lunes, 9 de marzo de 2020

LA HIGUERA, EL CAMALEÓN Y YO, por Mariví Verdú

Esta mañana me he despertado con el sueño fresco aún, claro, recordable, y con las tristeza entera, sin la más mínima merma, inextinguible. ¿Los sueños son de una misma o son el resultado del reseteo nocturno, algo que ocurre en un tiempo que no nos pertenece, algo así como en fuera de juego?... ¿Qué son los sueños? ¿Quién viene a visitarte mientras duermes, dónde vas, qué ocurre en ese intervalo desde que cierras los ojos hasta que vuelves a abrirlos buscando el día? Pasan las horas y, con ellos, la vida.

Cada día me gusta menos la noche. Yo, que adoraba salir en mi juventud bajo el manto oscuro del cielo, me he vuelto una persona de luces, de colores, de día, más de campo que de ciudad, y llego a sorprenderme solo con cosas naturales, con una higuera. Las higueras son una belleza indescriptible, cuando abren su yemas y nos enseña sus hojas tiernas, casi transparentes de savia y clorofila, no nos queda más que admirarlas y dar gracias a la vida. Recuerdo casi de memoria aquel poema que escribiera Juana de Ibarbourou que recogía el libro “Las mil mejores poesías de la lengua castellana” y, cuando paso por el lado de mis jóvenes higueras, las piropeo. Las veo hermosísimas.

Porque es áspera y fea, 

porque todas sus ramas son grises, 

yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos, 


ciruelos redondos, 
limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras, 


todos ellos se cubren de flores 

en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste 


con sus gajos torcidos 
que nunca 
de apretados capullos se viste...
Por eso, 


cada vez que yo paso a su lado, 

digo, procurando 

hacer dulce y alegre mi acento: 

«Es la higuera el más bello 

de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha, 


si comprende el idioma en que hablo, 

¡qué dulzura tan honda hará nido 

en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche, 


cuando el viento abanique su copa, 

embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!



La vida me ha enseñado a no ser mala conmigo, a perdonarme, a no quedarme rondando un pensamiento negativo porque la única que sale perjudicada soy yo. Simplemente he aprendido a sacármelo como se saca una espina, a desechar todo lo que me deja el corazón hecho añicos. Y he aprendido también a ver la belleza en lo gris, en las ramas retorcidas y en su melancolía. Solo hay que esperar ese día de finales de invierno rozando primavera, para ver el estallido de amor que nos aguarda. He aprendido a vivir como vive lo que tengo en mi entorno, como viven las rosas, esa rueda de ciclos y de hojas, unas veces escritas, rosa abierta, y otras, deshojadas, marchitas, llevadas por el viento...

Al camaleón que vive conmigo.
Desde El Garitón, en pleno estallido de primavera, Mariví Verdú

Foto Blanco y negro: Pedro Durán
Fotos color: Mariví Verdú

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