viernes, 31 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. VIAJE DE VUELTA, por Mariví Verdú

El día 14 de marzo acabaron mis vacaciones. Me levanté temprano para ver el amanecer que me regalaba el lugar de  privilegio que ocupa el hotel. Lo había dejado todo recogido porque me levanté casi de madrugada. Los nervios del viaje. La playa estaba totalmente tranquila y desierta. El agua calma, los tonos delicados y el aire algo más fresco que en los días anteriores. Apareció una mujer de mis años paseando y le dije lo bonito que era el paseo marítimo y el acceso que había desde allí: un camino de madera y cuerdas que bordeaba a  roquedal. Se llamaba Covadonga. Yo estaba escribiendo el nombre de mi nieto en la arena porque estaba loca por compartir aquel momento con los míos, por habérmelos llevado de vacaciones a la isla de mis sueños. Esta mujer me hizo una foto de recuerdo mientras escribía intentando sortear las olas. Llegó una amiga suya y se fueron las dos. Agradecí que me dejaran sola. Hay momentos especiales donde sobra la compañía. Es bueno mirar hacia dentro en silencio. El silencio es la madre de toda creación, de toda música o sonido, de todo conocimiento. Recordé entonces algo que pasó también en esta fecha diecisiete años atrás. Entonces escribí un poema de aquel momento aunque no hizo falta porque aquel día se quedó inscrito en mi corazón como tatuado. Aún vivían las dos abuelas de mis hijos, y el padre, y mi hijo mayor.  David Fernando se llamaba aunque todos le llamábamos Cheche. Él nos había invitado a comer un arroz en Macharaviaya, en la casa de su padre que el habitaría durante los últimos meses de su vida. Y de la mía. Porque, si su vida acabó, la mía cambió tanto, quedó tan invertida que no sé si la mitad se fue con él y la otra mitad, sin él, quedó en un limbo del que no he llegado a salir. Nos cambió tanto la vida a mí y a su hermano, nos hizo dar un giro tan tremendo que nunca fuimos las mismas personas. Recordé también cuánto disfrutaron las abuelas... Qué rico el arroz que nos preparó mi Chef preferido, mi hijo Cheche. El poema decía así:

“Dios ha estado en el campo pintando campanillas, allá por el balate, verdeándolo todo.
Su paso apomelado de flor tierna de olivo, bajo higuerales dulces, presentí sobre el agua… Dios ha venido a vernos como suele hacer siempre al cambio de las horas por el viento de marzo.
Las primillas hermanas,los pinzones, los mirlos, la lírica dorada de los abejarucos entonan el hosanna mientras medito y huelo los hinojos, los húmedos pies de los alcornoques, las lavandas azules, vinagretas, genista, todo aroma de tierra, de sol nuevo, de lirio.
Mientras que andan jugando las niñas golondrinas  al amor y a los vuelos, voy soñando la tarde. Presiento el aleteo de antiguas primaveras retornando, riendo en unos labios nuevos. Dejo el corazón libre palpitando la vida, besando flor y piedra como una mariposa. Tan tristemente alegre por el amor rozado redescubre el silencio: la mejilla de Dios.
Una leve presencia inundándolo todo, como las florecillas del borde del camino.
Un aliento, una brizna de yerba, una palmera, el musgo de la umbría, la luz: Dios ha venido.”

Cruzamos la isla en el mismo autobús que tuvimos a nuestra disposición para las excursiones. Yo no hice ninguna, solo los dos transbordos hotel-aeropuerto. Volví en silencio. Tomamos la carretera de San Jordi, la misma de Ses Salines, en dirección al aeropuerto. El viaje se me hizo más corto. Ya en el avión, de regreso, desde la ventanilla pude observar cómo nos alejábamos de Es Vedrá y cómo entrábamos en la península por el Levante. Vi los invernaderos de Almería, las nieves de Sierra Nevada, mi querida Axarquía y todos mis pueblos de la costa... Y en un momento ya estaba viendo Churriana, ya estábamos por Monte, tomando tierra en los campos de San Isidro... ¡estábamos en Málaga!

A pesar de que tardaron un buen rato en el aeropuerto antes de poner en circulación las maletas, yo no estaba sola y ya estaba en mi terreno. Habían venido a recogerme mis vecinos Javier y Tina. Tina y Javier también me habían llevado. Hay que tener suerte para tener vecinos y yo me siento afortunada. Son dos personas magníficas. Tina ha cuidado mi gata mejor que yo. A mí me encantan sus tortugas, sus gatos y sus peces. Las tortugas me conocen cuando me ven. Son super graciosas. Me alegré de verlos a los dos y abrazarlos. Me dejaron en mi propia puerta, llena de atenciones y agradecida.

Mi gata no se inmutó, estaba dormida cuando llegamos aunque nos hizo caso una vez que estábamos cerca, ya en el porche. Está muy viejita, ha perdido el color de su pelo y ya juega poco... Hemos envejecido juntas. Si la sobrevivo, será mi último animal de compañía. Lo tengo tan claro como el día que viene llegando.

Desde El Garitón, con mi patio cuajado de lirios, Mariví Verdú

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