miércoles, 5 de octubre de 2022

SILENCIO. VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. A JESÚS QUINTERO por Mariví Verdú

Son ya las ocho y diez. Está brumoso el día. No veo el mar, solo lo intuyo. Espero que siga frente a mí, que no pierda su azul y esté en el mismo sitio después de tanta niebla. Espero, espero... Sobre la esperanza, decía Julio Cortázar: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Y debe ser verdad. Una se pasa más de media vida esperando, esperando que se acabe el calor, que se acabe el frío, que llueva, que escampe, que suene el teléfono, que esté detrás quien quieres que te llame, que suene el timbre de la puerta y vengan de voluntad a visitarte... Esperamos el día por la noche y esperamos al sueño por el día...yo madrugo buscando en el silencio y espero la palabra como lluvia. Esperar... esperar que la muerte se olvide de nosotros, que la vida no se termine nunca. Y lleva tanta razón el autor de Rayuela... la vida se defiende. Y continúa con y sin nosotros. Y seguimos esperando.

Llevo dos días viajando en el pasado transportada por la voz de Jesús Quintero, ese metal único nacido de la magia de algún divino alquimista,  ese sonido tan particular y único, originado por la vibración de sus cuerdas vocales, las que tenía en su laringe y que sonaban -con una textura de cala bajo la lluvia- al paso del aire que exhalaba su caja torácica, ese fenómeno que, a sabiendas de que es fisiológico y común en los seres humanos, estaba, en su caso, vinculado al corazón. Sí, sus dos cuerdas emitían sonidos que provenían de una parte íntima y recóndita de su alma y nos dejaba a todos totalmente contagiados de sensibilidad. Llevo dos días pensando que esa voz no dirá nunca nada más, que quedará callada, en silencio, eso que él dominaba en vida y del que es rey a su muerte. Y me afecta, claro que me afecta, estoy triste. No hay sustituto. De él solo nos queda ya su patrimonio por el que doy las gracias. Uno,  personal, implícito en nuestra memoria; el otro, documental, testimonio de su paso por los medios de comunicación, irrepetible y singular. De tener que salvar documentos televisivos o de radio, sus archivos serían de los primeros en poner a buen recaudo. A todos nos sirvió para crecer y puede que haga falta recurrir a ellos en un futuro.  

Sé que había guinistas detrás, que la creación de los textos no era siempre suya pero nada habría sido igual si él no le hubiese prestado a los textos esa voz, esa que resuena en todos los de mi generación como un lazo y nos atrapa y nos lleva a lo mejor de nosotros mismos, a ver a los demás con ojos de ternura, con los ojos que Jesús nos enseñó a mirar. Y desde luego no hubiera sido nada sin sus silencios, esos que daban el tiempo preciso a la meditación y a desnudarse. Hoy lo entierran en su pueblo natal, San Juan del Puerto, y se lleva con él su exquisito silencio. Descansa en paz. Adiós, entrañable voz de mi conciencia amiga.

El día tiene tonos que aprovecho para darle color a mi tristeza. Hay matices de nácar diluido en el agrio limón de lo pasado y aquí sigo, pasmada y en silencio, sin pretender más  nada que estar quieta, callada, abandonada a la nostalgia y que el día se pase mientras vivo mansamente mi recogimiento. Hoy no sabría estar de otra manera. Hoy seguiré tejiendo con ganchillo cada dulce recuerdo, cada noche, cada cosa aprendida en la esperanza de que un día me sirva para algo. Seguiré la labor que un día mi madre dejara a la mitad, tal como hiciera mi abuela, siempre sin acabar, labor perpetua, una labor que rueda con el mundo.

Desde este Garitón donde los perros se obstinan hoy en rasgar el silencio, Mariví Verdú

*No sé si son verdes pero se han callado, como si alguien le hubiese bajado el volumen al día. Gracias.

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