miércoles, 18 de enero de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: NUEVA MIRADA, por Mariví Verdú

 

Son las cinco y doce minutos cuando abro mis ojos al miércoles. Me levanto y mi gata, tan madrugadora como yo, viene a saludarme. La rosa de olor color fucsia que corté antes de ayer y que puse con unas ramillas de yedra en el jarroncillo azul, se ha deshojado en la entrada inundando mi casa de un aroma  dulce que me recuerda al olor del seno de mi madre. Voy a recoger el cargador que me dejé en el coche al regresar de Málaga anoche. Abro mi puerta y observo que ha bajado mucho la intensidad del alumbrado eléctrico, algo que me alegra porque han empezado a pensar con la cabeza estos dirigentes que deciden cuándo y cómo darle al interruptor de un servicio público. La bata no es suficiente. La luna está por debajo del cuarto menguante y no se ve nada. Enciendo el farolillo del limonero y me levanto el cuello esmoquin. El viento que corre intensifica la sensación de frío. Lo siento en mi cara, especialmente en los ojos. Qué alegría sentir la naturaleza, sentir cualquier cosa: sentir.

Van a dar las seis. Sigo con mi segunda novela pero hago un inciso para contar mi descubrimiento de ayer. Tiene que ver con media nuez, solo con media nuez y con mis ojos, esos que ayer descubrí no solo como órgano que percibe la luz sino como algo más grande, más importante y necesario. Quiero dedicar mis palabras de hoy a dos mujeres: a mi amiga Amalia Pérez Solano y a mi profesora Myriam Delgado Ríos, psicóloga. De Amalia tengo que hacer hincapié en sus dos apellidos con verdadero cariño porque son tan importantes como su nombre o más, son la herencia de sus padres, de Rafael y María, grandes personas que tanto apreciábamos en mi casa. Nuestros padres y madres eran buenos amigos y nuestra amistad tiene más de sesenta años: fuimos al colegio juntas y juntas estudiamos el bachiller. Nos conocemos desde chicas y nos alegramos mucho de sabernos vivas y abuelas. Amalia está sufriendo mucho con sus ojos últimamente y es a ella a quien quiero contarle en primera instancia mi experiencia de ayer. Sí, amiga, hoy mis ojos tienen una nueva mirada, para que luego digan que los años son pura monotonía. De eso nada. Puede que hayan perdido algo del brillo y la transparencia que tenían en la juventud pero he aprendido a mirar las cosas de diferente forma, con otros órganos de mi cuerpo y con todos los sentidos. Y por eso mis palabras son para ti, Amalita. Y para Myriam, promotora de la experiencia que os relato, llena de agradecimiento.

Todo pasó durante la observación de media nuez y después de dar un paseo por el antiguo colegio de La Misericordia, lo que hoy es La Térmica. Tomándome un respiro en la mañana, tomando notas de mis sensaciones, escribí estas líneas que por un lado pueden parecer inconexas pero os garantizo que tienen un hilo conductor perfecto, ese que desconecta de lo superfluo para conectar con nuestro interior y la observación minuciosa de esta maravilla que llamamos vida, vida plena y consciente, esa que olvidamos tantas veces para estar en múltiples asuntos dispersándonos, con la consciencia distraída, sin disfrutar del momento. Sí, fue como si volviera a mi visión de niña cuando dejaba ir la tarde sobre la superficie de la alberca de la Huerta de Victoria viendo volar las libélulas.

Coloqué en la palma de mi mano media nuez de California y dejando nacer todas las sensaciones posibles que me provocó, fui escribiendo mi experiencia: parece una mariposa, tiene venas, piel dorada y corazón oscuro en su parte interior. La acaricio con mis dedos y le doy la vuelta. Por delante tiene unos volantes carnosos y simétricos y su carne es tan clara... Cerrando los ojos, me la llevé al oído. Su piel sonó como papel de seda. La huelo. Me doy cuenta de que ya no huele como olían antes las nueces. Vuelo entonces a mi infancia y recuerdo los intensos olores antiguos de una nuez. Me acuerdo de los nogales de mi padrino allá por la Finca de San Isidro... Luego la pongo sobre mi lengua, la rozo y la siento en todo su volumen, su rugosidad vegetal, comestible, y empiezo a masticar notando su sabor, despacio, salivando hasta que poco a poco va pasando por mi faringe mientras agradezco la experiencia.

Luego salgo sin dirección fija. Por los grandes ventanales observo un liquen de oro sobre los tejados de la umbría. Reposo mi libreta sobre el frío mármol de un poyete. Miro tras el cristalillo azul de la vidriera, luego miro a través del rojo, unos cristales que con el sol juegan a ser llamas o mariposas sobre la marmórea escalera. La firme barandilla de madera debió servir a los niños muchas veces para chorrarse, cuando las monjas estaban distraídas. No entiendo cómo se mantienen erguidos los muros y las arcadas de las galerías después de haber visto tantas cosas como las que han sucedido tras estas paredes, cómo no se deshacen de aguantar tanta tristeza... Veo en uno de los patios dos yucas dementes, abandonadas, que aparecen ante mis ojos despeinadas en mitad del jardín. Alcanzo la puerta principal. La fuente sin agua de la entrada nos adelanta el abandono del pavimento hidráulico, aunque el edificio sigue siendo precioso. Los ficus que flanquean la entrada están vivísimos y sus hojas nuevas llenan el jardín de esperanza. Un viejo pino se apontoca en dos bastones a la izquierda recordando el paso de los años... Las gaviotas surcan el cielo hablando pero no las entiendo. De pronto me cruzo con un montón de niños alegres. Y me doy cuenta de que soy una más.

Desde El Garitón esperando que amenezca, Mariví Verdú

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...