viernes, 16 de febrero de 2024

SALVADA POR LA MÚSICA Y LOS ALMENDROS, por Mariví Verdú

Ayer asistí a lo que hubiera podido ser un suicidio, de no ser por la música. A punto estuve de meter chillidos. O de cortarme las venas, éstas que cada día son más azules y más dilatadas, pero lo dejaré para otra ocasión más íntima. Y es que ayer me pareció una tarde lastimosa: no se tecleó ningún misterio.  ¿Dónde se quedó anoche la poesía que no acudió a su cita bajo las estrellas? Y mirad que cerré los ojos para buscarla estando lo más atenta posible a las palabras, alerta entre frase y frase, esperando encontrarla en el monólogo donde se hablaba de todo menos de ella, con ella o para ella. Cerré los ojos porque la presencia del público que acudió a la biblioteca no quería que me distrajese, pero no vino, anoche no vino la poesía, ni con Pablo García ni con nadie. Solo a la vuelta, cuando la foto que os comparto, con los almendros. Todo está consumado. Las hojas muertas me salvaron la vida en la extinguida mañana de carnaval. Sola la música me llevó sobre el arco iris en la magia de Oz. Solo la música, sí, ella y su aire me salvaron la vida. Gracias a Pablo García Trío.

Por día que pasa me siento más desconectada del mundo, más irascible y crítica, más perdida en este absurdo teatro -a veces institucional- en el que lo hemos convertido. Ayer hubiese preferido una pantomima: mejor un mimo que un fiasco. Y me pregunto ¿Que criterio siguen estos seres privilegiados que organizan y manipulan el dinero público para programar actos literarios? ¿Quién escoge a los autores? Mi desconfianza es total ante estos personajes que manejan y protagonizan la cultura.  

Tengo la sensación de haber entrado en bucle, de vivir en un déjà vu donde suelo imitarme. Y puede que sea porque he escrito tanto, sobre tantas cosas durante tantas madrugadas, tardes y noches de mi vida... Sin editor alguno, entregando el corazón y la palabra con la generosidad del creador a toda la humanidad que me encuentra por las redes. Sí amigos, he dedicado más de media vida a expresar mi particular visión del mundo, mi pensamiento crítico, mi prosa -casi siempre poética-; he volcado mi imaginación en cuentos y relatos, mis sentimientos en poesía, mi vida en palabras. Sé de lo que hablo y la poesía no vino anoche.

Hablo de poesía porque sé de lo que hablo, del profundo respeto que me causa la más bella manifestación literaria y del tiempo que he dedicado a perseguirla, a reconocerla, a vibrar con su ritmo, con los rasgos de su particular lenguaje. A conseguirla. A poner todos mis sentimientos en buscar la belleza y la música, la voz propia, singular y, por ende, común a todos los poetas. Ayer me di cuenta de que no era el momento ni el lugar para perder mi tiempo y me vine con ganas de llorar.

Hace mucho, exactamente dieciséis años, escribí un artículo al que di por titulo  “La próxima sombra” Hoy, mientras escribía, se me vino a la cabeza la frase con la que lo rematé y decía: Hace mucho que lo sé, que vivimos en el reino de las sombras. Y suelto veneno por la boca de tanto que me han inoculado. Por eso, la poesía, oh bello encubrimiento, se ha vuelto tan terca a mis sentidos. Sin palabras de amor la vida es nada. La razón poética, aquella que daba nombre a las nubes, se ha vuelto contra mí como el invierno. Poco ayuda a vivir la observación del mundo que hemos hecho. Cada día soy más salvaje, mucho más animal y primitiva. Pronto habrá que dedicarse a Dios. O al canibalismo.  

Por cierto, “Over de Rainbow” tiene autor, un poeta llamado  Edgar Yipsel Harburg. Un poema al que puso música el compositor Harold Arlen resultando así una canción fantástica y oscarizada en 1939, mientras aquí llorábamos a nuestros muertos en la guerra incivil.

En un día gris de febrero, desde El Garitón cubierto por nieves de almendro, Mariví Verdú

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