martes, 9 de abril de 2024

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindible, el corazón en el pecho, los ojos abiertos, una libreta y una pluma. Ya cuento con amor y alas invisibles, los dos materiales de mi legendaria alfombra mágica, esa que me llevará al destino. Y el tren. En mi caso sé bien lo que significa viajar por railes, estoy familiarizada con las vías desde niña que para algo soy hija y nieta de ferroviarios y he contado con kilométrico hasta finales del siglo XX. He conocido trenes de madera, carbonilla en la cara, lentitud y guardagujas. Deseaba, hace ya varios meses, ir a Talavera de la Reina, pero he pasado un invierno malo y mis piernas no me han permitido muchas cosas. El objetivo era ver a los míos, conocer su nuevo hogar y disfrutar juntos de unos días en familia. Y mira por dónde encontré hace menos de un mes la ocasión perfecta que era a la par otro de mis deseos: ir a ver la exposición de Isabel Quintanilla en el Museo Thyssen-Bornemisza. Y como hay que pasar por Madrid para ir a Talavera, el pasado jueves cogí el AVE dispuesta a la aventura madrileña. Mi vida siempre ha sido y sigue siendo una maravillosa aventura. Cuando joven, por todo lo que tenía por descubrir, de mayor porque sé cuánto queda aún  porque aún queda todo. A la postre nos iremos in albis sabiendo una única cosa: la efímera magnitud del tiempo.

Miro mi billete: mi coche es el número 12. El tren está situado en la vía 2 y en el primer lugar del andén, cosa que agradecí porque no tuve que andar prácticamente nada. Intuí que saldría la última en Atocha. Llevo una maleta con lo indispensable, un bolso con todo lo demás y el móvil a mano. Me acomodo en mi asiento, tengo ventanilla y solo deseo que la persona que venga a mi lado sea tranquila. Viene una chica de treinta y tantos. Saluda. Es argentina. Viene vestida como una ejecutiva y trae una mochila negra y repleta, a punto de estallar pero ordenada y una maleta que coloca en el portaequipajes.  Abre su mesa y saca una botella de agua con gas. Seguidamente y en un orden casi mecánico se llena las manos de tecnología: enciende su móvil, su iPhone y  su portátil. En la pantalla de éste todo aparece en inglés. No hay ni el mínimo conato de conversación, algo que, asumo y agradezco. Hay más gente en el coche: hay quien duerme, quien mira su portátil, quienes llevan el móvil como extensión inseparable, con auriculares y sin ellos; un hombre que lee y una mujer -ambos de pelo blanco- que escribe a mano en una libreta, esa que soy yo. Sí, soy un viejo hábito de persona, una rara individua aún no dispuesta a extinguirse que recoge con signos el recorrido que hace por este mundo, cercana ya la terminal, oh estación del silencio, donde no sé si cantarán los pájaros, si me esperan más puertas inexpugnables todavía o si alguien encontrará mis libretas y las volverá a abrir el feliz día de mi regreso al mundo. El señor que lee pone su atención en un libro titulado “La sangre del padre”, de Alfonso Goizueta, obra finalista del Premio Planeta sobre la vida de Alejandro Magno. Lo sé porque lo cerró por un momento cuando se dispuso a estirar las piernas, ya cerca de Córdoba, y pude ver su portada. Yo no me levanté en las escasas tres horas del viaje Málaga- Estación de Atocha y seguí tomando notas, apuntes e improvisando versos mientras mi compañera de asiento se cansó de cosas serias y se puso a mirar artículos de moda, ropa y joyería. Todo seguía en inglés.

Pasan los olivos delante de mis ojos, ordenados en hileras o al tresbolillo, sobre una capa de finas y tiernas yerbas. Parece que quisieran quedarse atrás, mirar hacia otro lado, pero son tan inmensos que, mientras el tren, tan veloz, corta los campos, ellos no hacen otra cosa que eternizar el paisaje

En un ejercicio de memoria, seguiré mañana aunque hayan pasado ya veinte días de este  viaje. La distancia en el tiempo no hace más que sublimar cualquier momento como mi estreno de la primavera 2024 en el centro de España, rodeada de todo lo que me gusta y tan feliz en el Paseo del Prado como en la ribera del Tajo. Bueno, junto al río mucho más...

