domingo, 4 de diciembre de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE REFLEXIONA SOBRE EL DORADO DE LAS HOJAS

Es otoño tardío. Sólo tres semanas mal contadas y aparecerá el invierno con su cara helada y su música nostágica. Regresan las fiestas navideñas y cada cual, con su bagaje de creencias o de olvidos, intentará vivirlas a tope. El hecho religioso ha perdido para la mayoría el significado y hay quien nunca se lo encontró. Haber vivido de niña aquellas pastorales y cantar en el coro de la iglesia la Misa del Gallo ayuda, al menos, a tenerle cariño. Negar cualquier manifestación religiosa paraece ser hoy lo que impera pero me gusta vivir la ilusión de creer en un Dios bondadoso que aparecerá cualquier día, tal y como lo hiciera en Belén hace ya 2011 años -chispa más o menos-, desnudito y en un pajar. Totalmente humano.

Pronto los hogares se llenarán de cosas nuevas, de árboles interiores y bolitas de espejo y purpurina. La gente que no se considera gente entre las gentes pondrá los árboles de diseño con todos sus adornos  conjuntados y sus nacimientos con alas de escayola y figuras carísimas. Pero habrá otros muchos seres humanos que, como yo, saquen las figuras de la abuela, algunas desconchadas, y les haga sitio en un hueco del mueble de la salita para tener su portalillo al lado que, quieras o no, da mucho calorcito.  Habrá quienes no tengan en cuenta nada de esto y se dediquen a cargar licores en los carros del supermercado para amanecer ebrio cada día de esas fiestas que se celebran por un tema cristiano, porque no es sólo para la gente que cree en el portalillo.

Mientras, las hojas ruedan por las calles vestidas de oro, las cumbres de las sierras se cuajan de blanco y los madroños se llenan de sangre. Y las amas de casa,  y los amos, a los que les gusta -poco o mucho- la cocina, llenarán de aroma sus hogares, aromas de clavo y matalahuva, de vino blanco y laurel. Días en los que se mecharán muchos canutos y se harán muchas salsas nuevas. Y procurarán meterse en las doradas burbujitas del champán para no pensar en lo que duele saber a qué huele la casa del prójimo.

Para no olvidarse de que la mesa quede perfecta, unos comprarán manteles de papel, otros sacarán, con desencanto, las mantelerías de sus madres o abuelas que, como no lavaron bien el pasado año, aparecen con rodales amarillos.  Otros los estrenarán. Y santas pascuas.

Viva el oro y los dorados otoños. Vivan las aproximaciones, en particular las de la lotería.

*Mientras, un puñado de poetas, por aquello de “cada loco con su tema”, han sacado un libro de villancicos que se titula Maytines del Nacimiento.  Y se presenta el próximo día 20 en el Centro Cultural “Vicente Aleixandre”. Yo soy una del puñado. Porque cantar apacienta el corazón.

Desde El Garitón, sobre un tapiz de verde y florecillas blanquísimas,
Mariví Verdú

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...