jueves, 11 de agosto de 2011

A MORAITO CHICO, CON TODO MI CARIÑO.

Hace ya muchos años, a principios de los ochenta, vino a cantar a Torremolinos Susana Amador Santiago “La Susi”. Hija de guitarrista, criada dentro de una familia flamenca, es cuñada de la gran bailaora Manuela Carrasco, casada con un  hermano suyo, Joaquín Amador, guitarrista como su padre. A La Susi se la llegó a considerar un símbolo flamenco, por entonces, a medir con Camarón. Cantaba para comérsela y era por entonces tan guapa... Todavía canta y sigue estando guapa -que, quien tuvo, retuvo-. De ojos verdes y rajados, mirada felina, lucia una melena de oro rojo por la que hubiera suspirado Boticcelli. Era simpática y se metía a la gente en el bolsillo.

Siempre he sentido por ella una gran admiración y me sabía por entonces todas sus coplas. Seguía sus triunfos y me había comprado su LP, el que llevaba los Tango del Ole...ole, ole, ole, y olé y olé, que los lunares de tu cuerpo te los v’i a comé, que to los v’i a comé, que to los v’i a comé... y una versión flamenca de Al Alba que te metía un pellizco que te dejaba muerta.

Cuando me enteré que venía a cantar a aquella sala de fiestas legendaria que se llamaba El Jaleo, donde tantos artistas nos han dado que disfrutar, le dije a una buena amiga que si  venía conmigo, para no ir sola, porque a ella no le gustaba demasiado el flamenco. Y así lo hizo.

La Susi y yo somos casi de la misma edad, ella es del 55 y yo el 53. Moraito y mi amiga eran los dos del 55. Todos teníamos crianzas parecidas, costumbres andaluzas, un profundo sentido del humor y una buena dosis de respeto y picardía.

Era verano, andábamos muy morenitas y aún éramos jóvenes y vistosas. Mi amiga, que tenía nombre de flor que se deshoja cuando se pregunta si tu amor te quiere o no te quiere, tenía cierto parecido con aquella cantaora. Bien podrían haber sido parientas. Nos vestimos de fiesta y allá nos fuimos en mi 127 por la 340, esa carretera que era mi calle y que tanto me gusta. Ambas trabajábamos y podíamos permitirnos algún capricho. Este fue el mío.

Entre las dos llevábamos, creo recordar, unas tres mil pesetas. Al llegar a la puerta del tablao, a menos de veinte metros, vimos que había un portero y que colgaba un tablón a la derecha de la puerta con el precio por persona. Como podrán suponer, era superior al dinero que llevábamos. Y le pedí a Marga que siguiera andando y que no dijera ni pío. Déjame hablar a mí y sigue p’alante. Me dirigí al señor de la puerta -mi amiga sólo dio las buenas noches-  y con mucha seguridad le dije: Buenas, mire usted ¿sería tan amable de avisar a mi prima de que ya hemos llegado? El portero me preguntó que quien era mi prima, a lo que yo le contesté: La Susi, añadiendo que habíamos hecho unos pocos de kilómetros pa venir a verla. El hombre, muy amablemente, nos invitó a pasar.

Una vez dentro de la sala, se nos vino el mundo encima. Yo no conocía a La Susi personalmente y no sabía cómo se lo iba a tomar. Nos sentamos en una mesita, la que parecía pasar más desapercibida, mientras veíamos cómo se iba llenando la sala.

Sale La Susi a escena, venía Maoraito Chico  con ella, y se pone a buscar entre el público esperando encontrarse con sus dos primas -que a saber qué aspecto tenían de haber existido y si se parecían en algo a nosotras, aunque fuera en el rabillo del ojo-. Miró y la única mesa con dos mujeres solas que había en la sala era la nuestra. Y allí estábamos, medio temblando, con el cuerpo cortaíto y haciéndonos las locas. Cual sería  nuestra sorpresa y mi emoción cuando, mirándonos fijamente y con una sonrisa de oreja a oreja nos dice desde arriba: Primas ¿qué hacéis? Anda, venid pacá y darme  un abrazo. Yo no sé lo que me entró por el cuerpo pero me iba a caer. La Susi nos llamaba a subir al escenario. Marga flipó como flipan las abejas en la madreselva y yo sentí que me habían tocado los cupones. Qué pedazo de abrazo, qué honor y qué nervios.

No sólo subimos y nos besamos, mi amiga se bailó un poquito. Yo me había quedado de una pieza y me limité a jalear. Moraito se meaba de la risa porque se había quedao con tó y na más que volvimos a nuestros asientos, comenzaron a llegarnos las invitaciones de todos los rincones de la sala. Hasta botellas enteras pa las primas de La Susi que en el intermedio compartimos con otros artistas de la noche.

Como es de suponer, no nos bebimos todo lo que llegó a la mesa. Vaya, que al final podíamos invitar a todo el mundo presente en la sala. Disfruté como una niña chica. Al final del espectáculo se sentaron los dos un rato con nosotras. Les esperamos a que se cambiaran y nos fuimos juntos. Nos fundimos lo que llevábamos y no habíamos gastado a la entrada y acabamos por la mañana desayunando los cuatro, junto a los allegados que hay siempre y  que se arriman a los artistas de talla. Porque ambos demostraron mucha talla. La superioridad de La Susi, su grandeza, su estilo, la de Moraito Chico, tan especial, tan suyo y tan a gusto que estaba... Yo les confesé que era una admiradora de ambos. Ella lo sabía desde que nos endiqueló en la distancia y altura que presta el escenario, aunque creo que lo intuyó cuando le dijo el portero que habían llegado sus “dos primas”. Tomamos un cafelito con churros y nos despedimos. A él le he vuelto a ver en muchas ocasiones.

Moraito, tímido, artistazo, grande de la guitarra, flamenco donde los haya, se nos fue ayer. Y no quiero despedirlo con penas, que ya no puedo más. Lo despido con un hasta pronto y un cuento verdadero, que eso es la vida al fin y al cabo: un cuento y poco más.

Rota por tanto dolor, no me quedan más que los gratos recuerdos.
Desde El Garitón, bajo un día húmedo y gris, lo que va quedando de Mariví Verdú

Fotos de Paco Sánchez

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