Desde este Garitón que no deja de ser fértil, rodeada de rosas y de acelgas, Mariví Verdú  

jueves, 29 de febrero de 2024

DÍA DE ANDALUCÍA Y EL ARTE DE GREGORIO VALDERRAMA, por Mariví Verdú

Hay días que merece la pena ser contados, anotados y retratados para revivirlos después en el recuerdo, como el día de ayer. El cartel que conformaba la fiesta del Día de Andalucía, organizado por la Federación Malagueña de Peñas, Centros Culturales y Casas Regionales “La Alcazaba” así lo prometía: Gregorio Valderrama como pregonero y Pedro Gordillo al piano y la dirección artística. Contó con las actuaciones de Sylvia Pantoja, Chaparro de Málaga y Niño de Chaparro, Alexis Molero y la Panda de Verdiales “Amigos del Rincón del Cante de las Castañetas”. Después continuaría el acto institucional con la entrega de banderas a entidades pertenecientes a FEMAPE poniéndole broche final la actuación de la Banda Municipal de Música de Málaga. Sí, amigos, una fiesta por todo lo alto la que celebramos ayer en el Auditorio Edgar Neville de Málaga.

Reunirse con amigos siempre es motivo de alegría y ayer, además, fue motivo doble de satisfacción y orgullo al disfrutar el pregón de Gregorio y la música de Pedro Gordillo en presencia de tantos viejos amigos que nos reunimos en su entorno. Gregorio Valderrama, flamenco de estirpe, cantaor y conocedor profundo de los cantes y de la historia del flamenco fue presentado por el pregonero del pasado año, mi querido Rafael Prados. La actuación de Sylvia Pantoja dio comienzo con el Himno de Andalucía y el auditorio al completo en pié y emocionado. Adelantó algunos títulos de su siguiente disco (espero por su bien que se aprenda la letra de Pena, penita, pena) y continuó con la puesta en escena de Alexis Molero que nos cantó un precioso pasodoble titulado Mi tierra”, con letra de Gregorio Valderrama y acompañado al piano por Pedro Gordillo. Una canción que se pega al oído, un regalo. Los Chaparro nos hicieron una tanda de fandangos dando muestras una vez más del arte familiar y Gregorio y Pedro nos regalaron “Andalucía la que divierte”, de Suero y Távora; nos trajo como presente la voz de su tío Juanito Valderrama con el Romance del cante jondo, de Julián Sánchez Prieto, con la guitarra de Ramón Montoya, una joya de 1942 para los aficionados y nos deleitó con su “Romancillo del Pericón" (Jácara al aire andaluz), un recital entre versos y coplas que nos hizo reír y emocionarnos poniendo con su romance a todo el público en pié y roto en aplausos.

Tuve la suerte de haber oído esos versos de Gregorio en petit comité, delante de unos platos de jamón y lomo en manteca en nuestro rincón flamenco y he de decir que aún los disfruté más ayer en el teatro. Gregorio estuvo espléndido, generoso, improvisó versos necesarios, todo un artista en la más honda dimensión de la palabra. Y para terminar su actuación dio paso a nuestros queridos amigos de la panda “Amigos del Rincón del Cante de las Castañetas” que hicieron coplillas del himno con el arte y la compenetración que les caracteriza. Con ello concluyó la parte artística del acto para continuar con la parte institucional, entrega de placas, recordatorios de su paso por escena a los artistas mencionados, de banderas de Andalucía a diferente entidades y la intervención de la Banda Municipal de Música de Málaga interpretando los himnos andaluz y nacional.

Me sentí feliz por tantas cosas... mi amigo Salvador Pendón me esperaba con un regalo: su libro “A quién le cantaré yo” que venía con una preciosa dedicatoria; me acompañaron mis compañeros de curso UMA+55: Antonia Romero, Susana Gemas, Lola López, Antonia Puertas y Pepe Aguilera) y dos del colegio de básica: Carmen Toro (amigas desde 1964 hasta la fecha) y Raquel. Fue una alegría al finalizar el acto encontrarme con mi amigo Joaquín Cabello y poder abrazar a otros grandes y viejos amigos como Rafael Prado y Pedro Gordillo y sus respectivas esposas o la Familia Chaparro al completo. Me gustó conocer y felicitar a Alexis Molero y besar y abrazar a mi querido Antonio Montiel con quien siempre es un placer encontrarme. Y qué decir del abrazo y felicitación a mi amigo Gregorio Valderrama al que, henchido de emoción, le dije el regalo que supuso su magnífico pregón para todos y especialmente para quien como yo ha venido a este mundo a aprender de aquel que sabe más y ayer Gregorio nos dio una magnífica lección a todos de lo que es y significa el arte.

