jueves, 14 de mayo de 2020

ARTE CASERO, por Mariví Verdú

No me gustó nada lo que escribí ayer. Cuando me levanté del escritorio, me sentí muy triste y así estoy todavía. Lo he vuelto a leer esta mañana, ayer ni siquiera lo corregí porque salí huyendo del  sillón. Escribir y desahogarme fue como si una ola de desconsuelo me arrastrara a un lugar al que no quiero ir, me vapuleara y después me abandonara en un lugar desierto pero con todos mis demonios por allí. Así que me refugié en la costura. El día tampoco estaba para quitar yerbas. La lluvia y mi espíritu pedían casa, recogimiento. También el cuerpo me pedía migas pero he cogido dos kilos en este confinamiento y me pongo algún que otro límite a la hora de comer, así que comí berza de habichuelas verdes con calabaza y sin pringue y dejé las migas para otra ocasión.

Como no se puede ir a comprar nada porque en Málaga seguimos en Fase 0, o sea, confinados todavía, los regalos de los próximos cumpleaños van a ser artesanales, manuales, hechos de arte casero. Siempre me han gustado más los regalos hechos a mano que ir a una tienda a buscar algo que lo va a tener mucha más gente. También es verdad que muchas veces ha sido porque me obligaba mi escasa economía pero otras, la mayoría, porque así me lo dictaba el corazón y las ganas de regalar no solo algo material y perdurable sino tiempo, creación, exclusividad y un retazo de mí misma.

Nunca me gustó aquel refrán que decía: En comunidad no muestres habilidad. Pero no me gusta porque siempre hay alguien aprovechado, con sus manos llenas de dedos, que pretende que le hagas gratuitamente un trabajo que tú conoces cómo hacerlo pero que nunca será valorado porque los favores se olvidan y, ya se sabe: “lo olvidao, ni agradecío ni pagao”. A ponerle precio a mis labores me ayudó una señora en aquellos tiempos en que estuve detrás de un mostrador de mercería. Muchos años de oficio; buena escuela, por cierto. Vino a aprender a tejer punto de media, clases gratis con el único compromiso de comprar la lana en mi negocio. Chico negocio... Yo le hice los cálculos para echar los puntos de su jersey, su delantero y trasero y sus dos mangas; le dije a cada cuántas vueltas aunmentar las mangas, menguar las sisas de manga raglán, cómo cerrar los puntos del escote. Pero ella quería un cuello alto, en redondo, tubular, sin costura... Y no sabía dónde tenía la cara, era inoportuna y venía a cualquier hora del día para cualquier chuminada como cogerle un punto escapado o quitarle alguna que otra equivocación. Una vez las piezas acabadas había que armar el puzzle. Y eso indudablemente me tocaría a mí. Desde luego, llevó costura el cuello. Me habría costado verla algunos días, muchos, enseñarle cómo hacer el punto tubular o usar las agujas redondas... No hubiera soportado más incordios y no dudéis de que tengo muchísima paciencia.

-Anda, cósemelo tú que lo haces en nada, vaya a ser que lo eche a perder. El punto tenía viso y las piezas parecía que hubieran estado metidas en el culo de Bitoque, eran torciones que necesitaban darles una mano de plancha. La condescendiente Mariví  se llevó las piezas a casa, las emparejó como pudo, cosió y dio forma a aquel quinteto que parecía haber estado en la guerra. Se lo llevé con un lustre irreconocible. La mujer lo agradeció y se fue. Días más tarde lo llevaba su hija puesto y estaba hablando con una amiga sin advertir que yo estaba justo detrás. Mientras la señora se deshacía en alabanzas a su trabajo, agudicé el oído. Y cual sería mi sorpresa que, dándose un pisto que no le correspondía, mi nombre ni mi tienda aparecieron en ningún momento de la conversación. Esperé a que se despidieran y, dándole la cara le dije: Con la ayuda del vecino mató mi padre un cochino. Y que, si tenía que hacer otra prenda, iba lista. Ni una bufanda siquiera tejida toda del derecho...

Hubo un antes y un después de aquel día. Empecé a poner precio a todo lo que requería de mis habilidades y me fue mejor, mucho mejor. Hasta a la propia familia le puse delante la minuta y mis condiciones. Así que muestro en comunidad mis habilidades para poder vivir de ellas. El problema está en que, por mucho arte que tengas, no dejarás de ser una “artesana” para la élite “artista” por lo que mis capacidades y aptitudes, mi experiencia y  soltura, las cualidades de mis manos por tanta práctica, la destreza adquirida y el tiempo invertido en ello dan como resultado las pocas o muchas cualidades que tengo y las que me quedan por aprender todavía pero nunc me llamarán artista.
Por eso, mejor revierto en mí y en los míos lo que sé hacer, lo regalo a los amigos cuando quiero o cobro por ello. Cobrando, cundo me lo encargan, me quedo tan tranquila. Lo malo es la envidia que genera a los que no suelen dar nada, lo que abruma a los que, para hacer lo que hago en un plis plas, o sea, en un santiamén, se rodean de una parafernalia que llaman arte y yo lo llamo aprovechar el tiempo en la belleza. Ellos se autoproclaman artistas. Yo no sé si lo soy pero, desde luego, soy una superviviente.  


Desde El Garitón, bajo una espuerta de pétalos, Mariví Verdú


*Muñecos de la colección de Mario Bross que hice a mi Dani.
*Zapatitos que hice a mi Emma

De superviviente y mañas, de eso irá la crónica de mañana. Hasta entonces.

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