jueves, 29 de diciembre de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN EXAMEN DE CONCIENCIA VS ANÁLISIS DE ORINA

 A cuatro días de que se marche para siempre 2011, la conciencia, ese microchip que tanto hubieran dado los orientales por comercializar, los soviéticos por controlar y los americanos por dirigir, comienza a hacernos el balance espiritual del año y a ponernos las pilas para ajustar las cuentas y apretar las tuercas que en 2012 necesita  nuestro chasis, catedral del alma para unos, saco de penas, para otros; único armario de todos donde guardar hígado y corazón y otros órganos útiles -o efectos de casquería, que así se les llamaba antiguamente a vísceras y mondongos-.

El examen de conciencia nos llega inmediatamente después de la analítica, cuando la cosa no tiene arreglo. Pero es que el pobre ser humano, tan dependiente siempre de cuidados y afectos, de sustancias y dopajes, de ternuras y de perdones, no se sabe el guión. Siempre improvisa, todo lo improvisa, desde el hecho de amar hasta el de las cientos de muertes espirituales que llevan a la muerte verdadera, todo carece de guión, de antecedente alguno. Estrena cada día con la misma ignorancia del primer día de su vida pero con el lastre de las equivocaciones y recuerdos constantes de las cicatrices que el tiempo deja. Y de la Historia, que parece no servir para nada.

El balance de cada año es inevitable. Es humano. El hombre trae como meta la superación, estoy segura, por eso se busca siempre a sí mismo, para dar con la careta que es su propia cara, con la actuación que es su propio argumento, con la verdad de Dios, esa búsqueda en la que el alma se afana desde que nos hacemos la primera pregunta, desde que observamos con conciencia el primer amanecer. Dios es un dilema humano, la única duda que todos tenemos, la única existencia a la que todos recurrimos alguna vez, muchas veces, y por la que el hombre se vuelve, más que santo, loco. Es su búsqueda la más abstracta de las disyuntivas del ser, la más antigua, la que deja abiertas las puertas de la fe y la esperanza. Su negativa nos devuelve al llanto sin consuelo, a la condición del perdido, al desasosiego del condenado. Dios es necesario para el humano, es humano. Como humano es llorar las faltas que tenemos, nuestros ausentes en la mesa de Navidad, nuestras amargas uvas de los racimos de San Silvestre.

Tengamos piedad de nosotros mismos. Seamos tan exigentes con nosotros como con los demás y tan tolerantes. Intentemos cuidar la única oportunidad que se nos da y la baza que 2012 trae bajo la manga: la vida. Y procuremos mirar por nosotros como por nuestro entorno. Si todos barriéramos nuestro trocito de puerta, como antiguamente, nuestras calles resplandecerían; si cada uno se cuidara del vecino más cercano, todos estaríamos cuidados; si cada cual fuera justo consigo y con los demás, no necesitaríamos juzgados; si todos amáramos, la tierra sería el reino del amor. Pues eso, que 2012 sea el reino del amor, el calco del perdido paraíso.

Cariñosamente, Mariví Verdú.

*A mi mejor amiga, Pilar Bugella, que está en el hospital, en la seguridad de que pronto estará escribiendo los poemas más hermosos y seguiremos hablando de Dios y de su falta.

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