Está amaneciendo y todo lo he escrito de memoria y de corazón. Puede que me haya fallado algo la primera, pero el corazón seguro que no. El Garitón ya se ha llenado de una luz dorada que bien vale para ponerse pilas. Días como el de ayer son irrepetibles, todos lo son, pero el de ayer es día para recordar. La visita de una amiga, Antonia Romero, que me acompañó en una tarde de mantita y película. De ayer también nace el compromiso de colaboración de mi amigo Rafael Alvarado para ilustrar mi libro de poemas “De Dios y de su falta”, versos que saldrán a la luz próximamente, y para acabar el día disfruté una videollamada de los míos que me llenó de paz el corazón. ¿Se puede pedir más para un Día de Andalucía?

*Gracias a todos los amigos que me han cedido sus fotos para ilustrar esta crónica. Por cierto, el verso que le faltó a Sylvia en la copla dice: 
"Es  lo mismo que un nublado de  y pedernal... (...)

viernes, 16 de febrero de 2024

SALVADA POR LA MÚSICA Y LOS ALMENDROS, por Mariví Verdú

Ayer asistí a lo que hubiera podido ser un suicidio, de no ser por la música. A punto estuve de meter chillidos. O de cortarme las venas, éstas que cada día son más azules y más dilatadas, pero lo dejaré para otra ocasión más íntima. Y es que ayer me pareció una tarde lastimosa: no se tecleó ningún misterio.  ¿Dónde se quedó anoche la poesía que no acudió a su cita bajo las estrellas? Y mirad que cerré los ojos para buscarla estando lo más atenta posible a las palabras, alerta entre frase y frase, esperando encontrarla en el monólogo donde se hablaba de todo menos de ella, con ella o para ella. Cerré los ojos porque la presencia del público que acudió a la biblioteca no quería que me distrajese, pero no vino, anoche no vino la poesía, ni con Pablo García ni con nadie. Solo a la vuelta, cuando la foto que os comparto, con los almendros. Todo está consumado. Las hojas muertas me salvaron la vida en la extinguida mañana de carnaval. Sola la música me llevó sobre el arco iris en la magia de Oz. Solo la música, sí, ella y su aire me salvaron la vida. Gracias a Pablo García Trío.

Por día que pasa me siento más desconectada del mundo, más irascible y crítica, más perdida en este absurdo teatro -a veces institucional- en el que lo hemos convertido. Ayer hubiese preferido una pantomima: mejor un mimo que un fiasco. Y me pregunto ¿Que criterio siguen estos seres privilegiados que organizan y manipulan el dinero público para programar actos literarios? ¿Quién escoge a los autores? Mi desconfianza es total ante estos personajes que manejan y protagonizan la cultura.  

Tengo la sensación de haber entrado en bucle, de vivir en un déjà vu donde suelo imitarme. Y puede que sea porque he escrito tanto, sobre tantas cosas durante tantas madrugadas, tardes y noches de mi vida... Sin editor alguno, entregando el corazón y la palabra con la generosidad del creador a toda la humanidad que me encuentra por las redes. Sí amigos, he dedicado más de media vida a expresar mi particular visión del mundo, mi pensamiento crítico, mi prosa -casi siempre poética-; he volcado mi imaginación en cuentos y relatos, mis sentimientos en poesía, mi vida en palabras. Sé de lo que hablo y la poesía no vino anoche.

Hablo de poesía porque sé de lo que hablo, del profundo respeto que me causa la más bella manifestación literaria y del tiempo que he dedicado a perseguirla, a reconocerla, a vibrar con su ritmo, con los rasgos de su particular lenguaje. A conseguirla. A poner todos mis sentimientos en buscar la belleza y la música, la voz propia, singular y, por ende, común a todos los poetas. Ayer me di cuenta de que no era el momento ni el lugar para perder mi tiempo y me vine con ganas de llorar.

