lunes, 8 de enero de 2024

SEMBRANDO PASCUEROS, por Mariví Verdú

Hoy es lunes, día de San Severino, toca quitar el Belén y los adornos, pocos, que han coloreado mi casa en estas navidades: tres pascueros que han acompañado tanto mi soledad como la compañía de mi familia. Porque nadie se ha acercado a visitarme esta Navidad más que ellos tres para quienes van mis palabras de hoy, en particular para mi nieto Daniel que da argumento y sentido a mis días. Se las dedico también a mi amigo Pedro Montero a quien agradezco su lealtad de lector y su ánimo para continuar este empeño que me saca a las cinco de la mañana de mi cama y hace que me enfrente al papel en blanco con el corazón en la mano.También a mis buenos amigos y a mi gata, fiel donde las haya, ya tan vieja y tan achacosa como yo.

Resumir estos días de fiesta que han tenido mucho menos motivos para festejar de lo que nos gustaría, es una tarea que me propongo. Sacar afuera los sentimientos que me provocan los días navideños no es tan fácil como puede parecer a primera vista porque hay muchísimas emociones encontradas, enfrentadas, sensaciones tristes ante tan lucecita y tanto consumismo a lo que hay que sumar hacerlo intentando no herir tantas como diferentes sensibilidades. Qué complicada tarea la de recurrir al silencio y la soledad para oírnos la voz del alma, un momento difícil de hallar para la gran mayoría cuando lo que prima son las reuniones, las aglomeraciones y el bullicio. Entre cenas y compras, almuerzos y regalos y mucha gripe compartida, pocos hemos tenido tiempo para la calma y el sosiego, esa experiencia profunda e intima que nos conecta con nosotros mismos, esa situación necesaria para apreciar matices, para indagar en el porqué de lo que estamos viviendo y dar gracias por poderlo contar. Intentar descifrar lo que estos días significan es bastante complicado. Hacerlo desde mi visión y querer interpretar los hechos ajenos es misión casi imposible. Complicado es averiguar si esta actitud colectiva es solo un dejarse llevar por lo fácil y la tradición o si detrás de todo hay una verdadera afección a algo que no es tan simple ni material sino que, rozando el misterio, nos acerca al corazón y deja libre la necesidad de amor y abrazos que tenemos la mayoría de seres humanos.

No todos tenemos ocasión de disfrutar de besos y abrazos, ni siquiera de cosas materiales como una buena cama donde descansar el peso de la pena diaria. Ni que decir tiene que si hay quien carece de agua en estas fechas me pueda resultar grotesco hablar de turrones, gambas y gollerías, me dé asco del despilfarro y sienta vergüenza ante los contenedores de basura. Han habido demasiadas lágrimas estas navidades, mucho fracaso de convivencia, de entendimiento, da falta de voluntad para hallar soluciones y llegar a entendimientos en este pequeño mundo que habitamos. Por eso yo vivo las fiestas a medias, o sea, dando gracias por la cercanía de mi familia mientras no puedo olvidar que otros sufren, que no tienen lo básico, que carecen de alimentos por lo que es imposible la paz. Nunca hubo paz sin pan. Siento pena y miedo porque la guerra se contagia como la peste y la sed de muerte crece sin saciedad. El hombre insatisfecho es una fiera para el hombre. Y la tristeza circula libre en dirección de cualquier corazón abierto. Somos todos blancos de la insensatez.

Si cuando se abre una flor, al olor de la flor se le olvida la flor... así decía Serrat en su canción “Señora”, y se me ha venido a la cabeza porque algo similar podría resumir lo que ocurre con el misterio navideño, aunque más descarnado. Toda esta fiesta que rodea a las Navidades tiene un motivo cristiano que comienza la noche de Nochebuena y que anda medio perdido entre abigarrados adornos. Todo lo provoca un nacimiento que significa la venida de la esperanza y la salvación de los hombres. Sin embargo, el envoltorio material de la fiesta ha tomado el protagonismo y todo llega a olvidarse bajo tanta parafernalia de brillos y luces, estrellas colgantes, oro y espumillones, bolsas cargadas de regalos... Pero algo inmenso subyace debajo del oropel, algo simple y humano: un niño recién nacido. La grandeza divina se nos muestra en la sencillez de un ser desnudo y frágil. La humildad en un pequeño e indefenso niño que debía conmovernos tanto como para defenderlo en cada uno de los niños del mundo. Salvémoslos del frío, del hambre y la barbarie que se comete contra ellos. Gritemos el mensaje universal de la paz. Para ello recomiendo, ante el tumulto y el vocerío, el silencio, la soledad y el recogimiento para pedir por todos los niños del mundo.

Este año he pasado mucho tiempo enferma, más del que me hubiera convenido, demasiado para los años que tengo y los pocos que quedan. Salir de enfermedades no es tarea fácil cuando se alcanza mi edad. Antes me reponía enseguida, recobraba de inmediato la vitalidad y volvía a las tareas con fuerzas renovadas, sin embargo ahora, que todo son achaques, me cuesta incorporarme y lo hago con una lentitud inusitada. A pesar de todo he ganado algo que nunca había conquistado en mi juventud: la paciencia. Me ha dado tiempo a pensar mucho, a reflexionar sobre lo importante y lo fundamental, lo prescindible y lo intolerable. Salvar la familia, la amistad y la conciencia es importante. Mirar por la salud, fundamental (sin ella no hay nada). Tener demasiado mientras haya quien no tiene nada es intolerable y hacer lo que hace la mayoría es prescindible y poco recomendable. ¿Sabéis dónde tenemos el corazón? Busquémoslo.

Recuerdo cómo acabé la entrada anterior “Las flores diminutas de Año Nuevo”: Ya mismo estarán los almendros en flor y digo yo que lloverá. Lo digo con fuerza a ver si el eco llega a los ojos de Dios y se derraman. Afortunadamente llovió dos días después, todo está verde y húmedo pero los almendros siguen sin regalarnos su blancura. Para contrarrestar, anteayer amaneció La Maroma coronada de nieve. Siempre hay motivos para el agradecimiento.

Hoy sembraré los pascueros (regalos de la Familia Soler, de mi Peña Flamenca de Las Castañetas y de Julia Rose) y podaré rosales y viñas que la luna está menguante y es enero. Un nuevo enero. Gracias por volver.

Desde El Garitón totalmente luminoso, Mariví Verdú

 Foto: Mirador del Macho Montes desde El Juanar (Ojén)  Marbella, el mar y África

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