Esta mañana me levanté a las siete y media. Con noctunidad y alevosía he querido perder una hora y media de escritura para disfrutar a cambio de un sueño que empieza a ser placentero. Cubierto mi cuerpo por la colcha y al calorcito de ese acurrucamiento que ya empezamos a buscar, he dormido como una bendita. Al descorrer las cortinas observo cómo Málaga luce una luz tenue, dorada, como la de los antiguos velones o la del viejo quinqué de mi abuela Victoria que, a través de su pantalla de vidrio, con su tulipa de forma de flor de tulipán, daba una luz melancólica que es en mí pura nostalgia. Creo que el origen del nombre “tulipa” viene de su similitud a la flor moneda de los Países Bajos en el XVII.
Málaga, como una copa removida en la que el oxigeno hace chisporretear las brasas y las salpica incandescentes, tiene el color que hace mucho soñé para ella. Me da pena que haya sido por obligación esta forma de entender la noche y no por respeto al ser humano que no necesita tanto alumbrado para descansar y mucho menos pagarlo de su bolsillo y despilfarrar así presupuestos que podrían tener fines más necesarios. Quisiera recuperar aún más la oscuridad y así poder dedicarnos un rato cada noche al antiguo oficio de la observación de las estrellas. Ya no se ven como antes. Igual allí tambien está la luz a millón y han bajado su intensidad...
Málaga, como una copa removida en la que el oxigeno hace chisporretear las brasas y las salpica incandescentes, tiene el color que hace mucho soñé para ella. Me da pena que haya sido por obligación esta forma de entender la noche y no por respeto al ser humano que no necesita tanto alumbrado para descansar y mucho menos pagarlo de su bolsillo y despilfarrar así presupuestos que podrían tener fines más necesarios. Quisiera recuperar aún más la oscuridad y así poder dedicarnos un rato cada noche al antiguo oficio de la observación de las estrellas. Ya no se ven como antes. Igual allí tambien está la luz a millón y han bajado su intensidad...
Anoche disfruté de un rato de cante en directo en el teatro del pueblo donde habito, en ese lugar al que tanto cariño le tengo por el nombre que ostenta y por los recuerdos que alberga y atesoro: Vicente Aleixandre. Fue un rato muy agradable compartido con dos amigas, María Victoria Anaya, a quien conocí después de la pandemia, y Mamen Peinado, conocida recientemente porque compartimos clases de Pilates y hemos empatizado. Anoche, mientras tejía la nueva chaqueta de croché de mi Cristina (una tarea de cuatro cuadritos por noche realizados con la técnica que llaman modernamente Granny Square, lo que toda la vida se le ha dicho en mi casa “cuadritos de colores”), tuve tiempo de meditar un buen rato sobre la amistad y la empatía y me acosté agradeciendo la fortuna que supone gozar de ambos dones de la vida.
La amistad, como definición, dice ser el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Y debe ser verdad porque ambos sentimientos ocupan gran parte de mi tiempo y se extienden a lo largo y ancho de de mi vida como dones insustituibles, recomendables y necesarios. La capacidad de hacer amigos es un don muy preciado. Los amigos son testigos de nuestra existencia, un acto mutuo que conserva nuestra memoria fuera de nosotros mismos. Son nuestros espejos y cada uno lo somos del otro, pasados por el corazón y la cabeza como filtros imprescindibles. Para mí van en ese orden, quien antepone la cabeza al corazón se me representa a esos bellos espejos biselados, tan maravillosos y necesarios para los azogues que viven, como yo, exponiendo su corazón a la intemperie.
Hace un mes tuve aquí, en mi casa, compartiendo mi mesa, a mis queridos Pepi Navarrete y Miguel Gil, a mi buen amigo Juani Soler, a mis queridos vecinos Tina y Javier y a mi amiga María Victoria Anaya y disfruté de una fiesta de cumpleaños de lo más familiar. Hace una semana tuvimos un encuentro las compañeras del colegio de básica “Carmen Polo”, aquel antiguo colegio de niñas de mi vieja barriada de Carranque. Todo un placer volver a verlas, en particular a mis queridas amigas Amalia Pérez Solano y Carmen Toro que han estado delicadas de salud. En un par de horas nos pusimos al día en los afectos, enseñándonos fotos de nuestros hijos y nietos, confirmando nuestra amistad. Qué alegría sentirse arropada cuando empieza ya el otoño...
Es para sentirse orgullosa el conservar amistades de la infancia, de la adolescencia, de aquel tiempo donde el amor reinó, traicionó y murió mientras ellas sobrevivieron dándome consuelo. Muy pocas amistades son las que se han quedado por el camino, alguna traición o deslealtad tuvo la culpa, sin embargo, no reniego del tiempo que duró ni fue mentira la intensidad con la que nacían el cariño y la confidencialidad, dos pilares donde se sustenta la amistad. Los otros dos son la lealtal y la confianza, si estos se caen y no hay voluntad de cambio ni nada que dé conformidad a la decepción sufrida, no habrá manera de retomar lo perdido. La amistad truncada es tan decepcionante que puede compararse al traumático fracaso del amor.

Desde este Garitón teñido de rosa calima, con el corazón puesto en las palabras, os deseo un plácido domingo de octubre, amigos. Mariví Verdú
*Como simple anécdota, en estos diez utimos años he usado en este ordenador 1.311 veces la palabra vida contra 728 veces la de muerte, 972 la palabra corazón, flamenco la usé 964 veces, pena 936 y alegrías 657; escribí 760 verdad y solo 142 mentira. He escrito hijo 889 veces, madre 847 y padre 796. Escribo, escribo y siento.
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