La semana tuvo un color bellísimo, efímero, indescriptible... aunque intentaré hacerlo. ¿Recuerdan los celindos en flor? -ese arbusto que nosotros por aquí llamamos chilindro- ¿Recuerdan su aroma y el delicado color que tienen? Pues esta semana tiene un color muy parecido al que refleja la luz en sus corolas. Así ha lucido el primer día de Mayo. Y es que le quedan todavía muchos matices de la pasada luna de Abril.
Qué difícil es vivir, en este mundo, en paz con todos. Es prácticamente imposible. Ni siquiera los grandes poetas y pensadores, los místicos, los ascetas, lo consiguieron. Tampoco podemos agradar a todos porque, en general, lo que para unos es belleza, es fealdad para otros; lo que para una parte del mundo es natural, no lo es para la otra y lo que es prescindible para mí, resulta ser diario y vital para otros muchos humanos.
Y a estas alturas, harta ya de pensar y cansada de preocuparme de un mundo que rueda sin necesidad de nadie y, lo que es peor, sin hacer caso a los grandes que en el mundo han sido, me doy cuenta de que lo mejor es seguir viviendo, ser responsable de nuestros actos y parecernos lo máximo posible a nosotros mismos.

Por eso sigo sumando hojas al libro de mi vida, una suma al margen de beneficios ni de planteamiento alguno que no venga de mí misma, de mi voluntad y del destino, ese que viene siempre dando tumbos porque Dios parece no tener mano que darle para que no resbale. O tal vez es que no conozcamos a su graciosa majestad ¡Oh mano larga y caprichosa! Por lo que tú más quieras, Dios mío ¡déjate ver y danos la mano!

Y digo yo ¿cómo podríamos olvidarnos de lo sabido?, ¿cómo podríamos desaprender?, ¿cómo parar esta bola de nieve que acabará sepultándonos en frío alud? ¡Ay, Alzahimer, déjame en paz por ahora, que ya sé de qué vas! Y tú, ordenador, anda y que te corten la luz, que me tienes muy harta. ¡Viva Johan Sindel y los abuelos papiros! Y el chilindro, que nace cuando quiero irme, que dulcemente me invita a quedarme en el ingenuo recuerdo de una niñez perdida…
Desde El Garitón, sin madre a quien besar, echándola de menos y diciendo muchísimas tonterías para no llorar. Mariví Verdú
DEL PERIÓDICO DIGITAL EL AGUIJÓN
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