viernes, 10 de abril de 2020

CORAZONES VIRTUALES, por Mariví Verdú

Ayer, jueves santo atípico y silencioso, no fue mi mejor día de confinamiento. El día transcurrió lento y vacío. Estuve pintando por la mañana un rato -estoy liada con el retrato de mi amiga Amparo López- y , faltando a mi promesa de no encender la televisión, quise ver los informativos. Me encontré con el directo del congreso de los diputados y estuve oyendo el debate. Ya no pude quitarlo. Las personas somos seres políticos y es importante saber quienes nos representan pero más importante todavía saber quienes no.  Me admiraba cuánta dialéctica usaron para una consulta tan concreta como la que allí se debatía: estar de acuerdo en quince días más de confinamiento. Todo lo demás fue un relleno vomitivo que acabó con el poco humor que ya me va quedando. No sé si soy exactamente lo que creo que soy, pero lo que no quiero ser lo sé y ayer me quedó más claro que el agua.

 Dejé las acuarelas, subí el volumen para seguir el rastro de las voces políticas y me fui al sagrado recinto de mi cocina. El mejor rato lo eché allí y fue el que dediqué a preparar el potaje de vigilia, tradicional en mi casa como en casi todos los hogares andaluces por estas fechas, porque me concentré en ello y quedó como un eco de indiferente compañía que, poco a poco, se hizo imperceptible. Lo consiguió del todo el perfume de orégano, ajo y pimentón que trasminaba inundándolo todo de esencias conocidas, familiares, esenciales para mi alma. Entre el refrito del potaje y la olla de lomo en manteca, se hizo un silencio milagroso. Aquellos trozos de cinta de lomo que tenía en adobo desde el día antes prevalecían sobre el potajillo. Con ellos llené una tarrina hermética de cristal con l capacidad que ya había calculado.La carne flotaba en la manteca hirviente, color de naranja líquida y de un aroma que invitaba a comer. Una tentación que no pude conmigo. Ni lo probé.  El bacalao seco y asado que usé en el potaje lo eché en agua para desalarlo más de veinticuatro horas antes de guisarlo y los garbanzos del potaje los eché la noche del miércoles santo en remojo con media cucharadita de bicarbonato.

Como me había levantado de madrugada, tenía hambre a la hora de los albañiles. Y comí. Me puse un fariña con gaseosa y me corté un pedazo de pan mientraas seuían los políticos hablando hasta que los apagué. Necesitaba concentrarme en dar gracias por los alimentos, las manos, la herencia de mi madre y el recuerdo de los míos con los que ahora no puedo compartir nada más que corazones virtuales. Me acordé de una amiga de mi grupo de wasap, de una compañera del colegio que me tenía preocupada porque casi siempre es la alegría del grupo y llevaba varios días sin decir ni pío. La llamé para preguntar por su salud. Ella es, como la mayoría de mis compañeras, grupo de riesgo, además está operada de cáncer y me tiene harta porque no deja de fumar. Y no me equivocaba. Estaba con el humor en los pies. Me dejó helada porque había tres bajas entre sus familiares por culpa del Covid 19. Y ya no pude hacer nada en toda la tarde más que ir de aquí para allá como una posesa. Hasta que hablé con mi hijo. Se puso mi nieto y de nuevo latió mi corazón. Es lo que tenemos ahora: corazones virtuales.
Ayer hizo un frío inusual para ser mediados de abril. Hay más de cincuenta rosas a punto de abrir pero están acobardadas, como yo, como el chilindro inmaculado, del hijo del de mi madre que los nuevos propietarios del terreno arrancaron y tiraron dejando el esqueleto mucho tiempo rodando delante de mi casa, detrás de la valla, y provocándome palabrotas e improperios cada vez que lo miraba acordándome de toda su puñetera generación. Incultos. También arrancaron una encina que ni siquiera usaron para leña... No son vecinos, son gente que me hace sentir más sola todavía. Y para no poner punto y final con los indeseables ni con los miserables de turno, brindo por unos vecinos tan humanos como Tina y Javier, con el sabor de su mermelada de naranja amarga, tan dulce, en mi boca y mi agradecimiento por unas acelgas más tiernas que el agua. Son profesores jubilados pero deberían de poner una academia de humanidad por el bien de todos nosotros.

Desde El Garitón, pidiendo a los humanos piedad y a los dioses...
A los dioses ya no les pido nada, Mariví Verdú

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...