viernes, 17 de abril de 2020

ABRIL LLUVIOSO. MEMORIA DE UN OLVIDO. A Manuel Alcántara, de Mariví Verdú

Anoche me acosté pensando en Manuel Alcántara. La semana pasada estuve releyendo poemas suyos, recitándolos en voz alta, cantando su palabra. Y lloré devolviéndole así la vida al poeta. Manolo fue poeta desde que aprendió la o con un canuto y lo será para los restos, esos restos que significan siempre y nunca jamás ninguno. Malagueño universal, Manuel Porras Alcántara escogería su apellido materno para quedar en lo eterno.

Por la mar chica del puerto
andan buscando los buzos
la llave de mis recuerdos.

(Se le ha borrado a la arena
la huella del pie descalzo
pero le queda la pena.

Y eso no puede borrarlo).
(...)
Canción 1 de  “El embarcadero”, 1958

Nadie ha expresado mejor que él ese fino dolor de ser malagueño. Sí, nació en Málaga. Y ser malagueño es sinónimo de ser universal, tan normal como ser luz en un rayo de sol extraviado. Ser malagueño es serlo para la humanidad entera si de aquí salieron hacia la eternidad María Zambrano (cuánto me acuerdo de ella, ahora que duermo y vivo con la ventana abierta), Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, Alfonso Canales y José Antonio Muñoz Rojas. O Picasso. No cabe la menor duda de que Málaga es también sinónimo de inmortalidad, una estrecha consecuencia.  De su poema “Biografía” (Manera de silencio, 1955) por el que consiguiera el Premio Antonio Machado de Poesía, os dejo sus ocho primeros versos...

Lo mejor del recuerdo es el olvido...


Málaga naufragaba y emergía...


Manuel, junto a la mar, desentendido;
yo era un niño jugando a la alegría.


Ahora juego a todo lo que obliga
la impuesta profesión de ser humano,
y a veces, al final de la fatiga,
enseño a andar palabras de la mano.

Decidida a que hoy escribiría por y para él, esta mañana he buscado entre los recuerdos de mi corazón y tengo muchos. Los mejores son los de su agudeza mental, su palabra rápida y mordaz, su gracia, sus ocurrencias y su ágil y recurrente memoria. Tengo grabaciones que así lo atestiguan, son mis tesoros. También he encontrado otros testimonios en las entrañas de mi ordenador, he dado con “El diario de las lágrimas”, algo que empecé el dos de enero de dos mil dieciocho y no he cerrado aún pero lo voy a dejar para otro día.  Ayer lo estuve buscando en las fotografías. Y encontré bastantes, pero en todas hay gente y hoy no quiero gente. Lo tengo de más joven y de la última vez que nos encontramos. También conservo los recortes de prensa del pasado año que, tal día como hoy, emitieron los periódicos en su obituario. Me los proporcionó mi cuñado, lector asiduo de prensa escrita. Todos esos artículos en su memoria están firmados por nombres conocidos, de esos que bracean entre la multitud, tal vez con la intención de hacerse hueco en la última página, esa que él dejó sin escribir, soñando en que siguiéramos la inercia a la que dichosamente nos tenía acostumbrados: la de leer arábigamente empezando por la última pagina del periódico. Tarea imposible encontrar a Manolo en el día de hoy que ya es mañana. Náufragos en su isla, todos somos huérfanos desde que se fue.

Manolo, para finalizar su Biografía, nos dice:

Lo mejor del recuerdo es el olvido...

Málaga naufragaba y emergía...


Manuel, junto a la mar, desentendido;
hubo una vez un niño en la bahía.

Y hay un hombre de pie sobre mis huellas
indefenso y sonoro, a ras del suelo,
que se irá mientras hacen las estrellas
propaganda de Dios allá en el cielo.

Hoy, que tenemos a nuestra disposición esta paloma mensajera, esta red que pilla más pajarillos que ninguna y da más vuelo del que soñara Da Vinci, sería un crímen no usarla en su memoria. En ella todos corremos con nuestra suerte. Cada cual pone su corazón y su palabra. A veces tan íntima y directa como una carta de amor. Sin embargo, ya nada es como era, ni es lo que parece, ni Manolo se fue cuando dicen las fechas, ni se irá mientras haya alguien en el rebalaje jugando con la niñez y muriendo cada día en lo mejor de la memoria, mientras corra el mes de abril.

Desde El Garitón, tres días después de mi propia república, Mariví Verdú


Manuel Alcántara nació en la Calle del Agua, en el Barrio de la Victoria de Málaga, el 10 de enero de 1928. Premio Nacional de Literatura en 1962, se dedicó al periodismo como articulista desde esa fecha y hasta su muerte. Por su labor en prensa posee premios tan prestigiosos como  el Premio Luca de Tena, el Mariano de Cavia, el González Ruano , el Javier Bueno, el José María Pemán o el Premio Joaquín Romero Murube. Es nombrado Hijo Predilecto de Málaga en 1979 y Doctor Honoris Causa de la UMA en 2001, recibiendo ese mismo año la Medalla de Oro de Andalucía. Y fue poeta desde que sintió el marismo malagueño acariciando su cara. Y aquí sigue, echándose a la mar cuando le nombro, esquivando las olas.

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