Durante muchos años me gustó la noche para salir y disfrutarla. Eran tiempos de mover el esqueleto y de sufrir mucho en la continua guerra juvenil del amor y las hormonas. Una guerra que dio comienzo desde que caminamos erguidos. Yo creo que mucho antes, tal vez desde que dejamos de ser anfibios. Ay, si viniésemos al mundo con un manual bajo el brazo, tal vez sería distinto y maduraríamos sin tener que pasar por una somanta de palos. La otra opción, la de meterme en una cámara donde preservarme de los avatares de la vida, nunca fue conmigo. No nací para convento ni para yugo alguno ni tuve nunca miedo al fracaso. Aborrecí desde chica la pobreza mental pero tuve que batallar desde siempre con la económica. Ser positiva me ayudó mucho a ver el vaso medio lleno pero el desencanto de tanto vaso vacío me convirtió en una pesimista e hizo de mí una mujer de carácter fuerte, estoico, podría decirse que indolente a no ser porque aún siento el alma. Me duele. Pasar apuros en la vida y seguir en la brecha sin haber perdido el poder de sonreír a la adversidad, me enorgullece. Ir al paso de la vida capeando temporales, forja caracteres. Ser mayor, haber sobrevivido en este mundo, le concede a una un crédito más importante que cualquier titulación. Estoy preparada para todo, diría que incluso para organizar la economía del país. Lidié con la miseria y aprendí técnicas que me río yo de la facultad y de los técnicos. Estoy a punto para tomar la recta final, para conducirme a meta sin titubeos y dando gracias por cuanto he aprendido en el trayecto. Soy una privilegiada.
Antes de sentarme a escribir han pasado por mi cabeza muchos recuerdos, todos con nombre y apellidos, mis almas queridas, unos sin cuerpo ya y otros vigentes sufridores del mundo. Todos son ejemplo de vida, por todos siento un profundo respeto y me parecen dignos protagonistas de útiles manuales de aprendizaje. Empezando por los que tengo más directamente unidos a mí, modelos de superación, y pasando por cuantos han aportado su trabajo, su talento y su sabiduría al bien de la humanidad. Todos ellos me importan, me han dado ejemplo, me dan ejemplo. De muchos recuerdo su voz. Algunos me alegran con su presencia y espero con ganas el momento de encontrarnos porque un abrazo de mis héroes me transmite energía para seguir en la brecha.
Y mientras el tiempo pasa, pasa la noche. En menos de dos horas estará el sol en el cielo. He dormido poco pero he estado a gusto delante del ordenador y de mi corazón. Y aunque nada parece estar cuando se necesita, lo bueno siempre llega a punto. Precisamente ahora me está entrando sueño y voy a hacerme caso. Hacernos caso es tan importante... Y lo bueno que es saber que todo está en nosotros mismos: la capacidad de adaptación, el poder de superación, la optimización de prioridades, la humildad, la empatía, la voluntad, el esfuerzo... Aunque el proceso vital es individual, parece que no sirve ni se aprende de unos para otros, no es así. Es un deber del que sabe, enseñar al que no sabe. Guardarse cualquier conocimiento es un delito. Lo que ocurre es que pocos se ven en el espejo de otro y nadie escarmienta si no lo ha experimentarlo en su dolor o en su placer. Recomendaría algunos manuales interesantes pero hoy no es el momento de dar pistas. Hoy es mi momento, el que le robo al sueño. El tiempo de mi insomnio que doy por concluido.
Desde El Garitón, levemente iluminado por la última luna casi llena de este invierno, a 16º del signo de Virgo, aprovechando mi desvelo.
lunes, 6 de marzo de 2023
VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LA UTILIDAD DEL INSOMNIO, por Mariví Verdú
A veces el insomnio no es tan malo como dicen, me basta con hacer balance del trabajo realizado a altas horas de la madrugada para darme cuenta de cuan productivo ha resultado. Más de la mitad de mi creación poética ha nacido en horas intempestivas partiéndome el sueño por la mitad. No soy totalmente consciente de cuánto le habré robado al sueño pero mucho, muchísimo. De hecho me sigue ocurriendo y ahora con doble motivación, la de siempre, inexplicablemente útil, y la que se le achaca a la edad, esa que nunca se conforma y avanza inexorablemente hasta la extinción total de mis neuronas. La verdad es que no he entendido nunca que nos pasemos durmiendo un tercio de nuestra corta vida. Y sigo sin entenderlo por mucho que me expliquen que es una forma de recargar las pilas, borrar lo superfluo y poner a punto la maquina. Es tan bonito ser consciente, disfrutar de lo afortunado que somos por existir aunque nos toque llorar o maldecir de vez en cuando...
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