miércoles, 13 de mayo de 2020

LA POBREZA, por Mariví Verdú

Si algo he aprendido en estos sesenta y dos días de encierro es a darle tiempo al tiempo, a tener paciencia. Y a darme cuenta de la calidad de los amigos que tengo. 

Llevo varios días dándole vueltas a la cabeza sobre la palabra pobreza. Tres sílabas que contienen mundos, universos completos. La palabra pobreza encierra más misterios que la trinidad y tiene enjundia y filosofía para dedicarle  atención y  tiempo. Me acuerdo a menudo de un refrán que decía mi queridísima abuela Victoria y que yo nunca he olvidado. A pesar de que la frase dice literalmente: “Quien pierde un amigo pobre, pierde una poca mierda”, así de simple y llanamente, no llegué a asimilarla cuando joven, sacándola siempre de contexto y haciendo de ese "pobre" el motivo de muchas cavilaciones, sujetándolo a otras lecturas. Me negaba a admitir que una mujer con la sabiduría de mi abuela, mujer que tanto luchó y trabajó en su vida, que tenía un fondo tan cristiano y que, además de inteligente, era pobre, podía poner en su boca tal dicho. Me ha costado muchas neuronas y algunas lágrimas la reflexión que a continuación expongo.

La palabra “pobre” es un adjetivo o nombre común que significa persona que no tiene lo necesario para vivir o que lo tiene con escasez. O que es en sí escaso. Yo sé que por ser pobre nadie merece el desprecio ni l descalificación, más bien necesita de tu solidaridad y de algo que debería ser antes, en primer lugar, y que se llama justicia. Ésta comienza por la educación, libre y obligatoria. Sí, no me contradigo, he dicho libre y obligatoria: libre, sin adoctrinamientos, y obligatoria porque un niño no debiera hacer otra cosa que formarse para poder decidir más tarde su futuro, para poder elegir. Y gratuita, porque el estado debe brindar a todos una enseñanza pública para tener igualdad de oportunidades y crear futuro. Eso sin olvidar lo que es obvio: el ejemplo, el calor y el apoyo familiar, la educación comienza en la propia familia.

Intentar averiguar qué se escondía detrás aquella frase me llevó a buscarle los tres pies al gato. La clave debía de aparecer entre líneas, tenía que ser mucho más profundo el sentimiento que encerraban nueve palabras. Busqué entre sus sinónimos, a ver si daba pistas en una segunda lectura... indigente, menesteroso, pordiosero, mendigo. Todas me dolían en el corazón y dudo que a mi abuela, de quien he heredado tantas cosas, no les doliera en el suyo.  Mucho más triste con las de infortunado, necesitado, desgraciado, desamparado, humilde... ¿desde cuándo perder un amigo, por humilde que éste fuera, es intrascendente? Y así fui viendo uno a uno los sinónimos hasta que llegué a las palabras bajo, carente, falto, escaso, corto, exiguo, mísero y miserable. Si las de antes eran palabras tristes, éstas eran palabras serias y me producían más tristeza todavía.

Y es que la calidad del pobre está en su pobreza. La pobreza puede tener más de un origen y más de una consecuencia. Si la pobreza es material, cosa que nuestras sociedad no debería de admitir porque es claro síntoma de injusticia social-, aunque sea dura de soportar para el que le toca, se puede paliar. Pero ay si la pobreza es del espíritu, ay si es de corazón y sentimientos. Porque hay muchas cosas necesarias para vivir y siendo pobre de recursos se vuelve complicado, pero si lo que falta es la calidad de los valores, esos que no están en el bolsillo, nada puede insuflar nobleza al ánimo ni facultarle para ser magnánimo, algo que tanto dignifica a los seres humanos. Y creo que iban por ahí los tiros. A lo que se refería mi abuela era a los pobres amigos, a esos que no comparten ni se alegran, a los envidiosos -que suelen ser inútiles-, esos que no merecen la categoría de serlo y la honra de llamarles amigos.

Nadie en particular es necesario para la vida de nadie pero todos lo somos para todos. Pero hay gentecilla -yo creo que a ella hace referencia mi querida abuela- que apartarlos de tu vida no supone otro trabajo que dejarlos ir. Decirles adiós, lejos de ser un trago amargo, es una bocanada de aire fresco, un alivio para la salud mental. (Hacer el vacío es un poco más cruel que mandarlos a la mismísima mierda.)  Nadie dice adiós por gusto. Y si la amistad era solo de una parte, quedará clara la despedida. Si existiera por ambas partes,  habrá momentos para el alivio de la comprensión, de la disculpa, de subsanar malos entendidos. Y ya veremos luego si ha merecido o no la pena mediar con palabras, poner empeño en la continuidad. Si no lo mereciera, vaya usted con Dios.

Cuando se llega a la austeridad con convencimiento, en soledad, sin ayuda de terapias ni sicólogos, cuando se acuesta una en plena conciencia de no haberle quitado nada a nadie, de no vivir del cuento ni de las pagas sociales inmerecidas, de amasar el pan que te comes, todo se vuelve trascendente menos lo que no lo es y eso se lava una bien y todo se va por el desagüe, siempre con agua, todo con agua, bendita sea el agua.

En un miércoles trece, sin cova de iría y no volverías, desde El Garitón, Mariví Verdú

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