena padre,
de Toronjo y el Fandango,
de “El Gallina”, “El Chocolate”,

de Pepe el de la Matrona
de caña,  polo y cabales,
de las hermanas de Utrera,
Vallejo, Beni de Cádiz…

Me enseñaron a escuchar,
que el saber está en callarse,
o decir un ¡ole! al tiempo
que el alma hacia fuera salte.

Con todo lo que aquí cuento
nadie podrá preguntarme
si a mí me gusta el flamenco…
¿Cómo podría no gustarme? (...)

La verdad es que hoy os he contado otro poco de mi vida, os he destripado un poco de mi próxima novela, un ejercicio de memoria para olvidar lo que de verdad quería haber hablado: de la hipocresía, del Premio Planeta, del millón de euros de la Sonsoles, de la mala suerte del chico cordobés Álvaro Prieto, del pánico de las guerras recrudecido por minutos, en resumidas cuentas: de la mala leche que gasta la mayoría del personal de este mundo redondo que da vueltas y del infortunio de tantos otros. Parecen olvidadrse que unas veces estaremos boca arriba y otras boca abajo.. Había empezado con este párrafo que os dejo a continuación pero no podía seguir, no podía. Estoy derrotada.

¿Dónde fueron las almas, en qué huida de nosotros mismos las perdimos? ¿Y qué es un hombre sin alma, con la conciencia muda, a solas con su propio vacío? ¿En qué animal peligroso nos convierte la carencia de afectos? ¿Adónde irá esa carne, ese montón de huesos  sin memoria? La guerra está en la televisión como un magacín más, muy moderna la cosa, muy informada, inmediatamente informada, retransmitida con cortos de muertes a gogó, matanzas en directo que dan a horas puntas, dentro de los informativos, mientras engullimos un plato triste en la soledad más absoluta y no queremos creer que sean de verdad, que se van para siempre, que se les roba el derecho a crecer, a estudiar, a pensar y a enamorarse... ¿Cómo podríamos comer si no, con la que está cayendo?

No podía seguir escribiendo sin darme un cabezazo contra la pared. Y opté por recordar la infancia, esa que le están robando a tantos niños. Y, por si sirve de algo, os diré que mi corazón es niño y a veces está en países que no he pisado nunca. Y a la pregunta de Claudio Rodríguez ¿Por qué todo es infancia? contesto siempre: pues... porque sí.

 Desde El Garitón, esperando la lluvia con desesperación, Mariví Verdú

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