viernes, 17 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. VOLVER A IBIZA, por Mariví Verdú

Desde finales de los setenta no había vuelto a Ibiza. Regresar después de tantos años al lugar de tus más amorosos recuerdos ha sido conmovedor. Y lo ha sido más aún recordar in situ el lugar donde cumplí mis diecinueve años, mis veinte, mis veintiuno y mis veinticuatro...mi vieja casa, sagrado lugar donde nacieron mis hijos, donde experimenté por dos veces la misteriosa gracia de la maternidad, de multiplicar mi vida y mi muerte con exponentes dobles, de sentir como corrían ríos de leche por mis senos vírgenes, de complacerme en ese olor dulce y gratísimo de los frutos de mi vientre... También fueron los viejos rincones de mi llanto juvenil, tanto desencanto y traición, tanto quebranto... allí quedaron para siempre trocitos de mi alma, aquella a la que le rompieron los sueños. Sin embargo, he vuelto sin acritud y no he permitido que nadie rompa la magia del encuentro, hallándome de nuevo en un estado que solo se alcanza después de renacer, ave fénix de mi corazón.

Aquellos pedazos de mi alma que quedaron por entonces en las Figueretas los he hallado bajo las savinas de Cala Nova, en la arena blanca de Es Cavallet y en los amaneceres de Es Canar; respirando aire marino, azul y penetrante, esencia de pino y yerbas nobles, empapándome de su blancor salado, alcalino y  limpio. Y me he reconstruido. Vuelvo completa, íntegra, fuerte y ya no permitiré que nadie me vuelva a romper los sueños. Desde luego, si fuera inevitable el volver a esparcirme, que sea en un lugar tan hermoso como Ibiza. El ansiado encuentro con la isla querida ha tenido lugar con mis ojos limpios por el llanto de tantos años de lágrimas y predispuesta a no dejar a nadie decidir, hurgar o presenciar cada decisión, sensación o cita con mi pasado. Y todo ha sido verdaderamente mágico. He mojado mis ojos con sus aguas cristalinas, dibujado con mi mirada sus bordes, sus calas  y sus playas, ese contorno privilegiadamente accidentado... Se adelantó la estación de la primavera y un sol radiante me ha acompañado. ¡Qué sagrada concesión me ha hecho la vida! Y por añadidura: todo el campo estallando de vida.

Sé que los sentimientos pueden ser indescriptibles, pero ahí está mi oficio. Y mi voluntad.  No llegará a ser un cuaderno de viaje, tampoco un diario íntimo, pero serán las dos cosas y algunas más: confesiones, recomendaciones encuentros y despedidas. Sí, voy a intentar contar la historia de una semana, tan corta como un suspiro y tan larga como media vida, en una serie de capítulos tan largos como me dé de sí el tiempo y tan intenso como me dé la gana. Lo haré para que aquel que quiera leer este testamento de papel, de pantalla de móvil -o de monitor donde verme en grande-, este archivo que llega directamente desde mi corazón. Quiero que el que lo desee pueda sentir un atisbo de cuanto ha sucedido conmigo y con ella, Ibiza, la isla de mis sueños. Desde luego, si pueden viajar y sentirla en sus propias carnes, será maravilloso. Será su experiencia. Mucha gente la tiene y se la guarda en su memoria en el álbum que pocos ven porque no tiene modo de compartir. O ganas. Espero que las mías me acompañen hasta el fin de mis días.

Llegué el martes después de un vuelo agradable desde Málaga. Viajé con el IMSERSO, ese medio que tenemos los mayores a nuestro alcance y que puede disfrutar todo aquel jubilado o pensionista que lo desee. Pues todavía hay gente descontenta... Bueno, yo estoy agradecida por tener esta posibilidad de viajar y salud para poderlo realizar. Me fui sola. Iba en ventanilla en la fila 14. Ver Málaga desde lo alto es algo a lo que estoy acostumbrada. Por algo vivo en El Garitón y diviso mi bahía como cualquier pajarillo. Salimos a las doce y veinte y dando la una ya se divisaba tierra después de cruzar el trocito de Mediterráneo que nos separa del Levante. El mediodía estaba claro, soleado, y se dibujaba la isla como en el mapa pero viva y con infinidad de matices: una gama inmensa de verdes y turquesas, de ocres, celestes y blancos. En menos de una hora estábamos aterrizando. Momentos antes, desde mi ventanilla pude ver como ven las gaviotas la vieja fortaleza de Dalt Vila.

Nada vi cambiado en el aeropuerto, yo diría que poquísimo. Situado al sur, tuvimos que atravesar media Ibiza en autobús por variantes que no existían entonces ya que todas eran viejas carreteras comarcales.  Cruzamos por el Este dejando a la derecha Playa d’en Bossa, pasando por San Jorge -sin perder nunca el mar a la derecha-, pasamos cerca de mi antiguo barrio, vislumbramos la ciudad y su puerto, y continuamos por la PM810 hasta cruzar Santa Eulalia del Río y a pocos kilómetros alcanzar nuestro destino: Es Cana. Voy a omitir incidencias mundanas como el que me rompieron la maleta o que en el avión me tocó al lado un callo malayo, sin embargo contaré todo lo agradable que me ha sucedido, si tiene nombre, su nombre, y si tiene nombre y apellidos... Su nombre y apellidos. Soy libre de hacerlo y lo haré. El hotel donde me albergué me pareció estupendo por la simpatía y eficacia de sus trabajadores, por su estratégica situación y por la calidad de su servicio. Por eso voy a nombrarlo. Se llama Ereso y, si puedo, volveré en otra ocasión.

Nos esperaban con el almuerzo servido. Dejamos el equipaje en recepción, me lavé las manos y me relajé. Había comida para elegir y me esperaba una habitación confortable y una ducha reparadora. No salí hasta bien entrada la tarde. Paseé por aquel hermosísimo paseo marítimo esperando el milagro: la última luna llena de este invierno. Y nació desde el mar. Ascendió por los cielos con la parsimonia que parecen tener los astros lejanos, apagando luceros a su paso, derritiéndose dulce sobre el mar, dibujando un camino, rielando con luces de oro el espejo nocturno de marzo. Observé el cuadro con recogimiento: una inmensa luna y un mar luminoso donde se contorneaban islotes como el Tagomago y el conjunto de Es Canar, todos perfilados de luz.

Estar en Ibiza supone para mí un reencuentro conmigo misma, con los mejores años de mi juventud, con los momentos más tiernos e importantes: la experiencia de ser madre, la de haber creído en el amor como algo que duraría toda la vida -resuena Everlasting Love en mis oídos_ y con la de haber vivido varios años antes de ahora en el otro paraíso.

Regresé al hotel y dormí como una bendita.

Recuerdo del martes, 7 de marzo de 2023. Desde mi habitación, apoyada en mi cabecero de Es Vedrá desde la Torre des Savinar, Mariví Verdú

*La primera foto está tomada desde la ventanilla del avión. Ambas son mías.


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