viernes, 7 de octubre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LAS FORMAS DE QUEDARSE, por Mariví Verdú


Qué equivocada está la gente que cree en el cielo sin creer en la tierra. Yo creo a pies juntillas en este mundo y en la calidad de sus habitantes. Creo profundamente que cada ser humano es un dios en todo su esplendor. Lo sé porque observo sus variantes y todas ellas me asombran, me deslumbran y he de reconocer que me importan como si de mí misma se tratara. Bien es cierto que algunas manifestaciones humanas me sacan de quicio pero cada cual elige la forma de quedarse en este mundo que, al fin, todos somos recuerdo. U olvido. Los hay que dejarán un legado de amor y de justicia, de belleza, de música o de palabras y serán inolvidables, como ya lo son Jesús, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Veermer, Schubert o Cervantes. Otros, su paso quedará aborrecido cuando sobresalga su crueldad y existirán como existen los agujeros negros. No los nombraré para no invocar al diablo, ese que cohabita en cada uno de nosotros y que es la cara oculta del mismo dios. Pero son muchos los seres humanos bendecidos cuando lo que dejan es una estela dulce de generosidad y entrega a los demás. En este gran apartado incluyo a las madres y padres abnegados, a los seres anónimos que ejercen el bien como algo cotidiano. Hablo de los que ejercen la medicina, la enseñanza, el cuido de almas y cuerpos como algo habitual y a los que cuidan nuestro entorno, nuestra fauna y nuestra flora, nuestra seguridad. Todos me conquistan y no hacen más que confirmar que somos dioses. Por tanto afirmo que no es la malicia sino la bondad el estado natural de nuestras almas.

Así como considero la bondad como el mejor atributo y el estado natural del alma humana, el del cuerpo humano es la desnudez. El hombre solo se arropó cuando sintió frío pero su verdadero vestido siempre fue y será su propia piel, ese mapa venoso que nos cubre  y que ocupan dos metros cuadrados extendida. Por más cosas que acumulemos en la vida, por más vestimentas y avalorios que tengamos en los roperos, cuando digamos a morir nada crubirá nuestra muerte más que nuestros actos. En una conversación con mi hijo, de esas veces en las que podemos hablar de cosas del alma, me dijo que su pretensión en la vida no pasa más que por hacer lo que su vocación de hombre íntegro le pide: darle seguridad a su familia, vivir el día a día con la naturaleza por testigo y ser bueno y justo en la medida que le dicte su conciencia. Hablábamos de nosotros, de mí y mi entrega al trabajo creativo como forma de quedarme en el mundo de alguna manera. Aspiraciones locas, claro está, porque aquí no se queda nadie más que los que otros decidan guardar en sus corazones. Hoy, esta mañana de octubre, cuando salir de las sábanas te recuerda que estamos en otoño, quiero dedicarle a mi hijo y a mi nuera este momento de reflexión: ellos se quedarán sin tener que pintar ningún dos de mayo ni crear ninguna elegía. Ellos son parte del alma colectiva, están en los alumnos que pasan por sus aulas, en los compañeros a  quienes siempre han favorecido, en el cuido del entorno y la preocupación por el medio ambiente que pasa por su implicación más efectiva, están en la sociedad positiva, presente y futura, donde tengo puestas todas mis esperanzas. Ellos son importantes por detrás del telón del mundo, en el mismo mundo, ese que no necesita la fama ni el glamur, las editoriales ni las salas de exposiciones, nada. Son más que importantes: son necesarios. Y como ellos la gran mayoría de sus compañeros, del personal abnegado que nos hacen grato el mundo en el que vivimos y nos dan motivo para olvidar la tragedia que provocan unos pocos innombrables que serán famosos por su crueldad y malas artes pero que no les llegan a la suela de sus zapatos.


Con el deseo de que vuestra vocación os lleve por la vida con la paz interior que os merecéis, os mando mi más cariñoso abrazo. Y a mi nieto.

Desde El Garitón, con rosas de octubre y bignonias sin fin, Mariví Verdú

 

*Ángeles y demonios de Maurits Cornelis Escher, artista neerlandés conocido por sus grabados xilográficos, sus grabados al mezzotinto y dibujos, que consisten en figuras imposibles, teselados y mundos imaginarios. Países Bajos, 1898-1972

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