sábado, 21 de enero de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. TOMANDO MEDIDAS, por Mariví Verdú

Es sábado. Voy a abrigarme, recogeré la casa y cuando se levante el sol saldré a pasear. Tengo que respirar profundamente y ya veré qué hago después. Con luz suelen verse mejor las cosas. O no. La mejor manera que siempre he tenido de ver ha sido cerrando mis ojos y dándome un paseo por el alma. Llevo tres días sin despegarme del ordenador y no soy capaz de dar una puntada. Debo tomar medidas antes de que pierda la calma. Decididamente tengo que dar carpetazo a muchos de los proyectos pendientes para no liarme entre intenciones inalcanzables cayendo en inútiles pérdidas de tiempo. Estoy en dique seco y debo aceptarlo con humildad y con más conformidad de la que tenía tiempo atrás para poder entender mi incontrolable hiperactividad. El tiempo pasa, los posos quedan, están, pero sacarlos con el hilo fino de la escritura me cuesta muchísimo trabajo, me estresa, me enerva y me deja derrotada después de los intentos. Necesitaría una espita, un dosificador para que no me estallasen las palabras en las manos ni me dejaran los ojos ciegos de llanto. Se me acumulan los apuntes, los datos, los recuerdos, las fotos... Cada día que pasa voy entendiendo que hay que ir despegándose de las cosas y hablo conmigo misma, intento convencerme... Me doy cuenta de que  estoy al borde de un agujero negro, en el límite, en su horizonte de sucesos... ¿Para qué tanto esfuerzo si aún no me he muerto y ya todo está en el olvido? Y me doy cuenta de que estoy como está la mayoría de gente con setenta años. Aunque mi falta de fe no es gratuita. La vida ha pasado sobre mí como una apisonadora. Pocas veces ha sido leve el día, desafortunadas han sido casi todas las noches y solo puedo salvar los cortísimos minutos del amanecer, algunos atardeceres llenos de pájaros y los momentos compartidos con los míos Tal vez por eso tomo ya menos apuntes y hago menos fotografías, pinto poco y me aturrullo mucho. Y me revelo cada vez con menos brío. No es justa esta evolución a la inversa, no lo es. Cuando tenía todo el poder en mi aliento, no sabía, de la misa, la mitad. Hoy, que algo he aprendido en el trayecto, me flaquean las fuerzas y me invade el pesimismo. No es justo este proceso. Ni necesario.


Me está resultando una verdadera lata planificar algo, ni mi vida ni mi trabajo y mucho menos mis cortísimos ratos de ocio. Ya no quiero planear nada, que las cosas vayan surgiendo como tengan que ser y yo las iré tomando como me vaya dando la gana. O como vaya pudiendo. He vivido media vida organizando, este pan para este queso, este queso para este pan... partiéndome la cara con el trabajo, las obligaciones, la casa... He sido madre y padre, experta en la improvisación, técnica en economía, maestra de tristeza y alumna perpetua de una alegría que siempre fue perdidiza. He leído todo lo que ha caído en mis manos menos los prospectos de las medicinas que he tomado, porque, si los leía, no me las tomaba. Afortunadamente han sido pocas para lo que veo por ahí. Puede que haya sido por algún motivo genético o por suerte, en ambos casos me siento afortunada. A veces ha podido conmigo la ira pero siempre ha sido por no partirle el alma a los que me la han provocado. Me he salvado de la envidia, hubiera sido terrible querer y no poder. Por tanto, estoy agradecida de todo lo ocurrido, nada sería igual sin ese bagaje que me ha aportado la vida que me ha tocado vivir. Lo que va pasando ahora es que es hora de vivir de otra manera, con más sosiego, con la respiración más lenta, más profunda, sin acusar a nadie ni a nada de mis desgracias pero queriéndome mucho más de lo que me he querido en tiempos pasados. Debo estar feliz por haber llegado hasta aquí, orgullosa de cuanto he conseguido por mis propios medios y satisfecha por no tener que darle cuentas a nadie de mis actos.  Si cuento esto, si relato mis reflexiones, es por algo. Porque ser escritora es convertirse en la voz de los demás y en un amigo íntimo, uno de los elegidos para entrar en su corazón. Sé que existen muchas personas que, de una u otra manera, se identifican con lo que escribo, conmigo, y podrían añadir algo importante a este texto confesional. Hay quien me lee por simple curiosidad y quien lo hace para ver dónde cometo la falta. todos son bienvenidos. Otros  se sienten afortunado por haber vivido de una manera más fácil, más plana, más chatamente... Mejor para ellos. Algunos solo podrán contar, si es que cuentan algo, las vidas de mierda de los telecincos o sus BBCs particulares donde estrenaron ropa y zapatos nuevos y un grandísimo dolor de pies. (Hablo de bodas, bautizos y comuniones). Esta gente flipada se saben de memoria los polvos que echa la manada de capullos que no han hecho en la vida nada más importante que hacer el ridículo. Igual que ellos.

Bueno, ya está, se acabó que me embalo. Mi intención pasaba por abrigarme, ver salir el sol y largarme a dar un largo paseo por Los Álamos para apartarme de este ordenador que me mantiene sentada demasiado tiempo y últimamente un tiempo infructuoso y frustrante por cuanto no veo avanzar mi novela y todo se queda en preliminares... Si mi padre viviera... Ya no tengo a quién preguntarle nada del Aeródromo de El Palmar, de la escuela de aprendices de RENFE, de quienes eran los de sus fotografías.... Por eso la llamaré novela. Solo por eso. Y la acabaré cuando pueda, cuando le ponga su punto y final para empezar la siguiente.

Desde El Garitón, con las manos frías y el corazón hirviendo, Mariví Verdú

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