Hace mucho, exactamente dieciséis años, escribí un artículo al que di por titulo  “La próxima sombra” Hoy, mientras escribía, se me vino a la cabeza la frase con la que lo rematé y decía: Hace mucho que lo sé, que vivimos en el reino de las sombras. Y suelto veneno por la boca de tanto que me han inoculado. Por eso, la poesía, oh bello encubrimiento, se ha vuelto tan terca a mis sentidos. Sin palabras de amor la vida es nada. La razón poética, aquella que daba nombre a las nubes, se ha vuelto contra mí como el invierno. Poco ayuda a vivir la observación del mundo que hemos hecho. Cada día soy más salvaje, mucho más animal y primitiva. Pronto habrá que dedicarse a Dios. O al canibalismo.  

Por cierto, “Over de Rainbow” tiene autor, un poeta llamado  Edgar Yipsel Harburg. Un poema al que puso música el compositor Harold Arlen resultando así una canción fantástica y oscarizada en 1939, mientras aquí llorábamos a nuestros muertos en la guerra incivil.

En un día gris de febrero, desde El Garitón cubierto por nieves de almendro, Mariví Verdú

domingo, 4 de febrero de 2024

EN LA VERDE OLIVA CANTA, por Mariví Verdú

Ayer tarde tuve la afortunada decisión de dejar por un rato mi reposo y asistir a un acto que se celebraba en la peña flamenca “Torre del Cante”: la presentación del libro A quién le contaré yo... de Salvador Pendón. Se intuía interesante, dada la trayectoria de su autor y su dedicación al Flamenco y los Verdiales. Quería ver y oír también a dos jóvenes viejos amigos: Alberto Torres y Ríos Cabrillana, dos artistas a los que me volvía a encontrar después de muchos años y que ilustrarían con cante y toque las letras que se desgranarían durante el acto.

La cita fue a las cinco y media de la tarde y allí estuve, de las primeras en llegar. Saludé a todos los amigos y conocidos, subí despacito la gran escalera que lleva al salón de actos y allí esperé hasta que subieron todos junto a las autoridades de mi pueblo, dando así comienzo la actividad esperada. Después de la intervención de María Donaire, hija de Antonio, presidente de la entidad, que dio a todos la bienvenida a la peña, de la presentación que nuestro alcalde Joaquín Villanova hizo de Salvador Pendón, llena de agradecimientos y admiración personal, y de las palabras de nuestro diputado de Cultura Manuel López, comenzó la magistral intervención del autor, una amena exposición llena de verdaderos hallazgos, anécdotas y datos interesantísimos -los que solo en este libro pueden encontrar- y el concierto flamenco que acompañaba a cada letra citada y anteriormente comentada.

A quién le contaré yo...
es un cuidado inventario material y espiritual de los cancioneros españoles del siglo XIX, fruto de la investigación exigente y rigurosa de Salvador Pendón. En él reivindica algo que me interesa sobremanera y es el lugar que le otorga a la lírica popular anónima, justo motivo que ha dado sentido también a todo mi trabajo literario y a mi modesta aportación como investigadora: devolverle el lugar de honor que merece a la palabra cantada, recordada y escrita y el protagonismo que por justicia le corresponde a sus anónimos creadores, conservadores y, como es en este caso, estudiosos que dedican su tiempo y su maestría a dejarlo todo bien ordenado en un libro imprescindible. Es el segundo de lo que será una trilogía compuesta por Si quieres que yo te cante y que acabará con Ni la fuente más risueña que ya está a punto de salir a la luz. Todos ellos han contado con el respaldo y la colaboración de la Diputación de Málaga y su centro de ediciones.

