lunes, 23 de marzo de 2020

LO QUE PUDO HABER SIDO Y FUE, por Mariví Verdú

En la historia hay una cosa absolutamente prohibida: el juzgar lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió. (...)  Son palabras de don Gregorio Marañón. Anoche estuve viendo su impresionante biografía en la 2, en el programa Imprescindibles. Esta mañana la he leído porque quería volver a acercarme a él, al médico endocrinólogo, científico, historiador, escritor y pensador español que se le consideraba persona austera, humanista y liberal. Un doctor que decía que la silla era el mejor instrumento médico: sentar al paciente y escucharle atentamente... Debió ser una persona maravillosa, una suerte para los que vivieron su tiempo y para todos los que hemos recibido su legado. Nació en 1887 y murió el mismo año en el que hice la primera comunión, dos meses antes, en marzo de 1960.

Como me quedé hasta que acabó el documental de don Gregorio, se me olvidó cenar. Aún me quedaban canónigos y queso. Me hice una ensalada y le piqué una manzana. La aliñé con vinagre, sal aceite y y miel. Me supo bien la boca una vez acabada. Después vi la película Rastros de sándalo, la historia de dos hermanas separadas en la niñez y que narra el esfuerzo de la mayor por encontrarla. Ambientada en la India y en Barcelona, está llena de color y de música. Me gustó bastante. Es una película española estrenada en otoño de 2014 y dirigida por María Ripoll , basada en la novela homónima de Anna Soler-Pont y Asha Miró. Soler-Pont se encargó de adaptarla, escribir el guión y producir la película. La protagonizan Aina Clotet y la bellísima Nandita Das como hermana mayor. La versión original se rodó en catalán, inglés e hindi. Yo la vi en su versión española...

Antes de que me quede sin palabras o diga en español algo que no tengo ganas de decir, os diré que afortunadamente van pasando los días, amigos, que, a pesar de tantos pesares, el tiempo ha recobrado su medida natural, más familiar, más comunicativa y humana. Nos asombrará la primavera cuando salgamos de las casas. La naturaleza es imparable y hay flores incipientes en todo lo que verdea, algunas están ya abiertas definitivamente como las calas y esta rosa que os enseñé días pasados. El aire y el sonido del aire se parecen mucho al que disfruté en mi infancia. El cielo está de otro color, tiene otro aspecto, más diáfano, como más sano y saludable, sin duda, mejor. Puedo ver la ciudad con nitidez durante esos ratitos que luce el sol entre la lluvia, toda la hoya de Málaga, sus montes rodeándola... Aunque tengo el corazón en un puño, como lo tenemos todos, cuando observo la naturaleza y puedo dejar de pensar unos instantes en el grave problema que nos acucia, siento la vida en todas las cosas, palpitando en mí porque está conmigo y a mi alrededor. La siento hablar, como pidiéndonos que seamos más respetuosos con ella, más justos, que seamos un poco más ella y menos lo que no somos y hemos llegado a ser...

Acostumbrada al aislamiento de estos últimos años, no echo de menos muchas cosas pero las pocas que conformaban mi diario me resultan de un valor incalculable. El despertar de Emma, por ejemplo. La libertad de poder ir a ver a los míos semanalmente, vernos en la playa de Guadalmar para recoger plásticos -una salida que hacen habitualmente-, besarlos y abrazarlos. Echo de menos el té de mi Cristina, esa infusión que acompaña siempre a la partida que jugamos los fines de semana mi hijo, ella, mi nieto y yo. “Viajeros al tren”, un viaje por las distintas capitales europeas en el que entretenemos la tarde cuando voy a visitarles. Hemos estado ocho años sin jugar porque era para mayores -como el Catán (ese no lo hemos cogido todavía con Dani)- pero la última partida que echamos nos ganó a los tres. Me encanta ver cómo pierde su padre por enseñar a su hijo. Qué alegría me dan. Loquita por echarme pronto una partida, será buena señal. Porque he de confesar que no sé jugar sola a nada, no sé más que meterme en la cocina, coger los pinceles o el bolígrafo, la aguja, el dedal y el hilo o la chapulina... Y no me quejo, al contrario estoy dando gracias por ello.

Esta mañana de primavera estoy, más que nostálgica, como alelada, un poco descafeinada, así que me voy a desayunar a ver si repongo fuerzas y puedo escribir los versos más alegres esta mañana...

A Pilar, Carmen, Remi, Eu y Sivi y para todos mis amigos.
Mariví Verdú

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