martes, 31 de marzo de 2020

LLUEVE SOBRE MOJADO, por Mariví Verdú

Os escribo arrecida, con más capas que una cebolla, tiritando ante el ordenador y esta lluvia que no cesa. El campo está feliz, yo estoy feliz por el campo pero por poco más y por cosas personales, nada que lleve a la felicidad general. No quiero mirarme dentro porque no sería capaz de reconocerme: soy más un caracol que una persona. Me he vuelto lenta, de concha retorcida y en espiral hacia dentro, babosa y dejando rastro de tristeza por donde piso. Lo que no quiero reconocerme son los cuernos pero los ojos sí, cada día más altos, alzándose al cielo y esperando el sol como una loca para salir y erguirme y sentir las bondades de la naturaleza. Mientras tanto, metida en mi casa como exige el momento.

Aunque soy poco de hablar por teléfono, últimamente descuelgo el auricular algunas veces para saber de mi familia y amigos. He de reconocer que ahora me alegro mucho cuando suena y en particular cuando está detrás la voz de mi nieto. Soy abuela antes que nada ya en la vida, ese estado la ocupó desde la primavera de dos mil once en que lo supe -sus ecografías las conservo como la prueba del milagro- pero más claramente desde febrero de dos mil doce que se hizo a la luz y pude verlo con mis ojos. Hablar con él me supone la chispa necesaria para que mi motor no colapse. Ha estado a punto de gripar tantas veces en estos últimos días que con ¡Hola, abuela! me inyecta la emoción precisa, la justa, los voltios necesarios para mi corazón.

No para de caer agua detrás de los cristales. Yo hago mucho caso a la previsión del tiempo por lo que me había hecho a la idea de dedicarme hoy a la pintura. Ayer lunes aproveché el día al máximo, así como el domingo de sol de anteayer, dejando el campo como no ha estado nunca, lo confieso, buscando un poco de aire por el alrededor de la casa y rastreando el terreno como si se me hubiera perdido un pendiente de diamantes. Por la tarde me dedico a la cocina cada día, a cuidar de que todo se aproveche y a llevar al compos los restos orgánicos, menos el limón y las cáscaras de aguacate que no hay quien las descomponga. Solo me quedaba un yogur en la nevera y no quiero ir a comprar hasta la semana que viene... Cuando mis hijos vivían conmigo les hacía el yogur casi siempre. Luego lo he seguido haciendo para mí, pero ya no existe la yogurtera... Pero la necesidad obliga a buscar remedios y me fui por mi mantita eléctrica, calenté tres cuartos de litro de leche (un poco más que tibia, no hirviendo) y le añadí dos cucharadas soperas de yogur. Lié el tarro muy bien en un paño de cocina y le puse alrededor la manta para aplicarle calor. En menos de seis horas tenía hecho mi yogur casero. Cuando vaya quedando poquito, volveré a usarlo para seguir la fabricación. Y no solo hago pan o your, de este tiempo tan largo y solitario le dedico un rato grande a hacer crucigramas, a confeccionarlos yo, para mi nieto. Es una tarea que me gusta y que requiere agudizar el ingenio. Me sirve de distracción, de terapia y de vehículo de cariño. Dicen que a cada loco le da por una linde, hasta que se rinde...

Si no fuera por lo tremendo que están viendo nuestros ojos cada día, el miedo que sentimos y la tristeza que nos inunda, la primavera está siendo una primavera de verdad. Esperemos que marzo y abril saquen a mayo florido y hermoso. De momento no falta el agua en los campos y la naturaleza, que es sabia, sigue su curso. No os podéis imaginar la alegría que supuso para mí descubrir que unas tórtolas torcaces viven en mi casa, en unos pinos que tengo de linde con el campo de al lado. Duermen allí, en su verde palomar, y las vi arrullándose al solecito como dos enamorados.

Dos tórtolas amantes
van a la fuente,
beben agua de cielo,
rosas nacientes.  (Liviana, Por despecho, 2002)

Decía antes de ayer Emilio Lledó que la bello es difícil, citando uno de los diálogos de Platón: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil". Y me quedé con ganas de Platón y de discutir con él sobre lo bello: es tan fácil.

A Daniel: el pan que hace tu madre está más bueno que el mío. ¡Qué suerte tan grande tengo!

Desde El Garitón bajo la lluvia, Mariví Verdú

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