sábado, 28 de febrero de 2009

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE SE PREGUNTA ¿DÓNDE ESTÁN LOS IDEALES? ¿Y LOS CELTAS?

A veces, muchas veces, la tristeza puede con nosotros. Conmigo puede siempre, se ha vuelto casi mía, cotidiana, casi yo. Y es porque me dejo llevar por ella, porque el estado de tristeza ennoblece -es obligado e inevitable para la raza humana pensante- es un sentimiento respetable y digno, pero ¿qué pasa cuando lo que se apodera de nosotros es el estado de desesperación, ese que llega como resultado de la impotencia, otro sentimiento humano que baraja, hoy más que nunca, nuestras vidas?

Levantarse y ver el sol cada mañana puede tener tantas y tan distintas miradas como sentimientos provoca. Aunque ver lucir el sol siempre debiera ser un motivo de alegría… hay tantos que no lo ven así. Porque el sol nace para todos, es cierto, pero no se recibe igual en una espalda que vive alquitranando carreteras que en un desnudo escandinavo embadurnado en cremas de coco, aloe vera, protección de rayos UVA y otras yerbas… Por tanto, el sol no tiene la misma gracia para unos que para otros. Tampoco es igual para los que viven en la ceguera que para los que tienen útil el sentido de la vista. Y es peor aún sentir el sol, la luna, las gambas, la belleza, la justicia, y otras bellezas terrenales, para los que lo viven sintiendo siempre al prójimo como a uno mismo y sufriendo con sus carencias. Observando la vida que hoy vivimos, me pregunto ¿qué entendemos por prójimo? ¿Quién es nuestro próximo? Como el análisis más cercano que tengo es el de mi propia conciencia y el de las personas de mi entorno, yo me contesto: el prójimo es alguien como nosotros. Un humano, con quien compartimos el mundo, que se le entiende cuando nos deja ver el alma. ¿Y cuándo tiene alma la gente? Pues…por sus obras les conoceréis. Obras son amores, que no buenas razones…este proverbio castellano ¿a ver quién entiende esto ya?

Cuando no vemos alma en las criaturas, cuando no hay amor ni actitudes de humano, nos damos cuenta, por muy acompañado que andemos, que estamos perdidos. Automáticamente, clamamos a Dios (a sabiendas de que vive en otro universo, en el de la fe o en el de la duda, más allá de Ganímedes). Y es que andamos por un caos ciudadano imbarajable en el que las normas -tan flexibles, por cierto- se las pasan por el forro; la educación brilla por su ausencia y los deberes siempre son de otro, nunca de uno mismo, y no existen responsabilidades para con los demás. La entrada en el mundo del bienestar, o traducción vulgar de la democracia, ese bienestar ficticio que para la mayoría se ha limitado a ver la TV, a frecuentar las grandes superficies, a tener un coche y poco más, es un caldo de cultivo de primera para los cínicos y aprovechados, para los carotas y abusones, un campo de acción en el que cualquier idiota puede mandar, cualquier indeseable puede llegar a un ministerio y sentarse en un asiento o poltrona de por vida, porque, aunque se vaya antes de que le llegue la Parca, tendrá un boquetillo en Sudamérica, Suiza o Marbella, o sea, un paraíso fiscal donde echarse a dormir antes de que le metan un mixto. A estos no les alcanza la crisis. Ahora bien, antes de la cita mortal ineludible, lo único que nunca sentirán es impotencia. Y a estos hay que añadir otros humanos, o sea, otros seres con los que compartimos la guadaña y las diarreas, de unos descabezados que tienen acceso y poder en los medios de comunicación de masas, donde sólo nos dejan oír lo que les interesa a los de arriba, que esa es otra: el poder de la manipulación… como si fuéramos imbéciles. Tanta prensa y tanta ostia y todo es mentira. La verdad, la única verdad es que hace un mes se cometía un genocidio en Palestina y ya parece que no ha pasado nada. Silencio + silencio…ahora Pepes y más Pepes y más leches y más habas. Anda que el acojone de la crisis…eso tendría que haber, pero crisis para todo el que tiene y amasa dinero como único objetivo de sus vidas. El dinero debería tener, como los yogures, fecha de caducidad, así habría más en circulación y menos abusos…menuda leche. Recuerdo cuando decía mi abuela: “Cuándo llegará el día que la tortilla se vuelva, que los pobres coman carne y los señoritos mierda.” Pues, eso mismo digo yo. Han pasado casi cincuenta años y está vigente el dicho. Aún existe la esclavitud.

