martes, 28 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. ES VEDRÁ Y LOS SUEÑOS, por Mariví Verdú

Ayer me olvidé contar la delicia que supuso para mí descubrir Cala Moli. Situada entre las dos calas, Tarida y Vedella, que tan bien recordaba, creo que nunca estuve anteriormente en esta cala. Lo habría recordado. Es una cala pequeña, entre acantilados y rocas, situada al suroeste de la isla, en el municipio de San José. Aunque nada recomendable para mis pies, toda ella es de cantos rodados, chinos y conchas, es una cala coqueta, está rodeada de pinos,  virgen. Desde arriba me llamó la atención su color verde turquesa y sus aguas transparentes. Y seguí mi camino después de capturar su belleza en varias fotos.

También olvidé hablar de Conejera cuando conté mi experiencia en Cala Bassa. Desde la playa se puede observar este islote de un kilómetro cuadrado, en dirección a San Antonio, o sea, norte. Seguro que me habré olvidado de hablar de tantas cosas...

Eran más de la una cuando llegué a Cala D’Hort. Hay que dedicarle tiempo a este lugar. Es misterioso, sorprendente, impresionante. La visión ante mis ojos de la isla de Es Vedrá me dejó sin palabras. Me dio la sensación de que había crecido en mi ausencia, de que era cincuenta años más alta, más vieja, más solitaria... Llamé a mi familia. Quería compartir con mi nieto en directo el momento. Da mucho respeto estar delante de esa pirámide de roca de cuatrocientos metros de alto a la que atribuyen poderes, magnetismo, magia, energías telúricas... Desde luego es un momento sobrecogedor. Esta isla forma parte de la reserva natural que lleva su nombre, Es Vedrá, junto a Es Vedranell y els illots de Ponent.  Después de compartir el momento con los míos, me senté un rato en una roca. No pensé en nada, solo observé con emoción lo privilegiado de la situación y lo poco que desentonaba mi corazón en esta cala. Como la pequeña barca que me llevé en la retina, varada y amarrada en un riconcito del acantilado... Puede que la barca y el nombre de la cala tengan que ver conmigo...cala de huerto, Cala D’Hort. No sé cuanto tiempo pasó pero me quedé un buen rato observando tan delicado momento. Se me olvidó que tenía que regresar al hotel, me olvidé de comer, se me fue el santo al cielo.

Me vino a la memoria un sueño que se repite, desde hace muchísimos años, y que fue una experiencia vivida en ese lugar. Nunca fui feliz debajo del agua, le tengo muchísimo respeto, y un día que me puse gafas y tubo para dar una vuelta y ver el fondo marino, maravilloso por cierto, sentí de pronto un corte en el mar, una profundidad oscura y fría, un acantilado marino donde el fondo se perdía en una agua densa y negra que parecía absorberme y en un momento perdí aletas, colchoneta que llevaba como apoyo y todo lo demás. Sé que fue allí donde había sucedido.

Continué para visitar la iglesia de Es Cubells. Es preciosa. Fue contruida por Francisco Palau y Quer en 1857 y está dedicada a la Virgen del Carmen. Aparqué en un bellísimo camino al costado de la iglesia. Hacía calor y se agradecía la densa sombra de su arboleda.  La carretera hacia la playa de Es Cubells me pareció poco recomendable y me di la vuelta donde pude. Estaba llena de piedras que se habían desprendido y a trozos se habían derrumbado varios quitamiedos y mojones. Aunque iba tranquila, exponerse tontamente no era mi objetivo. Cogí dirección a Ibiza, a la capital, al puerto y a sus playas cercanas... Talamanca estaba a rebosar de gente, imposible parar. Volví al puerto y me di una vuelta desde un mirador privilegiado frente a la ciudad, siempre coronada por Dalt Vila. Fue una parada obligada. Ver Ibiza desde el puerto es ver la vieja postal de siempre, una Ibiza por donde el tiempo no pasa. Pero ha pasado, ha pasado de todo, a ella y a mí, solo que ella se le nota menos todo lo sufrido, todas las arrugas y las cicatrices de cincuenta años.

Había perdido la noción del tiempo. Eran casi las cinco cuando llegué a Cala Llonga. No hacía viento alguno, estaban sus aguas muy tranquilas y yo también. Estaba cerca de mi destino. Quería llegar, echarme un rato en mi cama de hotel y descansar un poco. Cala Llonga está en Santa Eulalia del Río. Estaba el agua serena y azulísima, y deje el coche un rato mientras disfrutaba de su paz. Había sido un día tan completo, tan lleno de emociones y tan intensas todas que me vino de perlas el paseo. La vida es larga como esta cala que me da la paz, larguísima, pero acaba enseguida.

Llegué directa a la ducha y me eché un rato. La emoción no me dejaba dormir. Mañana tendría que devolver el coche y ya no sería igual la cosa... Volví a vestirme y me fui a San Carlos. Había mercadillo pero llegué tarde. Cené. Fue un rato placentero y comí con ganas. Sola, observando la entrada de los comensales y la cara de casa uno, cómo eran sus gestos, como reflejaban su grado de satisfacción, cómo habían perdido o ganado su tiempo...

Me fui a mi habitación y me puse a escribir. Han sido unas vacaciones  tan intensamente vividas... Volví a Ibiza con la intención de despedirme y resulta que estoy haciendo planes para volver la próxima primavera, si la salud me acompaña. En ningún momento me he sentido sola ni perdida. Es cierto que iba con la intención de visitar a alguien pero no lo hice y no ha pasado nada. A veces las cosas pasan porque tienen que pasar. Además, últimamente me cuesta poco mandar a hacer puñetas a la gente. El aire ya es otra cosa, ese es imprescindible. Y la libertad.

Desde El Garitón, lugar magnético y repleto de vida, Mariví Verdú

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