lunes, 27 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DE SAN RAFAEL A CALA BASSA, por Mariví Verdú

Toda la ilusión de hoy gira en torno a la isla de Es Vedrá. Quiero volverla a ver. Recuerdo haber estado solo una vez en los años en los que viví en Ibiza. Hoy volvería a visitarla, expresamente, dedicándole el tiempo necesario, aunque la haya tenido a diario en el cabecero de la cama de mi hotel: toda la pared de mi habitación es una estampa del Mirador del Savinar con su Torre Atalaya y un mar rebosante de belleza. Podría decirse que he dormido en la Reserva Natural de Es Vedrá. Está situada en el oeste de la isla, en el municipio de Sant Josep de sa Talaia.

Hoy será mi último día con coche en Ibiza, mi última ruta y voy a aprovechar el día al máximo. Mañana a las nueve y media debo entregarlo y habré de conformarme dos días con el autobús. Una vez más volveré a quedarme con las ganas de ver atardecer en San Antonio. Cada día me gusta menos conducir de noche así que no me queda otra. Mi ruta de hoy pasa por San Rafael, un pueblo perteneciente al municipio de San Antonio de Portmany pero muy cerca de la ciudad de Ibiza y en el mismo centro de la isla. Santa Gertudis y San Rafael, una más al norte y el otro más al sur, forman el corazón de Ibiza.

San Rafel de Sa Creu es un pueblo pequeño, se le conoce como centro de artesanía y lo más interesante que tiene es su iglesia: una maravilla del Siglo XVIII. Fue mandada construir en 1786 por el obispo Manuel Abad i Lasierra, benedictino, el mismo que fuera encargado de diseñar todas las parroquias ibicencas de la época, aunque ésta no se acabó hasta 1797. El ámbito de esta parroquia está formado por cuatro vendas: sa Creu, Sant Rafael de Força, Bassa Rojer y Fornas.  Una venda es una medida de longitud: la distancia que recorre un animal de tiro en tres horas.

Estuve un buen rato disfrutando San Rafael, de su hornacina con el santo que le da nombre, de su singular espadaña, del momento caprichoso del sol sobre tras su campana... Me fui en silencio, guardándome el tesoro en mis pupilas. Seguí para San Antonio. Cada día me gusta menos el lujo, los yates y la vida hacia fuera. Estuve el tiempo justo de pelearme con un parquímetro y su vigilante. Dí un paseo por el puerto para estirar las piernas y salir de nuevo. Seguro que para mucha gente es lo mejor de Ibiza. No pude ni visitar su iglesia que dicen es una preciosidad. No pude, allí se nota demasiado  que todo gira en torno al turista y yo no lo soy. Me fui enseguida que acabó mi paseo.  Me esperaban otras maravillas, otros lugares mágicos y solitarios donde perderme y encontrarme. Por ejemplo: Casa Bassa.

Cala Bassa es uno de los mejores encuentros que tuve en la isla.  A escasos diez minutos de San Antonio y perteneciente a San José de sa Talaia, la cala es un ensueño. De arenas claras, blancas, fina, es una playa de aguas poco profundas, turquesas, transparentes. Con una sombra boscosa de sabinas y pinos rodeándola y roquedales a ambos lados de la cala, es una concha abierta de casi 300 metros de extensión que se presentó ante mis ojos como una invitación a quedarme. Y eso hice, estar allí un buen rato, observarlo todo como si fuera la última vez y la primera...

Salí de Cala Bassa sin pensar, de haberlo pensado no me hubiera ido. Tenía en mi cabeza visitar Cala Tarida. Justo al oeste de la isla. Guardaba de ella grandes recuerdos. Cincuenta años atrás bajábamos con mucho cuidado por escaleras esculpidas en la roca y pasábamos el día tranquila y familiarmente. No había nadie o casi nadie. Era una cala alta y profunda, bellísima. Sin embargo, fue tan solo llegar y ya no la reconocí. No era la cala de mis sueños. No pondré la foto que hice de la trastienda, de la mierda que queda cuando se va el turismo, tengo un poquito de pudor y mucho respeto a su recuerdo. Bajé las escaleras ya fabricadas para el mundo y tuve la sensación de que todo lo habían destruido. Solo pude salvar el mar y el color de su arena y esa forma tan particular de su playa... Me fui enseguida, cansada de escaleras y un poco triste. Y tiré para Cala Vedella. Iba con desesperanza porque era otra de las soñadas, de las queridas por mí, y no quería ver el paso del tiempo y de la mano implacable del tiempo y del urbanismo. Paré un rato. La restauración había tomado la cala... De todas formas ¡qué belleza! Si borramos en ambas la mano del hombre, son dos calas tan singulares, tan espectaculares  que se me hace difícil perdonar.

Mi próxima parada sería Cala D´Hort y la visión maravillosa de Es Vedrá. Pero esta mañana estoy cansada de contar, no sé la hora que es y me he puesto negativa. Y no se puede abordar la belleza desde la negatividad. Daré tiempo al día para asimilar que me han robado una hora, que nos han robado muchísimas horas a todos, y yo no soy un reloj al que pueden tocarle las manillas y seguir andando como si nada...

Desde El Garitón, de noche y en silencio, Mariví Verdú

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