jueves, 23 de abril de 2020

POR DETRÁS DEL OMBLIGO, por Mariví Verdú

No me culpes que no tenga
en mi pecho el corazón,
dejaste el hueco la noche
que tu amor me traicionó.

(Carcelera, Por los almendros 2019)

Ayer dejé sin terminar “Todo es preciso” y posiblemente hoy tampoco pueda acabarlo porque son tantas las cosas que precisamos en esta vida, tantas las esenciales que podrían dar para un texto interminable. Desde lo material y carnal hasta lo divino o etéreo, todo un mundo de sucesos, posibilidades, acontecimientos, circunstancias y necesidades las que tenemos los seres humanos. Ayer, enumerando los órganos vitales de nuestro cuerpo, bajando desde nuestra cabeza, me quedé en la segunda parada, en la del pecho, a la altura del corazón. Ay, el corazón, un músculo que mide como un puño cerrado y que depende de lo que abramos y extendamos la mano su capacidad de sentir, de dar, de recibir: su capacidad de amar.

Hoy, continuando con los órganos básicos de nuestro cuerpo, bajo del pecho y, a un palmo y medio de él, nos encontramos con la marca de la vida, con la cicatriz que nos deja para los restos el haber nacido de madre: el ombligo. Es nuestra señal de identidad, la de animal mamífero, la que nos hace a todos iguales, sea del color que sea nuestra piel y sea del lugar que sea nuestra procedencia.

Hay dos dos cosas en la vida
que nadie puede evitar:
la cicatriz del ombligo
y el destino de mortal.   (Debla. Por los almendros 2019)

Detrás de ese botón redondo que llamamos ombligo, punto central de nuestra rosa de los vientos, todo un laboratorio de química orgánica que mantiene a punto los niveles de nutrientes para continuar caminando erguidos, con salud y vitalidad. Así, trabajando sin parar en equipo, todos a una y en silencio, nosotros vivimos sin echarles cuenta, como si de ellos no dependiera nuestro ánimo. Intestinos, hígado, bazo, páncreas y riñones, unos pequeños y otros más grandes pero todos ellos indispensables, ejecutando el trabajo que le da nuestra voluntad de comer, al que le obliga nuestra propia elección, sufriendo si le damos mal trato o agradeciendo con una buena digestión si se la facilitamos. Una prueba de mal trato la tenemos en la aspiración de tabaco, una pésima costumbre que deriva en vicio y en padecimientos crónicos y que no solo afecta a los pulmones sino que es en el estómago y en la sangre donde acaba su veneno, creando adición, dependencia y muerte. (A la tercera fue la vencida. Fui fumadora desde joven, exceptuando el tiempo de los embarazos. Luego estuve sin fumar como seis años, después volví y estuve algo más de un par de años fumando. Recaí y me sentí mal conmigo misma y físicamente.  Al final, con voluntad y decisión, lo conseguí. Y me encuentro tan feliz por haberme vencido...)

Tendría que seguir con el sistema excretor, pero de él forman parte algunos órganos ya citados anteriormente como los pulmones -para recoger el oxigeno y expulsar el anhídrido carbónico- o el aparato digestivo -para metabolizar alimentos y desechar a través de los riñones y del recto la materia que ya no necesita-. En esta tarea el aparato circulatorio es vital, la sangre trae y lleva energía y nutrientes, lo bueno y lo malo, lo útil y el desecho, es como un mapa de ríos que nos recorre el cuerpo limpiando y reconvirtiendo, dándonos la vida.

Que un hijo es
tu sangre corriendo fuera
y sin dejar de doler.   (Solearilla, juguetillo de la caña. Condesa del Perchel, 2003)

Acabaría por hoy hablando del sistema reproductor pero ese necesita un capítulo aparte porque no se puede hacer sin desvariar. Y no digamos de la piel, del sudor, de la lengua... Es todo tan recurrente, tan esencial y tan ambiguo a la vez... Mañana seguiré, si tengo ganas, que hablar de estas cosas me hace recordar y mirar dónde lo dejé todo... ¿Dónde se guardan los recuerdos?...

Siempre tendrá el corazón
dos dudas fundamentales:
¿de dónde vino el amor?,
¿dónde irá cuando se acabe?   (Debla. Campo de trigo, 2004)

Desde El Garitón, en un día de primavera otoñada, con las flores marchitando sin que nadie las observe, las requiebre ni se apiade de ellas, Mariví Verdú

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