jueves, 19 de marzo de 2020

ESE MÚSCULO DURO, por Mariví Verdú

Escribir a gusto de todos es tarea imposible. Sin embargo, ya es una hazaña escribir a gusto de una misma, ser fiel a nuestros propios pensamientos. Los pensamientos están sometidos a un criterio que puede ser mudable por muchas circunstancias. Nunca en las esenciales. Estar en la cabeza de los demás, acertar con el pensamiento y los gustos ajenos es tan difícil como utópico e intentar prolongar la impresión positiva que alguna vez les causamos, sería, por tanto, un empeño absurdo. Algo distinto es llegar al corazón. El corazón, ese músculo duro que es el centro de nuestra existencia, dicen que está en el pecho pero yo sé que se ramifica por todo el cuerpo y es el más importante que tenemos los seres humanos. Hay muchos que lo hemos subido hasta el cerebro y, una vez situado en lo alto, ya no quiere bajar.

Me doy cuenta, siempre que expreso mis ideas políticas, que dan un bajón las críticas, los me gusta y los comentarios en Facebook. Son hechos evidentes que puede ver cualquier persona, sin embargo no coinciden con las cifras que refleja el contador que dispone Blogger para las entradas al blog. Éstas se cuentan automáticamente y son más altas, bastante más altas. Confieso que no es que me preocupe demasiado saber la gente que lee mis cosas, pero los datos son los datos y los veo cuando introduzco una nueva entrada. Si publico lo que escribo es con la intención de que sea lea, como es lógico. Sé que las ideas políticas son tan variopintas como somos los seres humanos y que el miedo cierra bocas haciendo que la mayoría calle para que no se le vea el plumero. Antes de meter la pata o de no agradar al prójimo -que no tiene por qué ser el próximo ya que hoy, con las nuevas tecnologías, llegamos a todo el mundo-. Y puede que hasta lleven razón en no expresarse pero ¡Ay! Qué sería de mí si no me expresara o lo hiciera sin abrir mi corazón... Llegar al de los demás se consigue en casi todas las ocasiones cuando abrimos el nuestro en canal. Por esto y porque se erige una en la voz de los que callan y sienten, sigo ejerciendo mi tarea. No sé si son malos tiempos para la política, desde luego para la lírica son tiempos propicios.

Ayer, a mi pesar -el único pesar que tuve en el día-, pude contrastar la de imbéciles que andan sueltos y están para camisa de fuerza. Fui a la farmacia a por mis pastillas de la alergia y a por el paracetamol que mi médico añadió al lote. Me puse guantes y mascarilla como mandan los cánones de hoy, llevé las dos tarjetas, la sanitaria y la del banco, cogí el coche y aproveché para tirar la basura que me pillaba de paso. Solo me crucé con cuatro personas que llevaban cubierta la boca, un señor que bajaba en coche solo, como yo, desde mi misma calle hasta el cruce con la calle El Borge, otro vecino que atendía a un repartidor y una empleada de la residencia de ancianos que atendía a otro repartidor (ambos repartidores sin mascarilla). Por la carretera me crucé con el del butano que iba protegido también en su camión de reparto. Ya en la farmacia, donde éramos siete en la cola, distanciados más de metro y medio entre nosotros, pude observar que era la única que la llevaba. Nadie hablaba con nadie, menos mal. Las empleadas disponían de una mampara protectora y les pregunté si era así cada día. Hablamos el tiempo justo en el que me atendía y lo suficiente para salir corriendo. Dos clientes antes de mi vez observé algo que me causó una desagradable y preocupante impresión: una clienta de unos cincuenta y algunos años, maquillada y añascada como para ir a la ópera y que estuvo de cháchara un ratito, quería volver por donde esperábamos, estando habilitado un pasillo. Al verme con mascarilla puso cara de miedo -más bien de asco por el mohín que hizo- y rectificó el camino de vuelta... Anda que vamos bien. Seguro que estaba a las nueve delante de la televisión y seguro que vota lo que vota. Porque todo va relacionado, queramos o no.

Bueno, hoy el día amanece como ayer. Sigue amaneciendo en gris. Sin embargo han nacido dos rosas en estos tiempos difíciles. La primera del rosalillo de mi Cristi, naranja y preciosa, y la que acompaña mi escrito, una rosa difícil, salvaje, con más ganas de vivir que nadie, sin tierra ni maceta, solo ella, una estaca que dejé después de la poda en un cubo y que pasé estos días a un cubremacetas que se quedó sin ella y ahora alberga una docena de esquejes vivos. Y, uno de ellos, floreciendo. Un milagro de la naturaleza. Una forma de dar ánimos a mi soledad y a la de todos vosotros.

Desde El Garitón, hoy con ganas de no perder el tiempo, Mariví Verdú

*El rosalillo de mi Cristi en plena primavera 2018.

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