lunes, 1 de enero de 2024

LAS FLORES DIMINUTAS DE AÑO NUEVO, por Mariví Verdú

Desde que me levanté esta mañana, primer día del año 2024, siendo las ocho menos veinte, hasta ahora que me pongo a escribir lo que entresaco del montón de reflexiones con que anoche me fui a la cama y que se han multiplicado esta madrugada sobre la almohada, no he parado de dar gracias a la vida. La verdad es que no he dejado de reconocer mi fortuna, a pesar de estar con una tos que me doy la vuelta cada vez que me da el galillo. Agradezco lo más grande y lo más pequeño, por saber que estoy donde estoy, que pasa lo que pasa, que nada es para siempre. Doy gracias por abrir un grifo y que aún reciba un caño de agua clara, por tener café caliente, leche y pan -aunque sea de dos días- y tener ganas todavía de abrir la boca. Doy gracias por poder pensar, sentir, conmoverme y escribir. Doy gracias por tener rosas a estas alturas del invierno, por las violetas, por el polvo que he quitado del poyete de mis ventanas, por la compañía fiel de mi Missi y el pequeño gran regalo de mis muscaris y de mi lavanda. Por el sol.

Añoro también muchas otras cosas: voces, presencias, abrazos...Añoro mucho la lluvia. Desde mi alféizar puedo ver lo lejano que está todo y lo cerca que lo tengo de mi corazón. Y siento las setenta despedidas con una distancia tan corta que los años parecen un suspiro. Podría enumerarlos todos desde el 53. De nunca me gustaron demasiado estas fiestas, ni siquiera cuando era chica. Además, nunca creí que a las doce acabara nada. Solo me valía para hacer un examen de conciencia, un durísimo examen sin piedad que durante años ha hecho de la Nochevieja un noche terrible. Tampoco creí nunca en los Reyes. Aquello de cuestionarlo todo sigue vigente desde mi más remota niñez. Con muy pocos años me cargué una muñeca de aquellas que lloraban solo por ver el mecanismo que originaba su llanto, en cuatro palabras: para destapar el misterio. El pito lo tenía incrustado en su espalda y era un sistema de fuelle que funcionaba con o sin muñeca. No como el llanto mío. Mis lágrimas son tan mías como la sangre. Tampoco me han gustado las cabalgatas, las aglomeraciones. Una vez nos llevó mi tía María Teresa a ver a un rey mago y nos hicieron una foto con él a mi hermana y a mí. Pero no creía que aquel desconocido me diera ni la hora. Una vez tomé las uvas con una amiga en un velero en el Puerto de Málaga... Recuerdo las primeras que tomé con mi nieto. Luego me quedé a dormir con él. Y poco más porque hay otros recuerdos preciosos cuando mis padres vivían pero solo con pensar me pongo tristísima.

Anoche hice una cena en solitario. No estaba el plan para ir a casa de nadie. El rato que estuve en la cocina fue agradable. Había dejado encendidas las luces del Belén y la lámpara que me regaló mi querido amigo Juan Carlos Bandera.  Qué guapo era interior y exteriormente. No me explico por qué tomó la decisión de irse... Puse la radio. Me acordé de que este año no he hecho los borrachuelos. Ni me ha tocado la lotería, solo la que llevaba a medias con mi amigo Carlos Prados que fue el primero en mandarme unos besos nada más comenzar el año. Me llamó mi hijo, los vi a los tres en su casita tan a gusto y di gracias por ello. Me llamó mi vecina Tina para tomar juntas las uvas. La noche estaba fría para salir a ningún sitio, por más que me hubiera agradado. Luego,  mi nieto me mandó un mensaje de felicidades. Y vi cómo se ha forjado mi vida a base de descubrir días y noches, de mañanas y tardes milagrosas, de sacrificios y alegrías, de mi suerte. Buena o mala, ha sido ella la que me ha esculpido mientras la razón y los sentimientos se han encargado de tirarme la obra un montón de veces.

Y como el ave fénix, a renacer toca. Una y otra vez, mientras mi corazón lata, resurgiré como he hecho siempre, como hasta ahora tenemos el vivo ejemplo en la naturaleza, como fue y será mientras me quede un hálito de vida. Siempre agradecida porque el milagro se obra al transformar lo negativo en aprendizaje y lo positivo en una forma de recobrar el aliento para nuevas caídas.

Ya mismo estarán los almendros en flor y digo yo que lloverá. Lo digo con fuerza a ver si el eco llega a los ojos de Dios y se derraman.

Desde El Garitón, un año más, dejándome el alma al descubierto, Mariví Verdú

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