Para que pase el tiempo lo meto por el ojo de una aguja y coso. Antes me calzo las gafas en este doblado tabique nasal que recuperé en la pastelería de aquella vieja calle de Chefchauen comprando chebakías para los míos y doy gracias por habérseme devuelto el goce del jazmín y los perfumes del campo. Después me coloco el dedal de plata en el corazón de mi mano derecha y continúo la labor que mi abuela y mi madre dejaron sin acabar y que, de seguro, dejaré inacabada como las Victorias que me antecedieron. Y es que la vida nuestra es así, labores y labores, pinchazos y labores, agujas y labores, tardes y tardes de labores en la recacha de la vida.
Y cuando no estaba entre costuras, estaba entre líneas... El rectángulo de papel de una libreta lo intercalé con el apaisado de la pantalla del ordenador y entre unos y otros he escrito mi tiempo en una sucesión de palabras y versos que dan forma a mi vida. Mi madre decía que si me hubieran pagado a perra gorda cada folio que llevo escrito, sería multimillonaria. Y puede que sea verdad aunque mi vida la debo a la misma providencia, mi vida está escrita entre el alfa y el omega, pasando por todos los adverbios y siempre cerca del mar, frente al mar, con los pies puestos en la tierra, la cabeza en el cielo y las manos en un incansable quehacer.
Como mi tiempo, por todo lo expuesto, queda entretejido en chaquetas de lana, interlineado en viejas libretas, preso en la nube gris del software de este viejo PC que ha salido más bueno que el pan y entre las cerdas despeinadas de mis pinceles de los que ya no hablo porque se acaba el tiempo, puedo afirmar que no lo he perdido, que no quiero perderlo sino devolverlo a lo que era antes de ser mío, antes de ser tiempo de mi madre o de mi abuela, a una nada perfecta en la que se quedan las cosas que han sido bellas porque sí y se las recuerda por un simple acto de amor.
Mientras mi nuera y mi nieto usen sus chaquetas, esas que he tejido desde que están en mi vida con cariño y punto de arroz, mientras mi corazón revolotee en algún verso acertado y luzca alguna sonrisa atrapada en mis lienzos, no daré mi tiempo por perdido. Es más, confirmaré todo lo contrario: lo he ganado. He ganado al tiempo su inmaterialidad haciendo de él labor y espejo y sueño, le he dado forma y volúmenes, luces y colores, rimas y la suficiente imaginación para creer en lo eterno.
Desde este hogar que se llama El Garitón, de reposo corporal por orden facultativa pero volando sobre un mundo que me gusta y en el que me sumerjo, floto y me siento como pez volador, como una flor cualquiera de mi bignonia loca, cariñosamente, Mariví Verdú