domingo, 22 de marzo de 2020

POETA DE GUARDIA, COMO GLORIA, por Mariví Verdú

Soy poeta de guardia como Gloria Fuertes. Poeta soldada, no sé si al corazón o a la palabra. Hoy está de moda ser poeta, no hay más que darse una vuelta por los muros (porque ahora no se puede meter un zapatazo en los locales céntricos, de donde salían como chinches) para darse cuenta de que hay una especie de plaga antropomórfica, la mayoría sorda e insípida, pero eso da lo mismo porque luego está el clac de turno encumbrando sus mediocridades. Ya lo decía mi madre, cría fama y échate a dormir. Encima le han puesto un día, como al orgullo. A ver cuando ponen el día de la vergüenza. O del silencio.  El del poeta dicen que fue ayer. Y no de todos los poetas sino de algunos poetas modernos de blanca rima (la mayoría lleva nombre de hombre) considerados y endiosados por otros críticos que se otorgan a sí mismos el poder de decidir quien lo es y quien no.  Sin embargo, ya todo eso carece de importancia.  Para mí cualquier día siempre ha sido mi día porque un papel blanco es suficiente para estampar mi corazón. Lo soy de nacimiento, como le pasa al que nace tontolculo o con un antojo en mitad de la cara. Es más un estigma que un don. Por eso ayer celebré otras cosas, muy pocas cosas: las que hoy os cuento.  La primera, la lluvia. Y el ratito en el que descampó que fui a ver si mis plantas habían sobrevivido a los 50 litros por metro cuadrado que cayeron del cielo. Y allí estaban, tersas, con ganas de vivir, aclimatadas a la tierra nueva que mullí para ellas. Saben aguantar estoicamente lo que les caiga, casi como yo. De ellas aprendo.

El poeta, lo mismo que hoy están nuestros héroes, tiene que estar siempre presente, mañana, tarde, noche y madrugada, como bien dijera del amor en su divinos sonetos Rafael de León. Una cosa así como nos pasa ahora con el Covid 19, que a cualquier hora del día estamos con la atención puesta en las noticias. Ayer celebré también que pude al fin llorar. Hace unos días salieron durante el discurso del presidente unos cristalillos mojados que me dejaron los ojos inservibles y los tuve que cerrar pero ayer por fin salió el cristal que atascaba mis lagrimales y pude desahogar un poco de la inundación que llevo dentro, algo así como ocurre cuando abren las compuertas de un pantano y monta una riada en un momento. Estaba viendo una película  de mi admirado Denzel Washintong -ayer pusieron dos seguidas: Antowne Fisher y Huracán Carter (hasta la trece está dando lo mejor de sí misma)- y pararon en mitad de la segunda para retransmitir en directo el mensaje de Pedro Sánchez. He de confesaros que no he oído un mensaje más directo, cercano, humano y doloroso en todos los días de mi vida. Y lloré. Y no por mí, que también me preocupa, lloré por los míos, lloré por todos nosotros.

Esta madrugada no han parado los perros de ladrar. Llevaba más de una hora despierta en la cama, dándole vueltas a lo que escribiría en unos minutos, cuando el cuerpo me pidiera levantarme. Por un lado, quería hablar de la piedad inmensa que me sugiere el tiempo que estamos atravesando, piedad de todo y de todos. Por otro, el consuelo que da el hablar aunque sea a través del teléfono con las personas que queremos. Verlos por video llamada es una maravilla, a mí me inyecta fuerza y seguridad. Poderme dirigir a todos los que seguís mis crónicas y serviros para algo me da fuerzas para enfrentarme sola a mis monstruos. Observar las medidas que nuestro gobierno está tomando, también me consuela y, lo que más, la solidaridad que aflora de los corazones. Eso me llena de orgullo y la maldad de cuatro desgraciados me afecta menos que en días pasados, hay que perdonarla porque no saben lo que dicen. Pero por si no lo saben, que se queden en sus casas y se beban su propio veneno, que no inoculen más a los corazones sanos y con ganas de vivir y ser buenas personas. Sé que hay un antes y un después de ésta recién inaugurada primavera, un después temible para los que sobrevivan. Y a falta de dioses solo me queda clamar al corazón humano para que lo sea de verdad, para que no necesite más de lo preciso y por que siga latiendo en paz. Demos gracias por vivir en este tiempo en el que podemos darnos por entero y a distancia.

Sí, desde este Garitón donde todo tiene su poesía, me entrego entera y a distancia. Soy poeta haciendo míos estos versos de Rafael de León que yo os entrego como una flor de palabras.

Y en cambio tú eres todo, mi locura,
mi monte, mi canción, mi mar templado,
el pulso de mi sangre, la llanura

donde duermo sin sueño ni pecado,
y el andamio en que apoyo con ternura
este amor que nació ya fracasado.  


Anegada de lluvia y de tristeza, Mariví Verdú

*A mi Missi que es la única presencia que tengo a todas horas.

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