
Después de analizar mis últimos estados de ánimo traducidos para Diario La Torre, un ánimo que empieza a estar tan cansado y tan viejo como tal vez no aparenten mis arrugas, tras meditar y poner en balanza mi actitud y mis artículos, inmóvil y estupefacta ante el mundo que me espera y ante lo que no tiene vuelta atrás, voy a retirarme un tiempo del politiquéo, que no es bueno para mi corazón. Viendo que la vida sólo tiene el sentido que una quiera darle individualmente -por mucho que se empeñe el colectivo en que sea de otra manera- y teniendo la certeza de que los amantes de la palabra, como yo, siempre tendrán otros recursos y hacienda con ellas que no sean tirarlas a un balde de basura. Y como lo último que pretendo es hacerme enemigos por ser franca, por decir que aquellas longanizas que tenía la democracia para atar a los perros se las ha comido el gato, porque ni hay perros ni quedan longanizas, eso era el carnicero de Candelario que estaba como una cabra, quedo de acuerdo con Don Pedro Calderón de la Barca en que la vida es sueño y que una décima vale más que mil palabras y pongo un punto y un aparte a mi vida político-social con sus versos, no sin antes decirles algo que mi abuela Victoria, mi sabia abuela, que viniera al mundo poco después de la muerte de Amadeo I, bajo la regencia de María Cristina, ya dijera: a esta España no la arregla ni el mismito Lucifer.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
"¿Habrá otro -entre sí, decía-
más pobre y triste que yo?"
Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Dedicado a los sor-prendidos, lite-ratos, lis-tillos y uni-versi-tarios de una i-lusa que habita en el limbo de los almendros. Desde El Garitón, con amor. Mariví Verdú
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