sábado, 25 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DESDE SES FIGUERETES A DALT VILA, por Mariví Verdú

La mañana del diez de marzo me levanté a las cinco. La noche anterior lo había dejado todo preparado para molestar lo menos posible. Ésta vieja costumbre de despertarme antes que el sol no a todo el mundo le interesa o la comparte. Quería volver a ver el amanecer en la playa de Es Canar, para algo la tengo enfrente, con sus islotes tan bonitos y la punta de Tagomago apareciendo hacia el norte. A la izquierda del paseo que la circunda, un roquedal bellísimo; a la derecha, una playa tranquila y viva adonde abunda la posidonia, lo que garantiza la limpieza del agua y la alta calidad del habitat marino. Hay un velerillo que lleva en el mar desde que llegué, lo veo cada día, junto a La isla de Es Canar. Fue lo primero que pinté en un apunte de acuarela, la isla y el velero acompañados de un sol radiante y mágico, generoso, primaveral y gratuito. La isla tiene una forma peculiar que perfila la luz naciente potenciando en naranja y oro su silueta. Hay dos islotes más:  Sa Galera y Esculls d’en Racó. Ver amanecer cada día ha sido mi regalo mañanero, mi puesta a punto para salir al encuentro de más belleza pero totalmente iluminada, transfigurada diría yo, presa de una experiencia mística.

Aquella delicia de mañana, con el mar y el cielo rojos los dos, celestes y naranjas tras el incendio, tuvo solamente cuatro testigo: Emilio, Luna y Nacal -dos perrillos negros- y yo. Hablamos un rato de la importancia del alma y de los encuentros de las mismas en condiciones tan claras y espirituales como la vivida. Regreso al hotel llena de vida, hablo con mi hijo y me cuenta sus proyectos, lo que alienta aún más mi corazón.

Salgo con la idea fija de volver a mi vieja casa, el lugar donde nacieron mis dos hijos, en la Calle Galicia del barrio de Ses Figueretes. Aparqué el coche frente al bloque y paseé un buen rato por allí. Solo queda la farmacia en la esquina de siempre y su playa de casi medio kilómetro con sus islotes y entre ellos la Isla de las Ratas, allí donde vi un día algo extraordinario, diría que extraterrestre pero no es momento de contarlo todavía. Me embargó la emoción, me volvieron buenos y malos recuerdos de ese lugar pero nada podía quitarme la sonrisa de la boca. Allí experimente lo más hermoso que puede sucederle a una mujer: ser madre. Pedí a un marroquí que pasaba por allí que me hiciera una foto para el recuerdo. Tengo una sonrisa de oreja a oreja en ella. No podía ser de otra manera. Quiero recordarlo todo y me vienen aquellos paseos en bicicleta a Las Salinas, con mis hijos a cuestas, uno en su sillita y otro en una mochila, sin miedo a la carretera, atravesando aquella isla virgen que nos tocó en suerte para vivir. Me fui en dirección sur a buscar las playas. Aparecí en Es Cavallets buscando el Parque Natural de Ses Salines... todo está algo cambiado, los accesos y mis propios recuerdos. Me encontré con dos malagueños, Ana y Salvador...estaban conmigo en el hotel y atravesamos juntos el bosque de sabinas hasta desembocar en las dunas, en esa arena clara donde me senté alguna vez y hoy he vuelto.

Regresé por la carretera de San Francisco en dirección a San Jordi, entre los estanques de las salinas bordeados de cristal salado. La iglesia de San Francesc de S’Estany la encuentro de frente como un cubo de sal bellísimo, construida en el Siglo XVIII para los salineros y para el deleite de todo el que la descubre. Voy a la ciudad, quiero volver a la ciudad, pasear por Vara de Rey, por el puerto, por Dalt Vila -el núcleo histórico de la la vieja isla... Nunca subí a su catedral y estaba dispuesta a hacerlo esa mañana. Las vistas desde la ciudad alta, con sus antiguas murallas, sus cañones y su emplazamiento estratégico, son extraordinarias. Hace viento y calor. Son casi las dos de la tarde y tengo que parar. No todo ha de pasar en el mismo día...

Tengo la idea de seguir la ruta esta tarde, visitar San Miguel de Balanzat y Santa Gertrudis de Fruitera. Antes he de descansar y asimilar la mañana. Muchas emociones, muchos recuerdos volviendo a mi cabeza, mucha tristeza también pero la canalizo para que no se me agüe el momento.

Ni siquiera hoy, después de dos semanas, voy a permitirme el gusto de llorar. No señor, no quiero llorar. En este curso pasado de Uma para mayores hemos ahondado en la enseñanza de vivir el presente como lo único que tenemos. Escribiendo estos recuerdos me doy cuenta de lo afortunada que soy, ayer por haberlos vivido, hoy por tener la memoria suficiente para transcribirlos. Y es que la vida es esto para mí, una creación diaria de recuerdos gratos y menos gratos para que la vejez me encuentre llena de vida y la muerte me toque solo lo justo, solo lo justo.

Desde este hogar situado en mitad de una lluvia de polen y de un milagro, Mariví Verdú

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