sábado, 28 de marzo de 2020

MI CIUDAD PERDIDA, por Mariví Verdú

Anoche salí a caminar alrededor de mi casa, por mis acerillas, y miré al cielo. La ventaja de vivir en un monte es que puedo observarlo de cerca y sin salir de mi entorno. Era inevitable contemplar tan maravilloso espectáculo, te llamaba a la meditación. Caprichosas nubes luminosas formaban una especie de corona en el cielo y su centro rebosaba de estrellas. La perla de Venus se alzaba en la cresta como un orbe reluciente y redondo entre las sierras de las Nieves y de Aguas. El paso de Venus lucirá hasta mayo en las puestas de Sol y desde junio lo hará al alba. Este cielo de marzo me recuerda al de mis primaveras infantiles cuando aún no se habían apagado la mayoría de los luceros.

La verdad es que ayer fue el único día de la cuarentena en que no me quité el pijama ni la bata. El único de los catorce que he cumplido a rajatablas. Estuve tan gris como el día, hizo mucho frío en estos altos y tampoco me acompañó el ánimo a salir, ya no de la casa sino del comedorcillo donde tengo la televisión. Me había pasado la tarde viendo una mini serie realizada en 2020 que me enganchó al sillón. Sentía las piernas entumidas. "Poco ortodoxa", que así se llama, basada en la novela homónima de Deborah Feldman, cuenta una historia real. Está dirigida por María Schrader e interpretada magníficamente por su protagonista Shira Haas así como por sus co-protagonistas, en particular de Amit Rahav que interpreta a su marido,  haciendo de los cuatro capítulos una sesión continua de larga duración porque no te mueves en tres horas y media del sitio. Muchas gracias a mi hijo que me regaló este pequeño lujo que hace más llevadero el tiempo donde no luce el sol.

La cena me sentó malamente. Puse las noticias y se me cortó el cuerpo. Con bata y todo me fui a la puerta. Miré mi ciudad perdida entre la bruma. Necesité salir corriendo pero no podía y miré al cielo. Empecé a respirar como lo hacía Esther, la protagonista de la historia que había visto dos horas antes. Pensé en una rosa, respiré su perfume por la nariz, lo mantuve unos momentos en mis pulmones y lo expulsé por mis labios con la suavidad de quien da un beso al aire. Fue entonces cuando me percaté del milagro que tenía sobre mi cabeza, del que tengo cada día entre mis manos y de la necesidad que tengo de compartirlo con las personas que lo aprecian.

Me acosté enseguida, como queriendo llevarme a los sueños el eterno fulgor de las estrellas. Venus no titila como ellas, es fijo como mi voluntad. Me arropé y dormí como un bebé en brazos de su madre. No dudo que me acunara ayer la mía. Hoy he desayunado tranquilamente, sin prisas, disfrutando el trozo de pan candeal que me he comido como lo hubiera hecho con una hostia cuando era creyente. Y, mientras escucho con todos mis sentidos la Gala Lírica de 2019, me siento a escribir un rato, como todos los días desde hace años. Unas veces lo hago por desahogarme y otras porque me ahogo, pero siempre lo hago. Unas veces lo público y otras lo guardo en mi diario, en mis agendas que conservo desde 2003 y otras anteriores.  He vivido y escrito mi vida. Siempre he dado valor a mis momentos, forma y estilo, a los míos y a los de la gente que quiero. Y así será mientras me lata el corazón.

Sigo oyendo música de la Orquesta y Coro de RTE bajo la dirección de Miguel Ángel Gómez-Martínez, una reposición desde el Teatro Monumental de Madrid, y sueño con que pronto se recobre la salud y las ganas de música y de arte que siempre allí se dieron cita.

Mientras tanto, sigo sin prisa intentando distraer esta cobardía que no me deja vivir. Cuántas cosas podrían hacer mis manos que no hago, cuanto podrían atender y ayudar mis dos ágiles manos, tan inútiles.

A todos los que sueñan como yo, conmigo, con los más necesitados de cariño.
Desde El Garitón, el primer sábado de primavera, Mariví Verdú

*Las fotos no recuerdo bien quién las hizo, si mi Peri, mi Cristina o yo, pero son mías y echas en la piscina de La Mimosa hace doce o trece años.

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