miércoles, 9 de septiembre de 2009

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE NO OLVIDA A JUAN RAMÓN

*Ayer, en un programa de las dos, a altas de la noche, sin poder dormir por las quemaduras del sol de aquí arriba -y no de playeo precisamente-, por los poemas enquistados y por lo que le pasa a cualquiera que está vivo y le duele el alma, oí que más de doscientos mil manuscritos de Juan Ramón Jiménez están esperando ser debidamente tratados y organizados para que disfrutemos los que, como Santo Tomás, nos gusta meter el dedo en la llaga, oler, tocar y ver la palabra escrita con sus rasgos, con su impronta… Ayer hizo cincuenta años de la muerte del poeta y yo me pregunto ¿cómo es posible que no nos acordemos de Juan Ramón, nuestro Nóbel de Literatura, sí sólo ha pasado tan escaso tiempo como para tanto olvido? Es verdad que la muerte es así de cruel y nosotros así de olvidadizos, pero al hombre que tan sólo hace medio siglo aún escribía con su tinta violeta las joyas literarias que engarzaban el apretado 98 con la flor del 27, así, de una forma tan delicada y bien hecha como sólo Juan Ramón Jiménez sabía hacer, no me da la realísima gana de pasarlo por alto.


En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.
-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño-.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.
-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos-.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.

Lo tituló Adolescencia.

Nacido en Moguer, Huelva, en 1881, Juan Ramón Jiménez Mantecón estudió Derecho en la Universidad de Sevilla, donde se aficionó al cultivo de la pintura. En su casa natal, hoy museo, me sorprendieron sus cuadros, sus grandes aptitudes para la pintura. Era un artista en toda la extensión de la palabra. Juan Ramón salió de España al comienzo de la guerra civil, viviendo sucesivamente en Puerto Rico, su segunda patria, La Habana, Florida y Washington. En 1956 recibió el Premio Nóbel de Literatura, falleciendo dos años después sumido en una profunda pena por la pérdida de su esposa Zenobia.

¡Qué poeta más grande nos dio Dios!
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quien! ...para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Que bien!
«Dondequiera que haya niños—dice Novalis—, existe una edad de oro». Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

Prologuillo de Platero y yo, una fuente de apetitosa fruta, dulce y sabrosa, para recrearse en Dios y en el hombre. Y en el burrillo y sus ojos de azabache.

Dios mío, no sé cuantas veces habré comprado este libro en mis cincuenta y cuatro años, cuántas lo presté, cuántas se lo quedaron, cuántas lo regalé, pero aún conservo uno con el que me hice en ese sistema de compra “al peso” que, aunque salga baratito, me da una rabia… Ya no lo presto más. Quizá a mi muerte done mis libros a la biblioteca de este pueblo pero, de momento, ni a mi mejor amigo. Platero es mucho, yo diría que todo, es un compendio de la belleza poética de las cosas que pasan por aquí, en el Sur, adonde todo sucede, adonde todo se olvida, adonde no me da la gana de seguir la corriente. ¿Cómo podemos dejar en el olvido esta locura de textos que atemperan el alma?

Vive tranquilo, Platero. Yo te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Piña, que a ti tanto te gusta. Estarás al lado de la vida alegre y serena. Los niños jugarán y coserán las niñas en sus sillitas bajas a tu lado. Sabrás los versos que la soledad me traiga. Oirás cantar a las muchachas cuando lavan en el naranjal, y el ruido de la noria será gozo y frescura de tu paz eterna. Y, todo el año, los jilgueros, los chamarices y los verderones te pondrán, en la salud perenne de la copa, un breve techo de música entre tu sueño tranquilo y el infinito cielo de azul constante de Moguer.

Juan Ramón Jiménez, eres inmortal y se lo recuerdo al mundo para su gobierno, que un hombre que dice lo que tú dices vive en la luz del sol. Por eso, será por eso que siempre lloro cuando te leo, siempre me sorprendes y me conmueves y me llenas de gozo. Con lo difícil que es para mí el llanto sino es por los de mi sangre, por los de mi sangre derramada, y tú debes ser de mi sangre, Juan Ramón. Seguro, tú eres de mi sangre.

Mariví Verdú

*Artículo publicado en Mayo de 2008 en www.diariolatorre.es

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