sábado, 5 de mayo de 2012

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE MIRANDO POR EL OJO DE LA CERRADURA

A mi hijo Fernando que hace seis años que le dí el último beso. Qué sea para él el cielo. Amén.

Presencio, asombrada, mi vida. Últimamente huyo de todo lo que me gustó demasiado. Me cuesta salir al mundo, mucho más si es de noche; oír flamenco, leer poesía,  juntarme con amigos, ir el mar, amar, reir... todo lo que ha conformado mi espíritu tal como lo conozco:  soñador, sentimental y extremo, siempre subiendo y bajando de la alegría a la desesperación. Hoy todo es distinto. Las cosas que antes fueran mi buril y mi masa me resultan ajenas. He escogido la soledad como camino y me encierro  en los silencios redondos de la mejor de las músicas. La verdad es que me asustaría seguir haciendo la misma vida social después de cincuenta años. Sin embargo, en este remanso de mi alma, no puedo dejar de sufrir ni de compadecerme de los que sufren. No le veo final a la injusticia desde la que vislumbro una inmensa casa de beneficencia. Vivo al límite de la pobreza como media España y tengo la triste certeza del desencanto y un miedo atroz a saberlo casi todo perdido, la fuerza y el deseo y, lo que es peor, el juicio. Aunque nada es comparable al pavor que siento al no sentir.  

Como no tengo ganas de hablar con casi nadie pienso que los pocos amigos que me quedan -que los cuento con los dedos de mi mano- están igual que yo: en silencio y con miedo a perder el mar. Porque,  para saber lo que significa el mar, tienes que haber vivido sin él, o sin río, que también es el mar. Para saber qué es la vida tienes que haberte muerto alguna vez; para saber del amor, del dolor y del placer hay que saber que van juntos y haber amado mucho, llorado mucho, sentido mucho. Para saber que el arte es sentimiento tienes que haber mojado de lágrimas las cosas: un poema, una soleá, un colchón y haber sentido el escalofrío de una seguiriya o ungido tus dedos con tierra sombra natural... Tierra, tierra, tierra y sufrimiento: vida, color, soledad y mucho cielo. Y ser consciente de las cosas que van pasando alrededor: la gente, unos con su jerga, otros con su mudez; los campos, unos con su trigo otros en barbecho; las almas, los coches, los pájaros, los silencios... Ser mayor es ser habiendo sido. Y para tener conocimiento reflexivo tienes que hacerte amigo del silencio. Para saber qué es la pena, basta con perder la carne de tu carne.

Por luminoso contrapunto, desde hace algún tiempo tengo la grata conciencia de ser abuela. Un sentimiento que, como yo, experimentan muchas mujeres -ser abuelo es lo mismo pero no es igual, como todo lo que se refiere a los sexos y a sus condiciones-. Y mentiría si dijera que todo lo que siento es alegría. Desde luego es el sentimiento más abundante pero no el único. Hay otros que nada tienen que ver porque son cosas que baraja la vida y la suerte: realidad y deseo, hambre y saciedad, tristeza y sueño... por eso acab0 rezando a un Dios que no le veo la cara, suplicándole consideración y salud. Aunque este niño trae la grandísima suerte del amor.

Ese pequeño ser es el que me enseña el ojo de la cerradura que abre la puerta de los sueños. Él tiene mi llave y trae la bendición. Y a mí, para ser mayor, se me ha otorgado la entereza de la roca madura, futura arena blanca, en la que sólo cabe la esperanza de vivir auténticamente la soledad. Una soledad voluntaria, ermitaña, en la que tengo el placer de comer pan asentado de cuatro días en perfecta armonía con la naturaleza y el privilegio de escribir de todo en no sé qué libro, en no sé qué almas, mientras pasa mi vida con el mar enfrente. El mar es el mejor referente de la vida, de los míos, de los que se fueron, de los que hay, de lo que somos, de dónde estamos. Como lo son el almendro y el limón lunero.

Aquí sigo, a los pies del almendro, donde quiero, en El Garitón. Este es el árbol más parecido al alma de los hombres. Algunas veces nace la almendra amarga, una lágrima dura que no pudo con el mundo. Sin embargo, son más las que nacen dulces sin que llegue a entenderlo nadie y al llegar el nuevo año, cada enero, abre sus flores tiernas y retorna, y retorna, y así sucesivamente.

Que para morir en paz sólo hay que dejar que siga la vida.

En plena metamorfosis, Mariví Verdú.

Mi gratísimo y cariñoso recuerdo a Javier de Molina que se preocupa por mí, a Álvaro Souvirón que me dedica un trozo de su corazón en el precioso blog http://fathergorgonzola.com/, a mis compañeros del Hogar Virgen del Rocío por haberme ayudado a realizar la Cruz de Mayo, en particular a Pepe Gallardo; al pintor Antonio Hidalgo Ayuso y a dos personas que me causan una inmensa ternura: Daniel Durán Ruiz, mi nieto, y Ángel Moreno Luque, mi sobrino nieto.

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