domingo, 22 de noviembre de 2020

DONDE REINA LA BIGNONIA, por Mariví Verdú

“El tiempo ha dejado de tener la medida de la infancia y se ha convertido en algo irreal y sombrío, como una masa viscosa y lúgubre que nos tapa la boca haciéndonos perder la noción de la vida. Miro hacia el pasado más reciente y me parece tan lejano, tan onírico, más cercano al Éxodo que al cielo prometido”... 

 “Aparcada al costado del centro de salud, dentro del coche, hago tiempo mientras espero turno para que me pongan la vacuna de la gripe y de la neumonía... ¿Habrá alguna que sirva para darle un poco de color al desencanto? Quisiera vacunarme de la rabia, de la desconfianza, del olvido...¡Ay, si existiera alguna que me dejara volver al dulce vientre de mi madre! 
 

Yo pasé el colorín cuando era chica, mi padre me traía los tebeos, los lápices alpino y me arropaba”... 

He escrito muchísimo en estos días de clausura, mucho, y he vuelto a la vieja costumbre de la libreta y el bolígrafo para desconectarme de la máquina y de las estupideces varias que en ella dormitan y despiertan nada más que la enciendo. No he tenido ganas de pasar lo escrito a la memoria del ordenador y mucho menos de hacerlo público en aquellas ventanas por donde no me entra el sol pero sí se escapa cualquier sentimiento sabe dios dónde. La negatividad se transmite más rápidamente que el optimismo y todo lo que he ido escribiendo tiene más que ver con el lado oscuro de la cosa que con la esperanza. Bien es cierto que siempre ando buscando la salida del túnel, buscando la verdad, ese estado luminoso que nos pone el alma en su sitio, pero, como es ya costumbre, tengo que pasar por lugares inhóspitos, por momentos terribles antes de dar con una gota de luz, con una brizna de aquella claridad que me anunciara Claudio Rodríguez en su don. 

Una vez llegando a éste tercer párrafo me obligo a ir concluyendo. Nadie es capaz de leer más de cinco minutos lo que pasa por un corazón cualquiera. Ni siquiera los de tu propia familia dedican más de dos minutos a la tristeza de esta vieja estrafalaria. Hay que asumir que hay dolores intransferibles y sentimientos tan propios que solo algunos elegidos son capaces de transmitir haciendo que la persona que lee desee estampar su firma debajo al sentirlos como suyos. Estos últimos, tan escasos como los primeros. 

He de decir, en honor a la verdad, que, a pesar de la oscuridad que trata de impregnarlo todo, tengo muchos motivos para despedirme con palabras de agradecimiento dando un baño de color a esta mañana de domingo en la que vuelvo a sentarme ante el ordenador. Además de escribir como posesa, llevo muchos días valorando el minuto como jamás lo hice y eso me parece algo buenísimo. Disfrutar del momento presente estando en él y sentirlo como el valiosísimo regalo que es, es digno del mayor agradecimiento. Sacar fuerzas de flaqueza para sonreír y cantar canciones infantiles dan como resultado cubrir de paz los días. Como consecuencia, he aumentado el número y la intensidad de mis poemas, he añadido retratos a la serie de acuarelas que estoy dedicando a mis amigos y he cocinado cada día. Y no solo porque tenga una sagrada obligación conmigo misma, la tengo con una pequeña y dulce criatura con quien comparto la mitad de mi tiempo. Emma pinta de colores mis mañanas y de preparativos mis tardes. Agradezco infinitamente su compañía. Missi, Maya y ella han estado a mi lado durante éstas dos últimas semanas de confinamiento municipal haciéndome grato cada instante. Y en cada respiración he dejado que mi imaginación vuele hasta el municipio colindante, hasta esa casa llena de amor donde vive mi pequeña gran familia, a oír detrás del auricular esas voces queridas que son mi verdadera música. 

Desde este rincón del mundo donde reina la bignonia, Mariví Verdú

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...