
Anoche me costó dormir. No me acosté hasta que pude cerciorarme de que todo estaba en orden entre los míos. Me tomé una tila. Estuve haciendo zapping por ver si había algo incitador al sueño pero solo había bolas de mazas de guerra medievales en todas las pantallas y gente hablando de ellas. Y yo, con una sensación tristemente bocacciana, quité la televisión y me metí bajo las sábanas de franela que me regaló mi madre y son las mejores de mi vida, irrompibles, calientes, amorosas...
Esta mañana tenía el cuerpo cortado. He acudido a mi bata y a unos calcetines gordos que me regaló mi amiga Mari Carmen, me he preparado una infusión de jengibre muy calentita y he encendido el ordenador. Ayer me llamó ésta amiga, es de riesgo, como yo, y me contó cómo está pasando su cuarentena en la ciudad. Vive cerca de la estación María Zambrano y me puso al día sobre la desinfección que estaban llevando a cabo las fuerzas de la UME, ya que podía observarlo todo desde su casa, y sobre la desesperación que comparte con su marido, ambos habituados a salir cada día y a frecuentar la Málaga cultural: exposiciones, conferencias, presentaciones... Nadie está contento. Unos por que solo tienen terraza y una vecina con quien hablar en el pasillo y otros, como yo, porque no tienen a nadie con quien compartir un jardín y una palabra. Tal vez por eso me he sentado hoy a las cinco y media ante la hoja inmaculada del pages.
Mientras hablaba con mi amiga que, dicho sea de paso, sigue derrochando buen humor, se me vino a la cabeza aquella canción que se hizo famosa hace muchos años: El que tiene un peso/ quiere tener dos,/ el que tiene cinco/quiere tener diez,/el que tiene veinte/ busca los cuarenta/ y el de los cincuenta/ quiere tener cien. Nadie está conforme con su lotería. Por mi parte, hace tantos años que dejé la vida social que ya ni me acuerdo. No sé de dónde sacaba ese entusiasmo y vitalidad que tantos envidiaban. Lo han engullido los años y las penas. Hoy, cuando voy a un museo, es una odisea, ni siquiera es una fiesta, es un atrevimiento, una osadía, un quebrantamiento de hábitos. Cuando asisto a una presentación, exposición o conferencia, puedo decir con seguridad que es una clara deferencia al autor.

Hoy he leído en La Vanguardia una entrevista muy interesante de Xavi Ayén a Nuccio Ordine, filosofo italiano confinado en Calabria, y os transcribo solo una respuesta porque me ha dado tanta pena que he estado tentada en no compartir mis palabras de hoy.
“Las redes sociales no aumentan las relaciones humanas, las banalizan. Muchos estudiantes creen que la amistad es un click. Un perfil en facebook te da 1.500 amigos, eso banaliza el término amistad. Si se privilegia la relación humana virtual ante la directa se crea una nueva y terrible forma de soledad, la gente que pasa las horas en su casa, solos, creyendo que tienen muchas relaciones. No tienen nada."
Me ha dado una pena tremenda porque sé que lleva mucha razón pero no quiero dársela. Me niego a dársela por completo. Quiero pensar que tengo amigos. Para vosotros va.
Desde El Garitón,
con las calas abiertas
como mi corazón,
Mariví Verdú
Foto de las calas: M. Verdú
Foto de los pensamientos: Pepe Valdés
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