Solo puedo desde aquí dar las gracias a los tres protagonistas de la tarde, a Salvador Pendón por enriquecernos con su trabajo, por hacernos partícipes de sus conocimientos y regalarnos el acceso a datos e historias que prenderán la llama en las nuevas generaciones de investigadores haciéndoles más fácil el camino. Gracias por su generosidad. Y a Juan Francisco Ríos Cabrillana por haberse tomado  tan en serio desde chico su profesión de cantaor de flamenco y por habernos ilustrado con su voz limpia las oportunas coplas antiguas que tanto nos han emocionado. Agradecer también a Alberto Torres su toque depurado y preciso y que asistiera acompañado de dos preciosidades: su hija Carmen y su esposa Lidia a quienes tuve el gusto de conocer. De su niña, de tan solo cuatro meses, me guardo la sonrisa tan preciosa que me echó. Toda la magia de la tarde se puede resumir en ella.  

El acto fue todo un éxito, con un lleno absoluto, inusual para una tarde de sábado, y un final muy espléndido ya que se les obsequió a los asistentes con un ejemplar del libro y Salvador estuvo dispuesto a dedicarlo a quienes quisieron llevar su firma de recuerdo. Antes de despedirnos con besos y abrazos, nos quedamos un rato en la peña alargando tan grato momento.  Quiero destacar a varias personas entre los asistentes: a Juan Moreno, presidente de mi peña Rincón del Cante de Las Castañetas y a varios socios, entre ellos a su hermano José María; a los concejales de Cultura y del Mayor, Andrés García y Miguel Pacheco, a algunos representantes del mundo de la Fiesta, entre los que nombro a Ramón Santamaría, alcalde la panda Raíces de Málaga y a María Elena Pino “La Cuqui”. Y cómo no a mis buenos amigos Salvador Rodríguez y Juani Soler.

Gracias, Salvador, por ofrecernos el fruto de tu trabajo, dos años de investigación, de dedicación, de cariño y pasión por este mundo que nos une en el tiempo y la afición. Y gracias a la vida que me deja disfrutar momentos como éste.

Desde El Garitón, aprovechando un insomnio lúcido y productivo, aún con el eco bellísimo y triste de la copla:
En la verde oliva canta,
que canta en la verde oliva...
¿Qué pájaro será aquel
que canta en la verde oliva?
Corre y dile que se calle
que su cante me lastima.


Por cierto, qué bonito el romance que la contiene y qué interesante. Lean el libro.
Con admiración, Mariví Verdú

domingo, 21 de enero de 2024

MEZQUITA FUNERARIA DE CALLE AGUA. A LA MEMORIA DE ACHOUR AICHA, MADRE DE AHMED LARINOUNA, por Mariví Verdú

El pasado doce de enero, gracias a la invitación de la profesora Carmen Íñiguez que atendió la visita, estuve con mis compañeros de UMA en el enclave arqueológico “Mezquitas Funerarias de Málaga”. Un lugar que desconocía a pesar de la vinculación que me une al nombre de su ubicación y mi amor por todo lo malagueño. Me pareció tan interesante que volví el pasado domingo porque quería compartir el descubrimiento con mis amigos UMANOS con los que comparto inquietudes y suelo salir de excursión, de almuerzos y de rutas de senderismo. Como la entrada tiene un número máximo de asistentes, no pude realizarla con todos los componentes del grupo. De todas formas, quien quiera ir, que busque en  Internet la página, poniendo “Mezquitas Funerarias de Málaga” y podrán leer al respecto, contactar y reservar una visita.

En el número 22 de Calle Agua, donde la ermita del Rescate, casi al final de Calle Victoria a la derecha, se conservan dos mezquitas funerarias y un mausoleo del periodo almohade. Dichas construcciones se datan entre los siglos XII y XIII y formaban parte de la necrópolis de Yabal Faruh, cementerio de la Málaga islámica, que desde el siglo X hasta la conquista de los Reyes Católicos estuvo en uso. Durante cinco siglos se usó y fue creciendo, tanto en extensión como en densidad de enterramientos, hasta alcanzar una superficie que se desplegaba desde las inmediaciones de la Puerta de Granada hasta Calle Agua y desde la ladera de Gibralfaro (nombre que proviene del árabe Yabal Faruh) hasta El Ejido.


