viernes, 24 de marzo de 2023

ATARDECER EN PUIG DE MISSA, por Mariví Verdú

No descansé al mediodía. Lo justo para tomar algunas notas. Sin embargo, recordando la mañana me visitó un placentero sueño y me dejé vencer. Para la tarde tenía como único proyecto  visitar Puig de Missa, corona singular que luce Santa Eulalia del Río.  

Entre las notas que tomé, la que dice que subiendo hacia Portinatx sonaba en la radio del coche Romeo y Julieta de Tchaikovsky... Sin embargo puse punto y final contando el implacable y despiadado paso del tiempo sobre las cosas, sobre Portinatx y sobre mí, y no conté las dos visitas que, a mi regreso al cuartel general de Es Canar, realicé. La primera, a una cala de belleza singular, su nombre es Cala Xarraca. Me pareció tan hermosa que pensé en bajar, sentarme un rato a dibujarla y mojarme en sus aguas turquesa pero el tiempo y el sol se me echaban encima y me limité a hacer varias fotos y a intentar llevármela en los ojos. Luego pasé por Sant Llorenç de Balàfia. El pueblo de San Lorenzo me traía a la memoria muchos recuerdos. En aquellos tiempos en los que viví en la isla, allí había un repetidor y una emisora de telefónica, encima del monte más alto, y era visitado a menudo por obligaciones del trabajo de quien fuera mi compañero y padre de mis hijos. Yo le acompañé en varias ocasiones. A veces, cuando había tormenta, tenían que ir a arreglar desperfectos y si era necesario pasaban allí la noche. Volví a poner música, Radio Clásica, y llegué tranquila a mi destino.

Eran las cinco cuando me disponía a salir para Santa Eulalia. Dejé el coche en un aparcamiento a mitad de camino de la iglesia y el pueblo. Subí caminando, descubriendo, alucinando... Puig de Miss está situada en lo alto de una colina a 52 metros sobre el nivel del mar y es el símbolo de Santa Eulària des Riu. Visible desde la entrada, es su núcleo primitivo y origen del propio pueblo. Es una iglesia fortificada, de formas cúbicas, encaladas, blanquísimas, con una cúpula pintada de un color entre pardo cobrizo y terracota, construida en el siglo XVI sobre otro templo anterior que destruyeron los piratas. Se conserva un retablo barroco traído por el Marqués de Lozoya desde Segovia, procedente de la Iglesia de San Millán. Al lado del templo, anexionado a él, un bellísimo cementerio; alrededor, un núcleo de singulares viviendas donde contrastan sus puertas y ventanas de colores amarillo oro, azul turquesa, azul índigo... todo un laberinto de calles donde da gusto perderse, sentarse, encontrarse...

Estuve sentada un ratito en su porche. Es bellísimo. Está formado por dos hileras de arcos y hay bajo él y pegado a la pared un poyete que va de lado a lado. Miré por una ventanita situada estratégicamente... Admiré la belleza de su panorámica. Estuve allí dando gracias a la vida, planteándomela. Llegué a la conclusión de que no necesito más de lo que tengo.


Volví a recorrer las callejuelas blancas después de hacer  varias fotos espectaculares, o sea, fieles a la realidad. Cuál será mi sorpresa cuando oí desde lejos cómo alguien me llamaba por mi nombre: Mariví... Volví la cara sorprendida y me volví a encontrar con Iván, el joven que me había ayudado a salir de Cala Nova y a recobrar la fe en el ser humano. Venía con su bicicleta a lo mismo que yo, a disfrutar de aquel enclave privilegiado que para él es tan familiar. Nos despedimos con alegría y bajé a recoger mi coche mientras atardecía. ¡Qué regalo! Atardecer en Puig de Missa es un disfrute para los sentidos, una forma de entender la grandeza del mundo, la suerte de estar vivo, la bondad y la belleza.

Llegué al hotel mientras caía el sol por San Antonio. Volvía con los ojos llenos de luz y me puse a dibujar. Tenía que hacer algo para compartir todo lo que se me había regalado. Saqué mis acuarelas. Solo me había llevado un pincel, un lápiz, un sacapuntas y una goma. Hice cuatro partes la hoja del bloc porque quería hacer postales, pequeñas acuarelas, improntas... Decidí llevarme el bloc al día siguiente pero esa noche dibujé Puig de Missa... Y me dormí soñando con la tarde.


Desde El Garitón, entre rosas, margaritas, fresias y violetas, Mariví Verdú

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