No sé por qué tenemos la mala costumbre de ser olvidadizos cuando de horrores se trata. Espero que siempre haya quien esté aquí para recordarlos. Porque no hay derecho a tanta injusticia, a tanto mal rollo, a tanto mamoneo. Y es que sobra mala gente y no se me ocurre qué podemos hacer con ella, ya que hablar en democracia es clamar en el desierto. Queríamos hablar, cuando luchábamos contra la dictadura. Ahora, que podemos hablar, no hay oídos. Ni dioses que nos socorran. ¿Qué hacemos con el mundo? ¿Reeducarlo?… habría que empezar por educar. ¿Guerra?… no nos vale a los que tenemos Imagine como himno. Y ¿a ver qué hacemos? Podríamos culpar de todo a la política, a la porquería que tienen en la cabeza unos dirigentes que van, desde Guinea, en redondo por el globo, haciendo la pascua; o a una pandilla de funcionarios que no funcionan, a otra de jueces injustos, a los liantes y abusones… podríamos recuperar la guillotina, la pena penita pena o el garrote y la brisca… pero es que aquí, nos pese o no nos pese, vivimos en democracia y elegimos nosotros a quienes nos gobiernan, así que ¡qué nos zurzan!

Y, entre medio de la floritura demócrata, había olvidado un fenómeno del genoma humano, los sinconciencia, un espécimen mediocre que ha dado algunas variantes. El más desgraciado es el de los pelotas. Estos, luciendo, como piojillos rubios, se pasan la vida poniéndose o poniéndole vaselina a los energúmenos anteriormente citados para alcanzar favores. Es fácil ver a una bichita de esas, o a un bicharraco con bigote y barriga, en cualquier trasera, lo mismito que un supositorio. Y lo puñetero es que, con esta desgraciada actitud, ellos comen y, aún peor, se comen todo lo que les sobra a los de arriba. Vaya, que entre unos y otros, añadiendo a la lista los tragaldabas de los banqueros, los vendedores de maquinas sustitutas, los nuevos ejecutivos, matasanos y otras yerbas, todas revueltas, la gente de bien se encuentra principalmente en el paro o cerca de él. O, lo que es peor, en la miseria.

Cuando vivíamos en dictadura, estábamos locos por poder hablar, por conseguir la deseada libertad que los jóvenes de mi generación abanderábamos como el mejor estandarte de una pacífica guerra generacional. Ansiábamos la democracia como el pobre espera el milagro del pan. Y ahora, con la democracia en la mano, nos preguntamos ¿qué ha fallado? ¿Por qué el trozo de pan se ha convertido en una mierda como el sombrero de un picador? ¿Adónde nos hemos equivocado? ¿A qué punto de irreflexión hay que volver para pararse, replantearlo y poder dar con la clave que nos tiene sumidos en la desesperación? ¿Por qué hemos fallado, por qué se han perdido los trazados de un mundo justo y en paz?

Y, mientras nos preguntamos todo esto en lo más hondo de nuestras conciencias se dibuja una interrogante. Yo añado otras: ¿Por qué no reaccionamos? ¿Por dónde podemos volver a un camino de soluciones, de paz y de vergüenza? ¿A quién o qué cosa tenemos que apartar del camino para que la vida fluya con armonía, con respeto, con ilusión, con justicia? ¿Adónde se han ido nuestros ideales del 68? ¿Adónde nos hemos dejado la vergüenza torera? ¿Adónde el garbo y la compostura? ¿Adónde la conciencia? ¿Díganme si no es para estar triste?... Es para cagarse en el órgano y en quien lo toca.

Desde El Garitón, donde subsisto providencialmente (todo lo que escribo lo regalo, incluyendo mi Web flamenca y sus fotos), mirándome en una mata de chícharos que crece por día, Mariví Verdú.


A mí me gusta mi pueblo
porque queda todavía
mucha gente que, al cruzarnos,
nos damos los buenos días.

A mi pueblo, Alhaurín de la Torre, dedico esta letra premiada, dentro del trabajo La Soledad, con el I Premio “Francisco Moreno Galván” 2008 de Letras Flamencas.

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