martes, 12 de julio de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE GRITA ¡VIVA LA SOLEÁ!

El pasado día 28 de Junio presentamos la revista “Calle del Agua” en el Ateneo de Málaga. La sala estaba llena de amigos y curiosos que crearon un ambiente cercano y receptivo, por lo que el acto se desarrolló con soltura y una cierta frescura que otorgaba la buena compañía. Estuve arropada con la presencia de cuatro amigos: Pilar Bugella y Encarna Lara, en calidad de poetas, y Joaquín Cabello e Ildefonso Muñoz, cantaor y guitarrista, pura calidez flamenca. Ellas recitaron sus versos populares y ellos pusieron el punto y final al acto, interpretando a los clásicos españoles: Lope, Santa Teresa, Cervantes, Quevedo, Góngora y Boscán, que sonaron por soleares, seguiriyas y abandolaos dejando, al público involucrado, satisfecho.

Tal era el interés por la novedad, ya que nunca hasta entonces se habían oído estas estrofas por aires flamencos, que muchos nos felicitaron por el acierto. Con ello quise explicar que el meollo del flamenco ya estaba ahí, formando parte de la lírica de la Edad de Oro y sirviendo de base a la transformación mágica que ocurriría durante el Siglo XVIII.

Cuento esto después de varios días porque he estado dándole vueltas a la cabeza desde entonces, buscando una explicación a una serie de ausencias cuyo acto de presencia hubiera sido de ley y de obligación moral. De nuestro pueblo sólo estuvieron Amparo López, ceramista, y su esposo, Luis Bravo, Dr. en Cirugía, a quienes agradezco su grata compañía. Pero una revista que nace en Alhaurín de la Torre, que le dedica un extenso artículo a cantar sus bellezas,  que tiene vocación malagueña y que supone una aportación a la cultura, tanto del flamenco como de todas las ramas de las Bellas Artes, no tuviera ni siquiera el más mínimo respaldo institucional ni siquiera el de la entidad que nos acogía... inexplicable. Ninguno de los medios se hizo eco de tal evento, salvo nuestro periódico, www.diariolatorre.es, que anunció el acto. Pero lo que peor me sentó fue la frialdad con la que la responsable de Poesía del Ateneo, Inés María Guzmán, nos acogió. Salió de la sala cinco minuto después de comenzar el acto, se limitó a decir nuestros nombres y ni siquiera se excusó, dejándonos allí plantados como el que no quiere la cosa. Al responsable de secretaría y al operario de la sala, chapó, pero ¿dónde estaban los representantes del Ateneo que tanto bombo dan a sus cosas, que tanto recaudan de las entidades públicas, que tanto mérito se dan y tan poco les importa la aportación de los demás? Voy a dejarlo ahí, pero maldita la gracia que me hizo tal vacío.

Y  yo me pregunto ¿qué habría pasado si en vez de una revista “popular” les llega una revista “culta”, hablando en clave gangosa -lenguaje de la nariz acocainada- y les suelta su sarta de palabras oscuras y/o rimbombantes?... Muy sencillo: que todos los responsables de la entidad se hubieran dado cita allí como las moscas cuando huelen a carne. Y es que nos dan de lado los poetas auto-denominados “cultos”- más bien sería “cultillos” porque algunos son de tres al cuarto-, que se creen que han inventado la poesía y cobran dando recitales por las bibliotecas públicas, unos a través de la Junta de Andalucía, otros por UNICAJA, mientras duermen al personal asistente de tan culitripis que son.  ¿Qué hay que escribir o qué puerta o culo hay que penetrar para que nos den, al menos, un trato respetuoso? Lo del trabajo, impensable.

“Desconfío de los maestros que no pueden serlo de enseñanza primaria. Son para mí como esos poetas extraños que son incapaces de escribir como los demás. Admito que sean extraños; me gustaría, sin embargo, que me demostrasen que lo son por superioridad a lo normal y no por impotencia.”

Como siempre, hay un gran escritor que ha dicho las cosas antes que yo y tan bien dichas que sólo me queda repetirlas. Pessoa dice esto en su “Libro del desasosiego”  y es mi voz la que escucho. Y aún después de fogar la mala leche, me queda la satisfacción del deber cumplido, el corazón abierto de mis amigos y mi mano tendida a los que sienten la vida como un milagro y la poesía como la voz del primer ser humano, aquel que pintaba su mano contra el muro. Mientras me quede la soleá como medio de expresión -y que se adjudique ésta quien me mire malamente-:

Te tienes tú que encontrar
sin una puerta siquiera,
primita, donde llamar.

Con las calores de Julio, Mariví Verdú

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