Enciendo el ordenador y me siento a escribir. Acabo de darme cuenta de que es viernes y trece. Son las seis de la mañana. Hoy es el primer viernes trece del año. No sé a qué se debe el temor a los treces o a los viernes, para mi es un día perfecto. He mirado en Internet los motivos populares de esta fobia y me parecen un montón de chorradas. Como si en el resto de fechas no sucedieran cosas tristes y graves... Cada día veo más errores en esta Wikipedia donde cualquiera puede escribir lo que le apetezca sin rigor científico y sin un control que contraste y dirima la verdad. Nadie debería dar por cierto lo que se publica sin consultar otras fuentes. Falla más que una escopeta de caña. Yo no tengo ninguna fobia, adoro este segundo número primo de dos dígitos y mi única certeza es que fui madre por segunda vez un día 13 y puedo asegurar que fue y sigue siendo un día memorable.
Hay quien me dice que le gustaría escribir pero nunca se pone. Y, si no se pone, nunca escribirá. Escribir es como todo: ponerse, exponerse, ser sincera, fiel a una misma y tener voluntad de compartir las experiencias, las ideas, las vivencias, las ilusiones... Hay que ser generosa e invertir en palabras el tiempo que nos han otorgado. Eso es ser escritora y no otra cosa. Hay quien espera las ocurrencias de otro para estimular su palabrería pero hay que buscar dentro de una misma y, si no se encuentra un motivo, dejarse ir por el lienzo en blanco bordando una flor aquí, otra allí, y al final tienes un jardín. Hoy no tengo otro argumento para escribir que el magnífico día de ayer. Qué maravilla de jueves, de sol, de oportuno entretenimiento: podar, aprovechando la luna menguante de enero; partir almendras e irme comiendo las que que se van rompiendo...; estar a ras del suelo, junto a mi gata, tocando la tierra, observando el milagro de las violetas y disfrutando el intensísimo verde del musgo en las umbrías.
Reflexiono. Me siento afortunada. No a todo el mundo le es permitido tener siquiera un cuadradito de tierra para poderse mezclar con ella antes de morir pero es que hay mucha gente que no lo quiere, que no lo valora o que le importa un bledo si las papas nacen de una rama o las fresas de un madroño. A quien no le guste o valore el campo, no le debería llegar ni un puñetero limón, por más dinero que tuviera para pagarlo. Vivir con la naturaleza es fundamental para los seres humanos, conocer qué pasa, cómo nace y crece lo que nos comemos, respetar lo sagrado porque, una vez conocido y aceptado como propio el ciclo del almendro no cabe el desarraigo niel desprecio, solo cabe el amor. No quiero pasar por el mundo mirando los envoltorios, lo prescindible, lo innecesario, quiero ungirme de tierra y hojarasca, inigualable esencia de la vida. Y ayer salí perfumada, ayer, con una tijera de podar en la mano, una carretilla y un escardillo fui la reina del mundo y Gea habitó mi corazón.

Hoy, viernes, después de mi descanso nocturno, después de contar mi experiencia, me siento viva en este presente que galopa en el minutero y no deja de ser presente para ser pasado escrito. Hoy me tomo el día con agradecimiento, con ganas de poner a hervir la cafetera y de saborear que estoy aquí, encima de este monte, tan trabajoso como generoso, tan vivo como cambiante, tan hermoso, adonde me entrego cada día.
Desde El Garitón, podando rosales llenos de rosas, Mariví Verdú
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