jueves, 22 de abril de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, DE VUELTA AL INSOMNIO

Tener insomnio es una enfermedad que, para los que escribimos, suele ser crónica. Saltar de la cama como alma que lleva el diablo y encender el ordenador antes de ir a evacuar las agüitas amarillas, aquellas que fueron motivo de inspiración para Los Toreros Muertos, es todo una. Con los ojos pegados, antes de ponerme el café, ya estoy maquinando, intentando recordar los dictados de la semi inconsciencia de la madrugada. Estos momentos son verdaderamente mágicos, solitarios, oscuros, lleno de luces lejanas.


Enfrentarse cada mañana con un papel en blanco, con las dudas eternas sin resolver y el panorama tan desesperante y bipolar como siempre, es un acto heroico. Decir lo que se piensa del mundo y de las particiones que de él se han hecho es una pérdida de tiempo. Porque la cosa no tiene enmienda, como la jodienda. Ser testigo de la manipulación, saber que hay demasiada gente sentada en las poltronas cambiando de asiento cuando tufa a culo, ver cómo se entierran valores sagrados del ser humano, tener la sensación de no pertenecer a ningún sitio, volverse indolente a fuerza de atosigamiento de información, creernos inmunes a los vapuleos del planeta todo es un hecho pero ¿dónde buscamos las culpas? He aquí la grave cuestión.


¿Qué nos ha pasado para tanta apatía y tanta sumisión a lo indeseable? Hurguemos en nuestras conciencias, porque no podemos echarle la culpa siempre al otro. Como ya no se sabe a qué huele cada político de turno –no hay que olvidar que la cosa va de turnos- todos huelen a culo ajeno y todos van pareciendo uno, el mismo recortable al que le podemos cambiar la ropa pero no la cara ni la osamenta, rígida, hierática, insensible, fea. Por tanto, intentemos cambiar desde nosotros mismos. Porque hoy sólo tenemos esto, una mayoría de cabreros feos que se turnan para seguir comiendo de la olla y un rebaño parlante asiduo de las grandes superficies que además les votan. Y mientras, los bufones –a esta parte pertenecemos todos los que nos da por alguna venilla artística-, estamos entreteniendo el tiempo y dando juego a esta democracia charlatana que nadie atiende, sabiendo que algún día iremos adonde picó el pollo -algo más tarde que los demás- mientras ellos, que también lo saben- se suceden y comen y se aprovechan del estatus a destajo para hacer real el dicho: Muera Marta, muera jarta.

Por eso, cuando reviso el panorama actual tengo la terrible sensación de vivir una situación similar a la del film Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis, aquella historia del eterno día de la marmota en la que a su protagonista le sucedía lo mismo cada día. Sólo una salvedad, que Bill Murrai se despierta. Nosotros no. Esta dinámica -inercia sería la palabra exacta- es imparable, insensible e irracional. Porque hoy la gente sólo quiere derechos ¿adónde los deberes? ¿Cómo todo el mundo va a tener derechos sin deberes, cómo va a tener poder un individuo que sólo sabe ladrar? ¿Quién se dejó atrás las normas y la educación como bases fundamentales de una sociedad? ¿Para qué queremos la libertad sin topes ni respeto? Pero aquí nadie se pringa en decir lo que realmente piensa: que cada español, incluidos los políticos, necesita un civil de los antiguos, con bigote y tricornio, detrás, y con una vara de acebuche en la mano. ¡A qué poca gente metería Noé en el arca, a que poquita! Vivimos en una sociedad desalmada y así nos va. Una sociedad que se parece más a lo que picó el pollo que al ideal social y humano que debiera ser. Decididamente esta democracia socialista es muy lista pero nada social. Y yo estoy cada día más demente porque no me quedo muda. La democracia tiene unas cartas escondidas que no sé por dónde saldrán. De momento no es ninguna panacea, más bien el fundamento de esta gran casa de locos.

Y mientras llega el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar… me encontrareis a bordo viviendo a lo salvaje, con la pared hablando, cagándome en la mar. Y que me perdone el maestro Don Antonio.

Una mañana más, desde El Garitón, con un cielo a lo Ben Hur –negro azulado eastmancolor- y los claveles disciplinados a punto de reventar, Mariví Verdú

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