Aunque tomé algunas notas de cuanto Carmen Íniguez fue contándonos al respecto, he recurrido a esta página que nos ofrece la Junta de Andalucía para ampliar la información que mi retentiva no pudo memorizar. Resume perfectamente los puntos más importantes que nuestra profesora nos contó como que las mezquitas son únicas en su género y que
su descubrimiento a principios de los 90, supuso la primera constatación del uso de estos edificios como recinto de numerosos enterramientos dentro de un cementerio público, caso del que no se conocen más ejemplos en al-Andalus.  Se construyeron con materiales sencillos, muros de mampostería y tapial enlucido con estuco ocre, sin ningún tipo de cimentación. Responde al tipo más simple de mezquita andalusí, con una sola nave de planta casi cuadrada y tan solo definida por el nicho del mihrab en el centro del muro de la qibla, que marca la orientación a La Meca y, por tanto, de los enterramientos. 
La singularidad y trascendencia en el mundo andalusí que representan estas estructuras, sobre todo  las mezquitas, propiciaron su conservación in situ y que la Junta de Andalucía adquiriera los bajos del edificio de viviendas en el que se localizan.
Dada su importancia patrimonial se inscribieron en el Catálogo General de Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Zona Arqueológica, en el año 2007.

Hoy quiero compartir este descubrimiento con todos mis lectores y añadir a la experiencia una reflexión que hice dentro del recinto en la segunda visita, recordando a mi buen amigo Ahmed Larinouna que acababa de perder a su madre el pasado día 17, Achour Aicha, de Blida (Argelia), por lo que se lo dedico a su descanso y a su paz.

Es 21 de enero. Estoy dentro del espacio sagrado de la Mezquita Funeraria de Málaga, en su necrópolis, escribiendo bajo la tenue luz que ilumina los restos arqueológicos donde se siente el paso del tiempo que no el silencio que lo rodea todo y será el mismo que fuera por entonces. No sé si cabe mi poesía en esta historia de antiguas muertes pero siempre cupo en el silencio. Y a ello me dispongo, entregada a divagaciones, con mis cinco sentidos puestos en los hombres y mujeres que aquí yacen, los que amaron y murieron esperando el paraíso.

Podría ser una simple observadora pero vengo llena de letanías y de lágrimas a buscar en el polvo la historia de los míos, la del hombre perdido entre su corazón y el vacío,  muerto de miedo ante su innata soledad, la que desquicia tanto y hace mirar a las estrellas con esperanza de vida eterna. Buscando un dueño único y todopoderoso que tenga piedad de él. Por estas cosas, cuando voy a un cementerio, da igual el credo al que pertenezcan sus moradores, suelo ir con respeto mientras experimento la sensación de paz que el silencio de los recintos me presta, el mismo que me sirve de excipiente para el pensamiento y de referente para el futuro que me espera y que no dista absolutamente nada del que tuvieron los primeros hombres que lloraron al sentir la inmensa orfandad humana o los que prefirieron buscar una fe para no morir del todo. Todos soy yo, yo misma. En mí vive la incógnita y en mi queda la flor de la esperanza.

No ha cambiado el dolor de las despedidas desde que caminamos erguidos y nos multiplicamos. Desde que experimentamos ser dueños de algo que llamamos vida o encontramos nuestro parecido en unos ojos de niño recién nacido del que su olor nos resulta propio.  Las fronteras, las tierras conquistadas, los clanes, las religiones pusieron limites entre nosotros desde la creación, desde que estamos aquí, junto a los ríos, en sus desembocaduras, buscando el sustento con trabajo, sudando los veranos, abrigándonos del frío, cobijándonos de la lluvia, doblegando a la naturaleza, temerosos ante el rayo, la noche y la fiebre, ante las fieras entre las que ya casi nos contamos de no ser por el culto a la duda abierta ante la muerte.

Después de siete u ocho siglos, el agua sigue corriendo bajo mis pies dejándome a su paso una vieja esperanza de abluciones. Y aquí estoy, despierta aún bajo mis canas, con los ojos cansados de llorar y asombrados de belleza, mirando vuestros restos con las manos tendidas y el corazón abierto. Porque dormís aquí, bajo unas lajas, tumbados sobre el lado derecho y mirando a La Meca, mitad polvo y mitad protagonistas de la historia, mientras yo sigo escribiendo, recordando lo bello y buscando entre muertos las flores del árbol de la vida.

De reposo por una temporada, en El Garitón, en mitad de un campo que me obliga al agradecimiento y acompañando en el sentimiento a mí querido amigo Ahmed Larinouna, Mariví Verdú


VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...