miércoles, 2 de marzo de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE en JUGUEMOS AL VACÍO

En esta viña del señor no todo son uvas. Hay parásitos, pocas-luces, distintas gamas de estiércol y una vieja filoxera enquistada que mucho tiene que ver con la envidia y, por qué no, con la misoginia, para qué engañarnos. Hay viñas plantadas en cualquier terreno de la vida y muy grandes en el Flamenco, en la Poesía, en las artes en general.  Estos andaluces ibéricos  -algunos luchan de boquilla por la igualdad de género- que tienen el mango de la sartén sólo dejan vivir del arte a las que les satisfacen la libido, o sea, a las que les engordan el ojo, o a las que ostentan alguna cátedra -a éstas porque no les queda más remedio-. A las que se dedican a escribir o realizan cualquier otra faceta artística y no tienen carné de partido, son mayores, sencillas, madres que se quedaron con el bachiller pero les hacen sombra o, simplemente, porque no les bailamos el agua, nos hacen el vacío.

La verdad es que, si no me gustara el vino, me importaría tres pepinos que la viña se la comieran los bichos y al amo de la viña le cortaran las orejas. Pero me gusta el vino y la viña y tengo un cierto respeto al dueño de la misma, que es un ser más alto y superior (lean a su antojo miedo, naturaleza salvaje  o divinidad)  que suele ponernos a ras cuando manda a la canina. Luego, con las evidencias de quién ha trabajado o no, de quien lo ha hecho bien o mal, o con la suerte de que algún muchacho bendito le dé la santa locura de rescatar al artista del olvido mal intencionado al que le relegaron en vida, llega la justicia. Y digo yo, por mucho que estos posmodernos y polistiquillos quieran aupar una obra, las cosas tienen que perdurar por sí mismas. En el momento en el que le quitan el apoyo - y alguna apoya- si la obra se cae, no  la levanta ni Dios mismo que viniera. Pero mientras llega el imparcial rasero de la muerte, los poderes y los lacayos se van de copitas y presentaciones. Muchos libros, mucho ruido, mucho cagalistroso mientras pague España. Diferente sería rascándose el propio bolsillo.

Ante la triste evidencia de que el tiempo se va sin poderlo remediar, porque el tiempo corre a la contra de todos, no queda otro remedio que esperar el cumplimiento del viejo proverbio: Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo. Por eso, mientras pasan estos pocas-luces que todo lo copian, hasta los títulos, porque en sus jíbaras cabezas no les cabe más de dos ideas; mientras les oyes leer poemas que no sólo aburren: machacan los oídos; mientras expongan los mismos y el arte sea cosa de enchufe y peloteo, mientras les den güisqui a gogó en las inacabables bacanales de los nuevos señoritos que ostentan el poder flamenco, algunas mujeres trabajamos mucho sin más cobijo que la sombra de los almendros, viéndolos florecer año tras año por la gracia divina.

Y yo, una vez más, viendo el panorama que nos rodea, me convierto en portavoz de las olvidadas -y algunos olvidados- y me cago en el órgano y en quien lo toca. Por eso y por muchas cosas más: ¿jugamos al vacío?

Desde El Garitón, alegre por los brotes nuevos de las parras, con la esperanza de brindar pronto por las perfectas diferencias y la igualdad de corazones, Mariví Verdú

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